El caos de las emociones.

El caos de las emociones.

Sophie´s words.

28/04/2022

Egoísmo.

Nunca se ha tratado de otras personas.
Ni se ha tratado de cuánto me han defraudado, espantado, quebrado o lastimado.
No se trata de cuando estuvieron para mi, o cuando no.
Ni mucho menos se trata de lo que esas personas piensan sobre mí.

Esto se ha tratado siempre de mí. De mi necesidad de compañía y afecto emocional.
De mi falta de comprensión externa, y de mi carencia de dignidad.
La he perdido por el camino, como si alguien deliberadamente empezara a botar sus objetos por la calle hasta quedar desnudo, solo con la esperanza de que alguien se de cuenta de su esfuerzo, y le agradezca.
No se trata de un acto de bondad, ni de comprensión hacia la otra persona.
Se trata de una necesidad de retribución. De una necesidad de sentir que le importas a la otra persona. Que esa persona te agradece, y por ende, inmediatamente se convierte en inferior.

Cada vez me cuesta más admitir el origen de estas falencias, pero las recuerdo todos los días como si las llevara tatuadas en lo más profundo de la piel.

Poco a poco me he ido consumiendo. O mejor dicho, la vida me ha ido consumiendo a mi.
Podría hablar metafóricamente de una naranja exprimida, pero eso no le haría justicia al sentimiento.
No puedes comparar eso, con el ser testigo de cómo la sociedad, el capitalismo, las expectativas, la ansiedad y la depresión drenan tu energía poco a poco, gota a gota y centímetro a centímetro. 

Te restan dolorosa y cruelmente esa fuente de cosas que te mantienen en pie, y empiezas a llegar a casa los primeros días con los parpados caídos. Una semana más tarde, te duele todo y empiezas a notar que tus ojos resaltan por las bolsas debajo de ellos. A la tercera semana, esas bolsas se han convertido en profundas y oscuras ojeras, te cuesta pasar bocado y prestar demasiada atención a algo.
Por la cuarta semana, empiezas a desconectarte del mundo, a enajenarte de la realidad, con el fin de hacerla un poco más soportable, pero nada ayuda, las ojeras, el cansancio, el estrés, la irritabilidad, la depresión, el futuro y las órdenes, te mantienen de una u otra manera atada a esa realidad imposible de evadir.

Te cansas de llevar la cuenta de los síntomas y las semanas que padeces. Hasta que en medio de esa maraña de podredumbre en la que te has acostumbrado a vivir, crees percibir una luz; no sabes de dónde proviene, qué la origina ni por qué de repente aparece. Pero poco te importa, pues esa es tu única guía luego de semanas de olvido y abandono personal.
Crees que es tu única posibilidad de salvación, y te aferras a esa luz con la esperanza de borrar mágicamente toda esa oscuridad.
La luz, a medida que te acercas, parece inofensiva, amigable. Empiezas a confiar en ella, y a acerártele cada vez más. Te permites caminar a ciegas, pues ¿Qué te podría pasar, si tienes la respuesta justo al frente?.

Hasta que algo cambia abruptamente, te quemas, y ya es muy tarde para retroceder.
Esa luz resultó ser una oleada de fuego calcinante y no gratificante.
Esa luz, rápidamente se convierte en la destrucción de lo poco que quedaba.
El fuego quema incesantemente esa maraña, pero en vez de destruirla, solo la hace más fuerte; más violenta.
Ahora esa maraña se vuelve salvaje. Las punzadas son mucho más dolorosas a cada paso ciego, y la ansiedad te arroja de nuevo al piso.
Te sientes como un niño pequeño que se ha perdido en la plaza y no encuentra a sus padres. De repente, no hay diferencia alguna entre la primitividad del miedo que sienten los niños cuando algo les toma por sorpresa, y los retazos que quedan de ti entre tanta negrura.
Y súbitamente, sin darte tiempo a filtrar todo eso, te encuentras llorando como un bebé recién nacido, en un rincón de ese embrollo de oscuridad y soledad que te aplasta el ser, y es justo ahí, cuando el aire empieza a faltar en tus pulmones, las lágrimas brotan con desesperación, y solo puedes pensar en lo gratificante que sería dejar correr la sangre de tu venas y dejarlas caer al piso hasta morir, como si así liberaras toda esa oscuridad de una vez por todas. Como si de esa manera, tus problemas se escaparan enredados en ese flujo constante de rojo escarlata, y nada más importara que la purificación del alma mediante la terminación del dolor.

