Lo veía en las escenas de la telenovela que cada noche ponía su abuela durante la cena. Escuchaba sobre él en los boleros que la despertaban los sábados, cuando su mamá prendía la radio mientras limpiaba. Incluso había leído de él en el libro de poemas que su hermano escondía bajo su colchón. Así, cada vez se convencía más: dar un beso debía ser lo mejor del mundo. Mejor que escuchar su casete favorito o pasear toda la tarde en bicicleta con sus amigas. Debía ser superior a cualquier cosa que le hubiera pasado en sus casi quince años de vida y quería estar preparada para ese momento.
Compraba revistas a escondidas de su mamá, porque tenía prohibido leerlas por ser aún pequeña. Buscaba tips y practicaba con su reflejo en el espejo. Al principio se sentía avergonzada consigo misma, pero después pensó que sería peor continuar sin saber cómo hacerlo. Y cada noche, después de cenar, se encerraba en su cuarto; le decía a su mamá que quería estudiar, pero en realidad se besaba ininterrumpidamente hasta las diez, cuando se acostaba. A veces soñaba que se besaba con Roque, su vecino de enfrente. Él no le parecía atractivo, tenía los ojos hundidos y su nariz era curvada, pero le gustaba su boca pequeña y cuando platicaban la miraba disimuladamente. En algunas ocasiones se relamía los labios de manera inconsciente.
Comenzó a preguntarse cómo podría besar a Roque. No sabía si proponérselo o simplemente robarle un beso en el momento menos imaginado; había leído que eso era muy romántico, pero temía que su amistad terminara. Le tenía mucho cariño y, además, todos los días él la acompañaba a su casa cuando salían de la secundaria.
Pensó en mandarle un papelito en el receso para preguntarle si él quería que se besaran, pero no podría soportar la espera prolongada de una respuesta; de igual manera, temía que creyera que era una niñería, después de todo él era un año mayor que ella. Finalmente decidió intentar que se diera el momento cuando fueran juntos de regreso a sus casas después de clases. Sería linda con él e incluso le coquetearía y esperaba que con eso se diera cuenta de sus intenciones.
A la 1:20 pm esperaba en la tienda de la esquina frente a la escuela con sus amigas. Hablaban en voz baja, casi susurrando, como si esperaran que nadie las notara, pero después se reían tan alto que quienes pasaban del otro lado de la calle volteaban a verlas. Ella también se reía, aunque estaba muy nerviosa. Sus manos le sudaban, en contraste a su boca, que se le había secado. Cata le puso bálsamo en los labios y Paty le dijo que no se preocupara, que había practicado mucho y todo saldría bien. Ella asintió con la cabeza e intentó sonreír, pero solo pudo hacer una mueca extraña con la boca.
Pocos minutos después vieron salir a Roque de la escuela. Cata y Paty le desearon suerte y se metieron a la tienda, mientras ella se quedó esperándolo con la mueca extraña que había hecho momentos antes. Cuando él llegó le preguntó si se sentía bien. Le contestó que sí con una voz fingida en un intento fallido de coquetería, y él le preguntó si estaba segura. Para ese momento pensó que lo mejor sería desistir y así, su rostro recobró el semblante habitual y su voz fue la de siempre.
Mientras caminaban, Roque mencionó el proyecto que tenía que hacer para Biología: cuidar de un huevo junto a una compañera como si fueran sus padres. Para su suerte le tocó con Lupe, la más guapa del salón, según sus propias palabras. Ella no estaba tan segura, pero él seguía hablando de sus facciones finas y de sus ojos verdes y grandes bajo esas largas y rizadas pestañas. “No creo que sea tan bonita”, dijo por fin. “¿Estás celosa?”, preguntó Roque, pero no hubo respuesta. “Tú también eres bonita, sobre todo me gustan tus labios”. Ella paró de pronto, las piernas no le respondían, pero no quiso que se le notara lo nerviosa que se sentía y empezó a reír. “¿No me crees?”, preguntó Roque, y se le acercó tanto que ella vio detenidamente sus ojos por primera vez. Eran color miel.
Dejó de reír; sabía que el momento había llegado. Recordó la escena de la telenovela donde Paulina besaba a Carlos Daniel en la mansión de los Bracho y trató de copiar sus movimientos. Ambos cerraron los ojos y ella lo tomó de las manos. Seguían sudadas, pero a él no le importó. Los movimientos de sus labios eran grandes y bruscos, también rápidos. Sus dientes chocaron. Roque intentó meter su lengua en la boca de ella, pero en el último se arrepintió, también era su primer beso. Él trataba de recordar los consejos que, entre bromas, le habían dado su hermano y su primo, pero estaba muy nervioso para acordarse. Soltó las manos de ella y la abrazó, pegándola a su cuerpo. Se arriesgó con la lengua y volvió a meterla. Cuando por fin se separaron, vio cómo la había babeado alrededor de los labios. Sintió vergüenza, sin embargo, ella no le dijo nada. La tomó de la mano y siguieron caminando.
Ella entonces no comprendió la telenovela, ni los boleros, ni los poemas.
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