A lo lejos un sonido comenzó a levantarse, produciendo ecos por cada espacio a su paso. Se volvía agudo y luego parecía detenerse, como si las paredes fueran su resistencia. Después de un silencio inquietante, el sonido comenzó a definirse, era un llanto similar a un rechinido que proseguía fuerte y sonoro con varios intervalos de pausas monótonas y dolorosas como si algo lo cubriera. Terminaban los ecos y el dolor podía sentirse; entraba en la piel y se incrustaba.
En seguida, se levantó una mujer de su cama como si saliera de un mar onírico. Soltó un suspiro que la trajo a la realidad, entre la oscuridad de la noche y la tenue luz de las velas. Su mirada no podía encontrar objetos conocidos mas allá de la iluminación. El sueño fue tan profundo que sentía como si siguiera en el, hasta que salió de la cama de un salto apresurado. Se detuvo un segundo para conocer si el sonido que venía de lo lejos era un llanto. De pronto, el ruido se asomó como una neblina que se desplaza lentamente. Abrió la puerta y frente a ella había un pasillo largo y sombrío que distorsionaba el sendero. Apuntaló la vela frente a ella como si se tratara de una espada y se abrió camino. De tras de ella las sombras ocultaban su andar.
De inmediato, el llanto continuó sin detenerse, seguido de una aflicción retumbante que entraba por la oreja y crispaba los huesos. La mujer bajó las escaleras, tratando de no caerse, hasta que en una tropezó y cayó con la rodilla; le produjo un dolor que la dejó temblando en el suelo. La vela giró entre los escalones, dejándola sola en la negrura.
El llanto y los gimoteos se unieron sin lograr distinguir uno del otro. La señora se quedó tendida en las escaleras hasta que su golpe cesó de latir de dolor. Se paró con lentitud, se había fracturado la rodilla. Siguió su andanza en la búsqueda del origen del llanto, entre tanta oscuridad. Esforzaba sus ojos para poder ver lo que tenía en frente, a pesar de sus esfuerzos no distinguía nada, era como si tuviera un velo negro y denso en su rostro.
Los lloriqueos no paraban y ahora eran mas sonoros, como un martillazo. Quería apresurarse, pero su cojera no se lo permitía. Cada paso era mas lastimero que el anterior. Se quedó quieta esperando que sanara sola, pero en alguna parte el llanto seguía continuo entre ondas sucesivas de desesperación. La mujer soltó las lagrimas como si estas indicaran su incapacidad de alcanzar a callar y consolar ese llanto solitario.
Caminó una vez mas y su rodilla no dio la fuerza suficiente para sostenerla. Cayó por segunda vez al suelo boca abajo. La caída le generó una herida en el labio. Entonces se quedó ahí, siendo ella la que esperaba ser consolada. La negrura se volvió mas densa; creyó que ya no podría dar mas de si misma, hasta que llegara la mañana. Cerró los ojos un segundo y se hundió en el mar de sus sueños, pero estos solo repetían el llanto que vibraba en su mente, tan adentro que perforaban su alma.
Abrió los ojos y ese llanto proseguía. Tomó la fuerza suficiente que salía de sus brazos para dirigirse a sus manos y alcanzó a levantarse otra vez. Tomó un objeto que distinguió para sostenerse y con este se arrastró, sustituyendo su rodilla lastimada.
Llegó a la puerta en donde detrás se encontraba el origen de aquel sonido desdichado. Tomó la perilla y el objeto que la sostenía se resbaló quedando en el suelo. Ella puedo sostenerse en la puerta, temblando de dolor. La abrió lentamente y ahí se encontraba un bebe regordete, que se movía como si algo le molestara. La señora respiró hondo, todos los dolores se habían ido. Tomó al bebe en sus brazos y se sentó aun lado, en el sofá. Lo arrulló y los ojos de ambos chocaron; el bebe la veía con amor y ella con ternura.
Estaban los dos en el azul próximo al amanecer, despojándose de amenazas de angustia. La mujer acarició su rodilla y junto a la criatura cerró los ojos para poder descansar.
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