Me he vuelto revuelta en el intento de ser un desenredo. Esta lengua como quema, como duele. A veces el cielo no quiere disculparme a pesar de que fallezco ante sus ojos que están en todas partes. Las cosas que toman forma en el espacio que habito, casi siempre invaden con su totalidad, su manera de llenar lugares, su manera de existir. Toda su complejidad, su inmensidad, intensidad. Y duelen los oídos de escuchar y duelen los pies de caminar, y duele también la cabeza de tanto pensar. Por qué duele entonces esta lengua que ha hablado poco, que ha expulsado apenas monosílabos y risas. El camino que a veces se presenta ante ella es como un sinfín de ideas varias que comparten historias, dolencias, ideas, deseos (¿cálidos?). Una aventura de lo que es sentir cuando la han tocado mis dientes, cuando ha estado conspirando en contra de una ajena. Casi siempre la tuya. Sin poder soportar incluso el hecho de que todo lo que toca se vuelve caos. Expulsión de inmundicia, ya no risas. Y es que todo se ha caído desde ese cielo de anoche, cuando casi me traga y me hace desaparecer entre su profundidad y esas neblinas que parecían estar llamando todo aquello que no pertenece a la tierra. Como mi lengua quemada, como sus palabras que ya la han desgarrado, dejándola malherida y aturdida.

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