Qué pudo ser del niño que apenas llegó a gatear.
Del que no soñó con hadas que habitaban en las nubes.
De la niña que a todos sonreía, sin saber por qué,
mientras no cesaba de escuchar el rutinario silbido de la muerte,
que siempre acechaba.
Qué pudo ser del que no cruzó el umbral de la infancia.
De tantos rostros acabados prematuramente.
Ojos hundidos.
Comidos por las moscas.
Barrigas hinchadas, tendidas al sol que mata y no da vida.
Cuántas rosas que pudieron ser, se quedaron sin ser.
Cuántos sueños ni empezaron a forjarse.
Cuántas huellas se quedaron sin marcar la arena de tu playa.
Cuántos grandes o pequeños pasos para la humanidad.
Qué pudo ser de nosotros con ellos presente.
De la historia.
De tu historia.
De tantos millones de besos que nunca brotaron.
De las estrellas que no pudieron prenderse en el firmamento.
A dónde habrían arribado los barcos que jamás zarparon.
A qué islas desiertas.
A qué corazones.
Los que no pudieron emprender el viaje.
Cuántos cumpleaños no se celebraron.
Cuántos hilos de voz tuvieron que apagarse
para llenar con su sangre nuestros ríos.
Cuánto arrebatamos.
Cuánto nos perdimos.
(Del libro CICATRICES. CUADERNOS DE POESÍA)
Los horrores de la guerra de Vietnam no terminaron con el fin de la invasión estadounidense en 1973, tras ocho años de dura intervención, ni con el de los lanzamiento de bombas de napalm (altamente incendiarias y prohibidas por las Naciones Unidas desde 1980). Una vez retirados los militares norteamericanos, el país quedó sembrado de minas que continuaban hiriendo gravemente y matando a cientos de personas, sobre todo a niños. Miles de voluntarios se ofrecieron para limpiar los numerosos campos de minas que se diseminaban por todo el país. Muchos murieron en el intento. A ellos, y a todas las madres que perdieron a sus hijos en tan noble empeño, dedicó el cantautor cubano esta canción, precisamente en un día de la madre.
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