El Conejo y la Tortura

El Conejo y la Tortura

Mata de Patos

06/04/2022

El Conejo y la Tortura

Sus orejas eran largas como las de todos los demás. Sus dientes grandes, sus bigotes firmes y su cola esponjosa, como las de todos los demás. Comía zanahorias y lechuga, y saltaba de un lado a otro, como todos los demás. A simple vista, Ofelio era igual al resto de conejos de su manada. Sus ojos negros y siempre perdidos en el infinito, y el blanco brillante de su pelaje, era exactamente el mismo que el del resto. Pero existía algo en él que lo diferenciaba, no solo de sus amigos y compañeros, sino además de todos los conejos que alguna vez hubiesen existido…

Ofelio, el conejo, paradójicamente, no follaba como conejo. No por falta de pretendientes, pues en un mundo tan simple como el de ellos, donde además, todos los machos son prácticamente iguales, no existe tal cosa como la escasez de hembras. La cosa iba por otro lado, tenía que ver, más bien, con la psiquis de nuestro dientudo héroe. Por alguna razón, tan extraña para él como para sus amigos, Ofelio simplemente no disfrutaba del sexo. Sentía que carecía de sentido. Que no era otra cosa más que una actividad trivial e insignificante, como cualquier otra, de la cual, tras haberla realizado varias veces, se tornaba aburrida si no tediosa. En resumidas cuentas, que algo le faltaba. Pero vaya uno a saber qué. Maldita sea, ¿Qué?

Las cosas, sin embargo, no habían sido siempre así. Al alcanzar la madurez sexual disfrutaba, al igual que todos, de comerse a cuanta coneja se le atravesara. Tirando y tirando pasó varios meses de su corta vida, pero, lenta y progresivamente, perdió por completo el interés. Y mientras los demás conejos culeaban día y noche, y se burlaban de él por no hacer lo mismo, el pobre Ofelio se tendía panza abajo en su madriguera a observar la tierra y pensar. ¿Por qué a mí? ¿Qué clase de conejo no disfruta de follar? A la mierda con todo. A la mierda.

Las cosas cambiaron, sorpresiva y abruptamente, la primera vez que la vio. Una fría noche de invierno, en una de las tantas orgías de conejos, se apareció, como un espejismo, frente a él. Dientona, orejona, blanca y bigotuda. Exactamente igual a todas. Apenas perceptible en la espesa nieve de diciembre. Pero sus ojos eran rojos. Rojos como el magma. Rojos y fríos. Perdidos, pero no en el infinito, sino en el aquí y el ahora. Quizás encontrados, más bien. Ardiendo tan intensamente como su corazón. Rojos como el amor, la pasión, la vida. El infierno.

Su nombre era Karma, y sus patitas suaves como copitos de algodón. Por primera vez en lo que parecía no menos que una eternidad, sintió unas tremendas ganas de hacerla suya. Se presentó, nervioso como nunca, y sintió con su fría nariz el calor del interior de sus orejas. Karma sonrió y se sonrojó. Le preguntó por qué nunca la había visto, a lo que ella respondió con una pícara sonrisa: Difícil es ver a alguien cuando miras siempre al infinito.

Hablaron por casi media hora, más de 10 veces en promedio lo que suele tomar a los conejos empezar a follar. Se rieron y se besaron, hasta el punto que sus enormes dientes lo permitieron. El cosquilleo de los bigotes de Karma se sintió más placentero que cualquier polvo en la vida de Ofelio. Su mundo se esclarecía, su corazón revivía. Sus pelos blancos se erizaron, y sus ojitos, negros como la nada, brillaron por primera vez. Estar con ella resultó diferente. En su interior ardía un sentimiento que jamás había experimentado. Lo desconocía. Ni siquiera sabía cómo llamarlo. Pero estaba feliz. Por primera vez en años, la vida de Ofelio parecía cobrar sentido. Cuando Karma le dio la espalda y subió su colita, pensó que de ahí en adelante todo estaría bien. Que se la comería, tendría conejitos con ella y todo estaría bien. Todo. Pero vaya si estaba equivocado. Torpe conejillo, torpe.

