El Ford Focus color gris plata entró al estacionamiento y se detuvo a pocos centímetros de la valla de madera.
El predio pertenecía al restaurante El Dorado, ubicado en uno de los balnearios de Pinamar que en verano se atiborraba de gente y vehículos, pero que esa fría noche de julio estaba completamente desierto. El conductor del Focus bajó del auto, levantó las solapas de su abrigo, caminó hacia la valla de madera y se quedó parado allí algunos minutos contemplando el reflejo de la luna sobre el océano. Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo del abrigo, tomó uno y lo encendió. Dio la vuelta a la cerca y se sentó sobre la madera dura y fría. El vapor de su respiración se mezclaba con el humo del cigarrillo.
Del otro lado de la calle un hombre observaba la escena escondido detrás de una columna. La luz de la farola le daba justo encima, pero la sombra que proyectaba el pilar era lo bastante grande como para ocultar su presencia. Con una de sus manos, protegidas por un par de guantes de cuero, sostenía un palo de golf.
—No puede ser tan fácil —pensó, esbozando una sonrisa que no tenía nada de divertida. Colocó el palo de golf contra su espalda, lo sostuvo con la palma de la mano hacia atrás, dejó su refugio y cruzó la calle.
El viento le golpeaba la cara con fuerza y sintió alivio al pensar que el sujeto no lo escucharía hasta que fuera demasiado tarde. No estaba nervioso, matar no era algo nuevo para él, sin embargo, lo que sí lo inquietaba un poco era lo sencillo que aquel trabajo parecía.
Caminó con cautela y escrutó los alrededores en busca de posibles testigos o amenazas. Cuando estuvo seguro de que estaban solos se acercó hasta quedar a poco más de un metro del hombre sentado, levantó el palo de golf y lo sostuvo sobre su cabeza, como si fuera un garrote extremadamente delgado, listo para descargar el golpe. En ese momento una motocicleta aceleró con violencia calle abajo. Le tomó apenas un segundo girar la cabeza en dirección al sonido y volverla a su posición original, pero fue suficiente. La escena había cambiado y ya no veía la nuca del hombre del Focus, ni siquiera veía sus ojos, tenía la vista clavada en el caño de la pistola que el otro apuntaba hacia él. Le tomó otro segundo saber que estaba perdido, que todo había sido una trampa.
Vio el fogonazo en la punta del arma pero nunca llegó a escuchar el estruendo del disparo. El proyectil ingresó por su frente y anuló sus sistemas por completo. Lo último que vio antes de cerrar los ojos para siempre fue una nube con forma de caracol que podía ser verdadera o tan sólo una anomalía producida por la bala que le había atravesado la cabeza.
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