Un recuerdo con frío

Llevaba varias horas caminado con el paso lento en la noche fría. Sus años ya eran pesados como sus piernas, sus arrugas tan lánguidas como sus sueños. Es una anciana que camina en la oscuridad. Sus brazos eran tan frágiles, que solo al momento de cruzarlas podrían conformar una postura macabra. Sus ojos parecían inyectados de una sustancia amarilla. Los labios ya eran pálidos y secos, era mas apreciable un papel mojado que sus delgados y gastados labios. ¿Quién es esta caminante nocturna? Es la viejita que se merodea de los recuerdos tristes de sus pasados años. Ella solo tiene un miedo que se está haciendo presente, esto es, el mero miedo de quedar atrapada en sus mayores temores y es quedar solitaria.

Tantos ayeres, lunas y soles que se resbalan en la pseudo perpetua memoria, ¿Dónde te encontrabas cuanto te necesitaba? Se repetía a cada paso que recorría las calles oscuras. Quiero contarme otra vez esa historia, la historia de mi olvidada familia. Es de mi ya no tener que callar, pues ellos ya no me apoyan, quizás sea un ser despreciable para todos los que ahora pasan junto a mí. Tengo miedo de este lento caminar, de los segundos que pasan, la locura solo es la única salida para una persona como yo. Pero tengo esta asquerosa necesidad de contarme una vez más la historia que me fue ejecutada. Si camino paso a paso, subo o bajo los relieves de la locura y la cordura, no tengo más que estas ropas delgadas y este suéter negro. Los zapatos que me ayudan a avanzar se están desbaratando poco a poco como mi delgado cabello. Mi cabeza solo es un rebotar junto con la llovizna que rompe el viento débil. No quiero llamar la atención de nadie, camino sin cesar al igual que el reprochable tiempo, me sumo una vez más a la remembranza histórica de esa casa donde yo vivía agradablemente.

Padre y hermana, tanto que no los visitaba, extraño tanto su voz. Las cortinas verdes que dejaban entre pasar la luz del sol, también las recuerdo. Los infinitos aromas de la comida, los perfumes, la ropa guardada y los libros viejos, todo era magnifico y celeste como el cielo. Deseo con todo mi ser regresar a los hermosos instantes donde soñar era una promesa que se elevaba hasta lo más alto de mis objetivos. Padre porque tuviste que irte de nosotras, nos abandonaste tan jóvenes a unos 15 años de mi edad, no soportabas la presión de vernos crecer sin una esposa que te apoyara. Eras tan gentil, siempre nos devolvías la sonrisa cuando las cosas no iban tan bien. Pienso libremente que tú, si tú, fuiste un cobarde. Pero eso no me importa ahora porque siempre te ame, aun cuando desapareciste. Desde ese instante mi hermana mayor y yo tuvimos que sobrevivir y arreglarnos la vida juntas, todavía juntas. Ese día que te alejaste saliste a trabajar como de costumbre, recuerdo que nos mantenías a base granos y leche, laborabas en una herrería antigua a casi dos cuadras de nuestro humilde hogar. Saliste tan temprano como siempre, yo te vi marchar y te sonreí, y en ese mismo instante ya no me devolviste una sonrisa diste medía vuelta y te fuiste de nuestras vidas. Te amo a pesar de eso, siempre te ame, pero lo que nos hiciste fue muy injusto. Éramos tan jóvenes, ilusas y sin experiencia para poder ganar algún dinero. ¿Por qué lo habrás hecho? Será que nos odiabas tan internamente, o será que, tu amabas tanto a nuestra difunta madre que mejor huiste a buscar tu propio destino. A pesar de ese horrible hecho, jamás supimos de ti, me remuerde la consciencia de solo pensar lo que te sucedió. Mi alma descanso cuando cumplí los 60 años, pues supe de algún modo, que tú ya te habías ido de este mundo terrenal. Nadie puede vivir más de 90 años, y mucho menos por la enfermedad de la vejiga que ya tenías cargando desde antes de que te fueras. Solo me quedó rezar por ti, y que tu alma no fuera desechada hasta el fondo del abismo, no te mereces eso padre, no te mereces el odio del mundo, porque a pesar de todo aun te amo.

