La contemplación de nuestro cuerpo

La contemplación de nuestro cuerpo

Javier Vidal

21/04/2022

Del cuerpo nadie escapa. Ni siquiera cuando se blanquea con ropa de invierno o filtros. El cuerpo no solamente es cuerpo, late en sentidos y sienes, pervierte la mirada de uno mismo, es decir, la de los otros. Para corroborar esta teoría necesitamos un espejo o un iPhone. La ropa interior fuera de plano, a nuestros pies tan a menudo fríos. A esa distancia somos una telaraña de todo lo vivido y lo creído. Nadie permanece estático en su propia presencia, precipicios, como si la distribución de la carne nos obligara a encontrarnos dentro o entre la postura más favorecedora, que al final es la que menos nos expulsa de nosotros. Sí, el reflejo pertenece al que se mira, sin embargo, la piel incumbe a los extraños. O eso creemos.

Transcurridos unos segundos de duda y arrepentimiento lo peor va quedando atrás. Ahí estamos, tal y como fuimos, pasado sin trampa ni avenir concreto. Resulta que lidiar con las cicatrices, eso que cuelga y el imparable vello nunca sale a cuenta, precisamente lo único que da valor a los humanos. Sorprende descubrir que les pasa igual a adolescentes y viejos, aunque estos últimos llevan ventaja por haberse acostumbrado a lo único seguro. Bendito sea el deterioro, sinónimo de vida y miles de reflejos en los años.

Quietos, los cánones, la tendencia y la inútil perfección van deshaciéndose. Ahí estamos, estás, somos, eres, poco más que añadir ante un milagro sólo comparable a las propiedades del aloe vera. Acércate a ti, a tu tú, la mejor demostración de que la intemperie siempre trata bien al que se muestra, aunque aspire a una mejora ya incluida por defecto. Por fin tienes aquello que nunca tuviste. Sonríe, estás desnudo por primera vez desde tu nacimiento. Y está bien, todo está bien.

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