Siempre he querido atrapar una grulla en pleno vuelo.

Separarla del viento con mis manos,

no ha sido nada fácil.

Las grullas aman el aire, viven aferradas a él.

Mi mirada les ponía nombres,

pero mis manos,

mis manos necesitaban conocer la bella monotonía de sus planeos,

ese presumir de superficies plumadas y resbaladizas,

conservando a la vez el lastre que frena el vuelo de las aves

cuando bajan y se posan, cansadas de cielo.

Las hace flotar, con la ingravidez de un planeta pequeño,

que les da, esa paciente lentitud que tiene la germinación.

Llegarán en este otoño, el atardecer de las estaciones.

Estos meses siempre por descubrir,

con sus tiempos ocres, de hojas embarruntadas, 

donde hallo lo primitivo y lo eterno.

Los inicios y los finales han perdido mi interés.

Se parecen mucho los que he visto.

Prefiero, para mi asombro,

las noches de los inviernos,

con su oscura luz,

fina y cortante,

y sus extrañas flores negras.

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