La primera vez que ya no te vi me agarré a lo que supe ibas a entender, por eso cuando te dije, que lo que teníamos que aprender el uno del otro y lo que teníamos que experimentar juntos ya lo habíamos vivido y que ahora cada uno debía seguir su camino, lo asimilaste enseguida porque de eso se trataba, de niveles de conciencia, y por ser lo normal y común en estos casos y sonaba bien.

Después de un tiempo hasta me alegró  haberte salvado y de que pudieras seguir sin que aquellas promesas que te salían de la boca como una oración sin fe y aquellas caricias inertes que se movían como un caballo de ajedrez, te persiguieran de madrugada y se te enredaran con todo el peso de su sustancia con todo el poder de la verdad y sus raíces. Para mí no fue tan difícil sopesar y pensar ¿ cuánto pesa un alma? Un alma empeñada, tenaz. Que por no morir ni servirme de epitafio aún, me ayudó siempre a seguir.

Tú ahora me rastreas, como un viejo lobo solitario que se confió en que era sabio. E indefenso ante lo inesperado de un final sin ruinas ni rabia, descubre que se enamoró.

Yo poco mérito tengo suponiendo que sea cierto aquello de que,   heredamos todo hasta la capacidad de querer ser mejor persona, solo me queda entonces dar las gracias.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS