La madre miró al niño recién nacido de nuevo. Boca arriba en su cuna, movía incesante sus manos pequeñas. La mirada de ella, de repente, cambió de color. Nubarrones de dudas fueron atravesando el cielo limpio de la primera. Ciñó su vista al pequeño, como si en vez de madre fuese un halcón a punto de cazar a su presa. Ató sus  ojos al pequeño de tal forma, con tal fuerza,  que la cuerda  se tensó. 

Se dió cuenta entonces,  que el pequeño tenía  una mancha oscura, pequeña, castaña en el pecho. También observó,  que la pierna derecha era algo más larga que la izquierda; que sus orejas eran demasiado grandes para el rostro tan menudo. Pensativa, callada,  la bruma se había instalado  en ella. 

En el mismo cuarto, se encontraban los otros niños. Expectantes, observaban el ritual de la madre. Después de unos minutos, de un silencio de piedra, uno de los niños alzó la voz. 

– Madre, ¿ cuándo vendrá a jugar con nosotros ? 

Ella  perdida en la niebla, no respondió. Rompió de nuevo el cristal mudo, el lloro inconsolable del bebé. Tenía hambre. La madre temblorosa, casi a ciegas,  en esa penumbra, buscó con ansia el libro de los principales cuidados del niño. Encontró las páginas que describían como poner correctamente el pañal al pequeño. 

Solía pasarle que la primera vez que les ponía el pañal, lo ponía al revés. 

El bebé seguía llorando, implorando su comida, mientras ella mirando de reojo al libro, iba poniéndole el pañal. Los gestos de ella eran pausados, detenidos todavía en esas nubes, que se había alzado en mitad del  amanecer.  Lo habían paralizado. Era una  persiana medio abierta.  

De nuevo se oyó voces infantiles. Esta vez todos al mismo tiempo, preguntaron.

– Madre, ¿ Cuándo vendrá a jugar con nosotros? 

La madre les miró, a continuación cruzó sus labios con el dedo índice.  Callaron los niños. El vagido seguía corriendo caudaloso, febril, en el cuarto. 

Ella se sentó enfrente del espejo del tocador. Desnudó sus pechos para amamantar al niño. Al hacerlo, observó que su seno izquierdo era algo más pequeño que el derecho; que los pezones eran distintos. Incluso sus ojos no eran iguales. Embebida, ebria de su propia imagen, a través de los susurros  etílicos  del espejo entendió al niño. Volvió su primera mirada, la ilusión, el amor incondicional por el pequeño. 

Preparada,  reluciente, cogió entre sus brazos al niño, Lo llevó primero al seno izquierdo. Los labios del niño bebían ansiosos de su madre, mientras ella le hablaba. 

– Madre, ¿qué nombre tendrá el niño ? – preguntaron los demás-

– Será un nombre corto, como todos los vuestros,  para que si os llamo no tardéis  en venir. » Parecido», ese  será su nombre. 

Se oyeron palmas, gritos de júbilo, voces coreando juntas el nombre del nuevo niño : » ¡Parecido, Parecido!»

Después de dejarle saciado, el niño se quedó dormido. Le  acostó con suavidad en su cuna y se dirigió a atender a los demás.

«Ella», » La azotea», » Nada», «Ábaco», » Ojos», …fue llamándoles con su nombre para que se sentasen alrededor de ella, Miró amorosa sus cuerpos , sus rotros de papel en el cuaderno y empezó a contarles un cuento. 

  

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