Entre todos mis silencios

Al pie del abismo, a diario. A veces algo resplandeciente, otras un poco decaída, siempre dudando, siempre desde la cornisa.

Hubo veces en que pensé en escapar, en general me lo impidieron el temor y el deseo. Me criaron para sentir con mucha intensidad culpa, verguenza y miedo. Fuí tan obediente que aún hoy, décadas más tarde, no puedo arrancarme ese tormento del alma. Hay días en que las raíces de tanto dolor no dejan espacio suficiente para respirar y me desespero, me desarmo, me congelo. Soy un castillo de arena que se desarma con cada ola que llega a la orilla, por más débil que sea, tan débil como persistente, tan frágil como invencible, tan firme por fuera como destrozada por dentro.

Quisiera creer que soy lo quedó de mí después de todo lo que pasó, pero cada vez veo con mayor claridad que simplmente soy lo que soy, y no puedo excusarme. No hay a quién culpar por este desastre, al menos no con algún resultado que me valga. Nadie puede devolverme la vida que nunca tuve, no puedo hacer de mí el resultado de una existencia que no me pertenece.

Se avecina el fin de una década más, no sé qué deseos pedir. No porque no tenga qué desear, sino porque no tengo fuerzas para creer que algo de aquello pueda hacerse realidad.