Mi hermana y yo, cuando aún convivíamos, pasamos casi 20 años juntas después de la partida de mi padre. Hasta casi los 35 años nos separamos, ese momento me destrozo demasiado, los recuerdos me hacen apretarme el pecho y la garganta. Trabajamos como esclavos en las casas de muchas personas ricas, hacíamos un poco de todo, lavábamos trastes, ropa, pisos, autos; sacudíamos estatuillas, paredes, mesas, libros, porcelana, metales, instrumentos; cocinábamos carne, sopas, pucheros, cremas, guisados varios hasta horneamos pan; cuidamos ancianos, perros, gatos, niños, bebés, jóvenes y hasta algunos adultos enfermos. Tanto trabajo, que siempre se nos pagó, pero de manera injusta, no teníamos otra forma de sobrevivir. Recuerdo que eras muy enamoradiza, no precisamente de los hombres apuestos que vivían en esas casonas, sino de la naturaleza que te rodeaba. Amabas las aves y las mariposas que revoloteaban cerca de los frondosos jardines de los ricos a los cuales trabajábamos. Tu verdadero error fue trabajar tanto tiempo y sin descanso, te amargaste mucho mi hermana. Cada vez odiabas todo y a todos, te metiste con ese bandido que vivía en la contra esquina de la escuela primaria de la antigua colonia. ¿Recuerdas eso hermana? Te escapabas con él algunas noches, y te preguntaba ¿En verdad lo amas? Y me respondías “no es amor, es una necesidad”. Ay hermana jamás debí soltarte tanto de mi corazón. Ahora tengo lagrimas porque su partida no fue como la de mi padre. Te embarazaste tres veces del mismo rufián ese, con el ultimo sobrino que tuviste te alejaste mucho más de mí, te comentaba en esos ayeres, “hermana hay que llevar a esos niños a la escuela, tienen que aprender a leer y a escribir”, y me contestabas con desagrado “que va, esos mocosos no tienen nada que hacer ahí, salieron igual de estúpidos como su padre”. Nunca les diste una oportunidad de que crecieran en un hogar sano y lleno de educación. Lo que más odio de ti es que los golpearas tanto, pobres querubines solo sentían las llamas de tus golpes. Y así, poco a poco como estos pasos en la oscura calle que ahora transito te fuiste y dejaste nuestro humilde hogar. Desapareciste y nunca supe de ti, sé de antemano que te fuiste sola y no te llevaste a ninguno de mis sobrinos. Los abandonaste al igual que mi padre nos dejó. Ahora, mis sobrinos no quieren ni siquiera saber de mí, el padre de tus olvidados hijos prometió que jamás se diría tu nombre y sobre todo de la única familia que existía, o sea yo.

Faros que iluminan mi rostro en la oscuridad, el ocaso de mis años está llegando a su infortunio. La gente que pasa junto de mí, me observa con cierta rareza. ¿Será mi aspecto de la anciana decrepita que soy? o ¿Será la fachada de ancianita senil que ahora represento? Lo único que quiero es llegar a mi casa y recostarme para apoyar mi frágil cabeza en esa amarillenta almohada. No hay nadie que me recuerde y no hay nadie que en verdad me olvide, vivo un sin sentir, no tengo la brújula que me oriente hacía un nuevo camino. Soy un paseo en el circulo infinito de la desesperación. Vivir así no es vida como tal, es un aferrarse a la catastrófica necesidad de vivir muerta por dentro. Lo único que tengo son estos recuerdos, ¿hay alguien que le importe? Si hay alguien ahí, por favor preséntate, talla mis manos frías y cadavéricas. Dame un poco de calor del cual se me fue negada por mucho tiempo.

La anciana cayó en su delgada cama para acomodar sus huesos. Su mirada se perdió a lo ancho y largo de la luz lunar que paseaba muy tenuemente en sus cabellos. Ella no pide morir, solo una oportunidad más de vivir sus recuerdos. ¿Quién es el salvador de todos nosotros? Será la muerte que llama ferozmente o quizás los bellos recuerdos que superan la miserable vida.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS