Un cuento de terror

Un cuento de terror

Tomás Rodriguez

11/04/2022

El terror es uno de mis géneros literarios menos favoritos. Ni siquiera lo entiendo. ¿Qué placer puede generarle a uno imaginarse que es perseguido por fantasmas y espíritus o que un asesino serial está esperándolo al final del pasillo, listo para clavarle un cuchillo ensangrentado en el pecho? El único interés que puedo llegar a encontrarle es, quizás la sorpresa, que el escritor me entregue algo inesperado, pero generalmente no suele cumplir mis expectativas.

Pero creo haber encontrado la solución. Estoy a punto de escribir una historia de terror bastante interesante, que no requiere personajes ficticios, solamente reales… y en particular uno solo.

Estoy hablando de usted, estimado lector. Hoy va a ser el protagonista de mi primer historia de terror. No necesito que haga nada especial, solo siga leyendo estas líneas. El único requisito indispensable es que lea con la máxima concentración posible, de corrido y sin saltearse al final. No despegue la vista de este cuento hasta que haya terminado, ni siquiera para dar un sorbo a su taza de café o espantar una mosca que pueda molestarlo. Le doy unos segundos para que consiga un lugar cómodo donde no sea molestado, así puede comenzar a leer.

Empecemos…

Supongo que usted, como todo el mundo le tiene miedo a algo. Piense brevemente en ello. Ahora quiero que se enfoque en un tipo de cosas, una categoría en especial: los insectos. Piense en su insecto menos preferido, aquel que provoque que usted quiera apartarse lo más posible cuando este hace su aparición. No se engañe a sí mismo, debe existir allí afuera algún tipo de bicho que le revuelva las tripas. Vamos, piense. ¿Qué es? ¿Una cucaracha? ¿Una araña? He leído que el hombre está genéticamente condicionado para temerle a las arañas, una parte de nuestro ADN que proviene de nuestros antepasados, los primates que no se modificó con el tiempo. Desde que nacemos le tememos a las arañas, solo que quizás no nos damos cuenta. ¡Cómo no tenerles miedo con esas ocho patas peludas, sus múltiples ojos mirándonos cual cazador a su presa favorita y su andar tan tenebroso! Puede que usted no le tema a las arañas, o que incluso haya otro insecto que le genere mayor repulsión. El mío son las langostas. Por más que sean inofensivas, el solo hecho de ver una genera en mí un pánico que ningún otro insecto puede generar. Quizás es por su tamaño, ya que son, en general, más grandes que los demás insectos, quizás es su color verde ácido, no lo sé. Pero dejemos de centrarnos en mí, vamos a hablar de usted. ¿Ya definió cuál es su insecto menos preferido? ¿Cuántas patas tiene? ¿Cuatro, ocho o cien?

Perdón por hacerle tantas preguntas, pero ¿está usted sentado mientras lee estas líneas? ¿Está recostado en el respaldo de su cama, a punto de ir a dormir? Pobre de usted si respondió que sí a esta última pregunta. Ahora es cuando necesito que haga uso de su imaginación. Visualice a ese insecto, por más repugnante que sea. Visualice todos sus detalles, los más asquerosos y los menos. ¿Ya lo tiene? Perfecto, porque ese insecto está a unos metros de usted, avanzando tenebrosamente. Imagino que su primer instinto es matarlo, aplastarlo con su pie o lo primero que encuentre. Pero no puede hacerlo, porque usted está paralizado. Completamente. Sólo puede mover los músculos que le permiten seguir respirando o los ojos para seguir leyendo estas líneas. Mientras lee esto, el insecto en cuestión ya hizo contacto con usted y ha empezado a treparle por el pie. Pero no a una velocidad vertiginosa, no. Lentamente, una pegajosa y peluda pata a la vez. ¿Puede sentirlo caminando tan gustosamente por su tobillo? Lo que más le aterra es que parece ir subiendo y que nada impedirá que llegue más lejos. Sienta todas las patas de este insecto en contacto con su pie, despegando una para apoyar otra y así sucesivamente trepando lentamente, pero trepando al fin por su cuerpo. No imagina lo gustoso y feliz que se encuentra este insecto al caminar tan libremente por su pantorrilla, sin tener que preocuparse por ser aplastado de buenas a primeras solamente por ser peludo y tener un par de patas de más. Este insecto se siente tan feliz que decide llamar a sus amigos para compartirlo con ellos. Y así ocurre. Una gran masa sin forma empieza a extenderse por el suelo y las paredes a lo lejos. La peor parte es que usted no puede mover la cabeza para confirmar qué es, por lo que no tiene más remedio que esperar a que esa especie de sombra se acerque un poco más, todo esto mientras el insecto camina muy lentamente por su pierna. Una pata a la vez, acercándose ya a su rodilla. La sombra que antes era distante ya se acercó lo suficiente hacia usted como para poder distinguirla y al reconocer qué es, siente un impulso natural de gritar de horror y salir huyendo. Pero no puede, recuerde: está inmóvil. Resulta que la masa uniforme que ya está a sus pies está formada por miles de hermanos de su insecto menos preferido (el cual ya pasó por su rodilla). Éstos amigos del primero empiezan a trepar por su pie, y no importa que lleve puesto un pantalón pues van por debajo de él. Puede sentir millones de patas peludas avanzando por su tobillo, al igual que lo hizo el primer insecto. Avanzan con la misma lentitud que inexorablemente los conducirán hasta su pecho, sus brazos, su cabeza. Trata de esquivar estos pensamientos, pero no puede, es lo que va a pasar y usted no podrá evitarlo. Los insectos están disfrutando este momento, tanto que se ríen a carcajadas de la estúpida mueca de horror que tiene dibujada en su cara inmóvil. De hecho, si agudiza el oído lo suficiente, puede escucharlos. Ellos juegan entre sí, hacen bromas y chistes mientras atraviesan su rodilla y empiezan a caminar por su muslo. Los más atrevidos le hacen pequeños pellizcones a la piel desnuda de su pierna mientras siguen con su paso lento: una pata a la vez.