Se te cruza por la cabeza hacerlo, más sin embargo, no lo haces.
No sabes por qué, si cualquier cosa te parecería mejor que el dolo interno que te está quemando las entrañas. Y a pesar de todo esto, la sangre nunca llega al piso, y en cierta medida, eso hubiese sido mejor. Porque mientras tanto, internamente esa oscuridad vuelve mierda tu cuerpo. Te desgarra el corazón mientras apuñala salvajemente tus pulmones. Tus ojos extrañamente pican desesperadamente, y pronto empiezas a ver todo nublado por las gotas que se arremolinan salvajemente en tus lagrimales. Mientras tanto, el dolor viaja por tu cuerpo, gritándole a tus órganos lo inútiles que son, y lo desesperado que está esa fuerza mayor, en un cuerpo tan pequeño e inútil. El cerebro se mantiene en un estado de shock, mientras tu cuerpo colapsa, y solo puede recriminarse en no ser lo suficientemente perfecto.

Por otro lado, te miras al espejo. No hay ni rastro de una cortadura, y mucho menos, de sangre. Pero puedes sentir el dolor interno. Todo ese caos te golpea brutalmente, y te falla la respiración, el corazón te quema, lloras y pierdes la estabilidad.
Te encuentras en el piso, porque tu cuerpo no ha podido soportar el fuerte oleaje de todo ese sufrimiento.
Sientes el cuerpo extenuado.
Te has creído entre todo ese caos, que no puedes sola. Y entonces, buscas desesperadamente una luz, una mano, un apoyo, otra persona.
Lo buscas porque necesitas ruido. Necesitas enfocarte en algo que no sea ese fuerte enojo que siente ese dolor encerrado.
Ignoras deliberadamente que por dentro hace mucho que moriste, y solo ha quedado en un pequeño rincón, la niña llorando asustada esperando que la salven.
Ella espera lo mismo que tu cuerpo humano; una luz.

Esa niña en tu interior no tiene la capacidad de darse la oportunidad de creer que Dios existe, pues porque si así fuera, nada de eso hubiera pasado.
Así pues, solo puede llorar desconsoladamente en un pequeño rincón donde la aprisiona la oscuridad y el hedor de tanto dolor neto.

Sin sangre, sin cuerpo visible y sin registro, alguien ha muerto, porque se ha agotado su energía.
No hay culpable que encarcelar, ni pruebas para pedir justicia.
La sociedad te ha abatido. Se escapa la esperanza de tus ojos, cuando dejas de creer que alguna luz llegará. Has perdido la batalla. Solo queda silencio, caos y olvido.
El cuerpo queda en el ring, y la pelea ha estado ajustada desde el comienzo.
No hay escenario que limpiar, pues la misma oscuridad es la única escenografía.

Tu cuerpo vaga vacío. Tu mente ha sido moldeada. Ya no representas una amenaza contra nadie, ni siquiera contra ti misma. Y de repente eres tú quien se encuentra atada a aquella camisa de fuerza de aquél libro que tanto te marcó. De repente, el mundo te produce arcadas.
De repente, estás muerta. Y todos saludan y opinan sobre un cuerpo que se mueve por inercia.
De repente, nada tiene sentido, porque has perdido la vida, y nadie te llora, ni te vela, porque no se dan cuenta de que te has ido, o no quieren aceptarlo. Y ese, es el mayor acto de egoísmo.
No tienes un velorio decente ni una tumba donde reposar.
Tu cuerpo te mantiene encarcelada.
La naranja ha sido exprimida hasta desaparecer. Nadie la recuerda. Es algo que sale y vuelve a la nada.

Todo muere en la nada, en un agonizante vacío interminable de silencio y oscuridad.
Y solo deseas que alguien se de cuenta, pero te han olvidado, y a nadie le interesa recordare. Ni siquiera a ti misma.

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