Se tumbaron a mirar las estrellas tomados de las patas.

¿Estarás mañana por acá?

Siempre estoy, Ofelio. Dime. ¿Tú estarás?

Donde tú estés estaré yo

Jaja, no puedes estar en todas partes todo el tiempo, querido

Ofelio ignoró la respuesta y cerró sus ojos. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

Despertó temprano al día siguiente. Saltó y saltó al otro lado del valle en busca de las zanahorias más naranjas y frescas de la zona. Cantando y sonriendo a cada brinco. Tomó la zanahoria más grande que encontró y volvió, tan feliz como partió, a su madriguera. Peinó sus largas orejas y limpió sus enormes dientes. Tomó una gigantesca bocanada de aire y suspiró con fuerza. Hoy tu vida va a cambiar, Ofelio. Vas a ser feliz.

Saltando en una patita, con una zanahoria tan grande como él amarrada a sus orejas, llegó a la orgía de conejos. Segundos le tomó divisar los brillantes ojos rojos de Karma en medio de la oscuridad de la noche. Sus ojitos se iluminaron y su corazón creció. Pero su alegría duró poco. No más que unos segundos. Ofelio, el desdichado, fue feliz por poco menos de un día. Sintió entonces una tristeza que jamás había sentido. Del cielo al infierno en cuestión de horas. A la mierda.

Detrás de su conejita, de su Karma, un conejo cualquiera entrando y saliendo de ella. Su carita feliz, su pelaje erizado, sus ojos tan rojos como cuando estuvo con él. La sonrisa de Ofelio desapareció, y el brillo de sus ojos se intensificó por las lágrimas que se formaban en ellos lentamente. Cruzaron miradas. Él llorando, ella sonriendo. Puta. Karma, eres una puta (amén).

Saltando más rápido que nunca, huyó del valle. La enorme zanahoria quedó atrás, marcando el último lugar donde Ofelio fue feliz. Saltó y saltó hasta llegar a lo más profundo del bosque y se tumbó contra un árbol, frente a un riachuelo, a llorar. Un búho lo llamó desde la rama más alta del árbol.

¿Por qué lloras, conejo?

Me han ilusionado, búho. Me han ilusionado y me han traicionado

¿Quién, conejito?

Ella. Karma. Mi karma. Se ha acostado con otro…. Pensé que había sido algo especial. Que sería diferente esta vez

¿Diferente cómo?

No lo sé, búho, no lo entiendo. Mi interior se sintió caliente. En mi rostro se dibujó una sonrisa. En mi mente siempre su carita…

Se llama amor, pequeño conejo

¿Amor?

Sí, amor

¿Qué es amor?

Es lo que sientes, animalito. Aquello que llena tu espíritu y desocupa tu mente

Amor. Sí, sí ¡Es amor!

Pero los conejos no aman, pequeño. Los conejos follan. Más nada. Nada

Pero la amo. Yo la amo, búho

Puedes amar, mamífero ingenuo, y ser infeliz. O puedes apagar tu corazón y ser un conejo. Sé un conejo, conejillo. Sé un conejo…

Ofelio secó sus lágrimas. Saltó lento pero seguro a la cima de la montaña más alta rodeando el valle. Su rostro decidido. Sus patas firmes. Su corazón frío. Desde arriba observó el lugar que llamó hogar durante tantos años. Amarró lentamente sus orejas alrededor de su cuello. Una lágrima rodó por su mejilla, y tiró con fuerza de ambas orejas. Su garganta se cerró y el aire dejó de fluir. Perdió la conciencia y cayó al suelo. El mundo quedó de medio lado. Siguió jalando con la poca fuerza que le quedaba, mirando el valle. Su mirada se hizo borrosa, el latido de su corazón lento. Solo una cosa en su mente: Karma, Karma, Karma, Kar…

Y así murió el primer conejo que conoció el amor. Sus ojitos, rojos como manzanas, reflejaban la luz de la luna…

– M

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