Una butaca vacía

No había nada en la sala, solo una butaca de cuero marrón vacía de cuerpos y una mesita llena de letras lucían señoriales en su centro.

El recuerdo salió al encuentro del presente mientras cubrimos nuestros vientres con nieve de otra piel.

¿el tacto será capaz de recordar?

De las costuras brotaban manos y de ellas, hilos que hacían girar a la única bailarina de la caja musical.

Ella daba vueltas, giros y piruetas en mis ojeras saltaba dentro de mis córneas y gritaba en cada una de mis lágrimas. Quiso beber de mi sangre, pero cuando apuñaló mis arterias solo encontró ríos de ceniza.

Mi Dios ensangrentado clavó su estaca 33 veces en mis rodillas hasta que caí a sus pies.

Pero no me rendí.

La sala de pronto se llenó de mi alma, en la butaca dormía la niña de mis ojos abrazada a un espejo de mármol y en la mesa el bosque de sombras que libera mi pluma hizo arder la taquicardia de mis pasos y la araña quedó, por fin, atrapada en las alas de la mariposa.

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