Pero no todo está perdido para usted, señor lector. De repente, le brota una rebeldía inusitada, que le permite empezar a abrir la boca para gritar, ya sea de horror o para pedir auxilio. Haciendo una fuerza sobrehumana, mientras los insectos se acercan a su abdomen, consigue abrir los labios. Sólo unos milímetros, pero es lo suficiente como para que cobre ánimos y siga luchando contra el hechizo de inmovilidad que se adueñó de usted. Muy lentamente, separa los labios un centímetro, lo cual lo deja exhausto. Quiere detenerse a esperar unos segundos más para recobrar energía, pero siente las patas de los insectos avanzando por su panza y se da cuenta de que el tiempo urge. Lucha con todas sus fuerzas para seguir abriendo la boca, pero resulta insuficiente. La desesperación aumenta, más cuando siente cientos de patas trepar por su espalda. Se están acercando y no quiere imaginar qué harán cuando estén cara a cara con usted ¿Se vengarán de sus hermanos muertos? ¿O sólo se divertirán aún más del terror que experimenta? Los escalofríos le recorren la espalda, de hecho ya se acostumbró a ellos. Siente las patas llegar a su pecho y omóplato, y decide intentar una última vez abrir la boca y gritar de auxilio. Usa hasta la última gota de energía de su cuerpo en esta titánica tarea y lo logra: muy lentamente, casi a la misma velocidad que los insectos avanzan por su cuerpo (ya están asomando por debajo de su remera), logra abrir la boca completamente y se prepara para dar su grito de salvación. Los insectos detienen su avance y miran atónitos su boca completamente abierta, dispuesta a dar alerta.

Silencio.

No puede gritar. Lo intenta varias veces y sigue sin poder hacerlo. Es como si sus cuerdas vocales hayan sido selladas completamente. En un esfuerzo máximo consigue emitir un sonido muy débil, que se disipa en el aire sin que nadie llegue a escucharlo.

Los insectos vuelven a reír y se disponen a seguir avanzando. El mundo se le viene abajo cuando se da cuenta de que tiene la boca completamente abierta y no hay forma de cerrarla. Ya gastó todas sus energías en abrirla y no puede hacer más que esperar y mirar como una innumerable cantidad de insectos brotan por debajo de su remera y empiezan a caminar por su barbilla. Riendo, algunos empiezan a caminar por su lengua.

¿Sabía que la boca es una de las partes más sensibles del cuerpo? Imagínese que cientos de insectos caminen por ella. Algunos se desplazan por su lengua, como si se tratase de un colchón, otros se aventuran a ir más lejos y se mueven bajando por su garganta. El resto decidió seguir más adelante y los siente por todos lados. Los peores son los que le caminan por los ojos, abiertos de par en par. Puede ver los insectos más cerca que nunca, registrando detalles de su anatomía que jamás hubiera querido saber. Parecen regocijarse de placer al estar haciendo esto, casi tanto como lo hago yo mientras escribo esto. Por que recuerde: está leyendo un cuento.

Ya puede moverse, sacudirse del asco si es necesario. Ya puede olvidarse de los insectos, jamás estuvieron realmente. Sólo estuvo leyendo.

Espero que esta noche pueda dormir cómodamente y que no tenga parálisis de sueño, porque de ser así los insectos vendrán por usted.

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