Trato de enamorarme de personas a las que desconozco, mientras ignoro a aquellas en quienes confío. Ese es mi principal error. Quizá sea esa misma confianza ciega, la que me hace perder los estribos, guiándome a través de falsos vínculos que se desvanecen sin siquiera llegar a sentirlos.
Es por ello por lo que apenas he sido capaz de atreverme a abrir mi corazón a todas esas personas que emociones en mí llegaron a generar. O tal vez fueran el miedo y el pavor que recorrían mi cuerpo, desde las pestañas hasta las puntas de los pies, al creer que sería rechazado. Por este mismo motivo, nunca lo acabé expresando. Preferí quedarme en silencio, observando lentamente cómo te iba perdiendo, al mismo tiempo que quedaba petrificado a causa de los témpanos que recorrían la piel de mis mejillas, helando mi rostro.
Así, cada noche, arrepentido, me voy a dormir pensando en lo que podría haber sido, intentando visualizar en ti aquello que realmente sé que no existe, pues tan solo eres producto de mi imaginación. Sin embargo, siempre acabo conociendo a otra persona con la que vuelvo a caer. Lo siento, no es tu culpa, sino la mía. Parece que no aprendo. De hecho, tales son los puntos de obsesión y de inseguridad que ha alcanzado mi subconsciente que este ha terminado por traicionarme, provocando unos sueños, o más bien castigos, en los que aparecéis todas vosotras, recordándome una y otra vez todo el daño que os pude ocasionar, y así, hasta despertar.
De este modo, últimamente, he ido perdiendo el interés por este tipo de relaciones, tan efímeras y confusas que concluyen en un bucle eterno, sin saber muy bien cómo salir, ni tampoco cómo llegué hasta ellas. No obstante, aunque desorientado, aún mantengo la ilusión, a pesar de saber que tarde o temprano caducará. Y es que hay algo que es indiscutible: no puedo negar cuánto te quiero, pero tampoco cuánto necesito olvidarte. Por mucho que duela, se trata de la realidad, aunque… ¿qué sé yo? Tampoco pretendo engañarte usando unas líneas que ni yo mismo sé cómo terminar.
Y es que nunca encontré las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. O quizá nunca las hubiera. Aún así, me alivia pensar que, tal vez, una vez te hayas marchado, dejaré de desear cosas que no están a mi alcance.
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