Muy pocos creerían que las acciones malas y deplorables, tienen una buena justificación. A menos, que éstas estén representadas y explicadas desde un contexto sicologista de síndromes, complejos y patologías mentales.
De tal modo, que nadie justificaría las acciones de Adolf Hitler, sino que explicaría, en su persona, una enfermedad compulsiva, representada en su inseguridad personal y su deseo de aparentar fuerza, ejerciendo el poder político que ostentaba, llevándolo a cometer el más grande genocidio, en la historia de la humanidad.
O el catalogar el derrumbe de las “torres gemelas” de Nueva York, por parte de Osama Bim Laden, como un acto demencial, propio de un sicópata antisocial renuente. En este punto, queda más fácil, enfermar mentalmente al ejecutor de actos deplorables moralmente; que intentar entender un proceso largo, complejo y fastidioso, que culminó con esas decisiones.
Pero por qué no atreverse a insinuar, que muchos actos calificados como moralmente malos, son causas de buenas justificaciones, capaces de ser entendida y sustentadas como correctas. Para ello, tendríamos que hacer una fenomenología extrema, de hechos y actos, sin que a priori se esté calificando como buenos o malos.
Para hacerlo, se tendría que derribar un muro enorme e institucionalizado, que existe hace mucho en la sociedad humana y que dicta nuestras normas y formas morales; y que en contadas ocasiones, nos invita a ser un “estoicismo del bien”.
Y llamemos “estoicismo del bien”, nuestra capacidad apática y amaestrada de ser buenos, con nosotros, nuestros semejantes y las cosas que nos rodean. Hay que advertir que el “estoicismo del bien”, es una práctica mayoritaria, sino la humanidad habría desaparecido como especie y sociedad.
Pero aún así, existe el mal. Y las personas que cometen “actos malos”, son representados como un no – social, un no – ideal, individuos que hay que separar inequívocamente y de la manera mas contundentemente posible, si viene al caso.
¿Pero quién justificaría el mal?
Son nulos los abogados que justifican el mal. Lo que hacen es explicarlo y disculparlo, pero no verlo justo. ¿Quién vería justo el mal?
¿Cuál sería la diferencia entre el derrumbe de las torres gemelas realizado por Osama Bim Laden y la bomba atómica lanzada por los Estados Unidos en Hiroshima?
El buen leguleyo dirá, que el uno es un acto terrorista y el otro un acto de guerra. Pero cualquiera con sentido común, se daría cuenta que la justificación de uno, podría dar pie a la justificación del otro.
Intentar justificar lo malo debe burlar la barrera de la ética y la moral, pero ello no aniquila las razones. El “estoicismo del bien”, está presente anticipadamente en nuestras sociedades. Eso quiere decir, que hemos sido adiestrados, no sólo, para no justificar lo malo, sino a la vez, sentir culpa y repulsión.
Si alguien tiene hambre y no tiene con qué comprar comida y roba; ¿Está plenamente justificado? El hambriento justificará el robo, lo hará comprensible y conmensurable a nuestro criterio. Y después de meditar un poco, diríamos: “tiene hambre y debe comer”. Además que en pleno siglo 21, que alguien robe para calmar su hambre, nos debe hacer sentir más vergüenza, que rechazo.
¡A caso no estamos en una sociedad mejor!
Pero obviamente, habrá mucho que se justifica; y de muy buena forma. Simplemente que nuestro criterio está tan manipulado, que la idea del bien y del mal, se encuentra concentrado en la capacidad de producir un efecto colectivo de nuestras particulares mentes.
Para decirlo en otra forma, hacemos un rechazo o un guiño mancomunado. O como lo decía Nietzsche: “Nuestra mente de rebaño…” se vuelve un coro universal, para rechazar, lo que se tiene o debe rechazar.
La discusión a cerca de una posible justificación del mal, solo tiene sentido, si se entiende, en algunas ocasiones, las formas absurdas para justificar el bien. En otras palabras, el no caer en un infinito ingenuo, sobre las decisiones que se creen buenas y correctas, en la sociedad humana. Ser capaz de abogar de mala forma el bien. Distinguiendo puntualmente, ciertos elementos que aparentemente integran el bien.
Evidentemente, el mal tiene su justificación. Tan legítima como las justificaciones que acompañan el bien; tan estructuradas, lógicas y coherentes. Cualquiera con un conocimiento aproximado sobre la naturaleza humana, sus decisiones y principios, lo sabe. Tanto es así, que las justificaciones del mal son el detonador, para la creación de normas y leyes, que blinden la necesidad de ejercer y fomentar el bien, y de repudiar y extinguir el mal.
Así mismo, practicamos la forma ingenua de sentir indignación automática, ante sucesos que a fuerza de una voluntad acostumbrada, se nos ha enseñado que es imperativo rechazar. Sin caer en un suicidio argumentativo, se debe expresar, que esas estructuras son necesarias, para la conservación del individuo y por ende de las especie. Pero, presentan formas falaces en muchas ocasiones.
El trasfondo de la justificación del mal, está más allá de teorías éticas de la razón. La apología al delito y aceptación de lo monstruoso, no es un canon de filosofía o sociología. No es un ejercicio sobre el método, o sobre un sistema. Es un asunto de lo que pensamos y en que circunstancia y con qué elementos emergentes lo hacemos. No es una perfilación sicologista ligera sobre la mente criminal o del mal. Va más allá del entendimiento sobre nuestros estados mentales, sus decisiones y las implicaciones que conlleva a nuestro comportamiento.
Todos tenemos derechos a nuestras justificaciones. De hecho, es un derecho perdido y extirpado de nuestra potestad. Nuestras justificaciones y sus explicaciones sobre un comportamiento que trasciende un colectivo, es irrelevante, bajo el tecnicismo moral y legal. Simplemente ya no importa. De hecho, la justificación, se convierte en inoportuna y hasta intrascendente, tanto que no se debe dar oportunidad a que se ejerza siquiera la posibilidad de que sea posible.
Por ende, la justificación del mal, no es un asunto que genere mucha simpatía, de hecho no debe hacerlo, el ejercicio solo consiste en que muchos argumentos y fundamentos, que son las estructuras de una racionalidad trabajada, deben advertir, que muchos elementos que pueden justificar el mal, se encuentran de manera expresa en las mismas formas que justifican el bien.
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