Una tarde cualquiera, Kai, un muchacho muy peculiar, estaba haciendo su ronda de vigilancia del sembrado, pues el «buitre Benizatto» estaba al asecho. Kai era un descendiente de los líderes del clan y era su deber mantener la calma en su pueblo, pero algo estaba por cambiar esa calma.
Más nunca imaginó lo que le esperaba…
Kai, un líder nato, siempre gentil y humilde, con una fuerza tanto interior como exterior irreal que hasta ese día era desconocida incluso por el mismo. Todo parecía normal, hasta que a lo lejos se escuchó en apenas un grito ahogado un llamado de auxilio. Kai sin pensarlo dio una señal de alerta, pues él no estaría en su lugar y corrió hacia el bosque, buscando de donde venía aquel grito tan débil, aunque se mantenía alerta en caso de que fuera una trampa de Benizatto.
Casi agonizando estaba ella, Moxie. Kai al verla se quedó perplejo, pues Moxie no se parecía a ninguna otra persona que él pudiera conocer. No sabía qué hacer, quería ayudarla, pero no podía llevarla al pueblo, ya que temía la reacción que provocaría Moxie en ese lugar, así que la llevó a una choza cerca de las cascadas Pa-Claú, pues él sabía que nadie podía estar en ese lugar sin una autorización y acompañamiento de un guía que conociera ese lugar casi inhóspito. Moxie, muy mal herida, apenas podía moverse o hablar; a pesar de eso decidió darle su gratitud a Kai, pero… ¿Cómo lo haría? No quería asustarlo, así que pensó un simple detalle para él. Moxie alzó su brazo, haciendo brotar de su mano una extraña flor de cuatro hojas. Kai estaba asombrado por la gran habilidad que tenía, quedándose perplejo ante esa situación. Estuvo inmóvil un momento casi eterno, cuando al fin logró decir algo; estaba más que agradecido con el detalle de Moxie.
Moxie le dijo con las escasas fuerzas que le quedaban: «Hay más en ti de lo que tú mismo puedes ver, al igual que en todo lo demás que no llega a la vista humana». Así que usa esta flor cuando llegue el momento en el que necesites de mí.
Desde ese día Kai llevaba ese humilde regalo a todos lados procurando que nada le pasara.
Kai todos los días la visitaba, dándole abrigo, comida y curando sus heridas, pero un día Kai fue a la choza y Moxie no estaba ahí.
Kai se preocupó mucho, pues estaba lloviendo; era oscuro con un clima frío.
Recorrió el bosque buscándola, pero no tuvo éxito. Entonces recordó lo que Moxie le dijo, así que tomó la flor y llamó a Moxie con todas sus fuerzas, pero no funcionó. Kai no podía entender por qué no dio resultado; pensó por un largo tiempo y dijo para sus adentros: «hice lo que me pediste, ¿por qué no resultó, Moxie?, te necesito, por favor, ven a mí». A lo lejos escucho un melodioso susurro.
No lo entendiste, Kai, no es esto de lo que yo hablaba. Querer y necesitar no es lo mismo.
Kai cerró los ojos y le respondió: «quiero ver que estés bien, necesito esa paz que me daba verte». La voz de Moxie sonó entre los árboles.
«Cuando llegue el momento ahí estaré».
Una luz ferviente se divisó a lo lejos; Kai quedó paralizado sin saber qué hacer. La luz comenzó a acercarse, pasando a través de él, y una voz en su cabeza dijo:
«Ya estamos conectados, nuestro poder está unido y despertará cuando sea la oportunidad».
No estarás solo jamás, pero debo advertirte: tu fuego interno es tan grande que puede darte un gran dote de reparación o estabilidad, pero en una emoción fuerte de furia o de impotencia que no puedas contener ni yo misma podré contenerlo. Tendrás que ser precavido con tus actos. Tú buscas servir, ayudar y cuidar de tu pueblo y ahora mi deber es cuidar de ti de todo lo que pueda dañarte… incluso de ti mismo.
Tantos años has pasado en la «oscuridad» que cualquier arrebato inestable podría desatar una tempestad incontrolable que fácilmente acabaría con todo a su paso.
«Debo mantenerme en control» se dijo a sí mismo Kai.
En ese momento comenzó a sentir una picazón ardiente en su mano; el trébol estaba formando parte de él, quedándose así plasmado en su palma. Kai comenzó a sentir que algo brotaba desde su interior. En su espalda brotaron unas grandes y fuertes alas. Comenzó a sentir cómo se hacía más y más grande. Sus ojos cambiaban de color, sus manos se hicieron grandes pero suaves al tacto, sus sentidos se agudizaron a tal punto que sentía el movimiento de la tierra al rotar el aire que entraba hacia sus pulmones. Todo en él se agudizó… Moxie resonaba en su cabeza: «Ahora nuestras energías se complementarán, tú serás parte de mí y yo de ti».
Cuando terminó su transformación, ambos hablaron como una sola voz.
«Somos uno».

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