Me encuentro rodeada de oscura y amarga materia, aquí la definición de profundidad no existe, la forma, el tan jadeado tacto, nada, nada de eso existe, solo vacío. No hay olor, tacto, color o contacto. Hablo con certeza, segura de lo que mi alma siente. Aquí el viento no sopla, no canta ni llora. Me pregunto, ¿será así por siempre?… No hay porque preguntar, yo lo se, de esta manera lo ha sido siempre, y lo seguirá siendo. Tal vez, mi pregunta debería cambiar, ¿por que yo? será esta una penitencia divina, una penitencia por los ciegos ojos acusadores que no vieron lo que nunca fue, y lo que nunca será.
En este estado de languidez intento intensamente recordar. Mi conciencia me engaña, mis recuerdos enceguecidos fallan. Estoy segura, nunca tuve memoria, o alguna opinión acerca de ella. Solo deseo sentir la piel de aquel hombre que tanto anhelo, pero yo solo corto sin cordura, corto, corto, y corto, como si de mi no se tratara, soy controlada, azotada, y hasta ahora me doy cuenta. Siento la sangre ardiendo en mi piel, como roza mi cuerpo. Lo poco que quedaba de mi humanidad, la sangre la embadurna lentamente, suave, como una tortuosa caricia.
Mi piel, su piel, nuestra piel. Me siento como un animal sollozando por ayuda, ayuda que nadie me dará, porque estoy sola, siempre lo he estado, la vida, nunca fue mi vida, y la muerte tampoco lo será. No hay piedad, no hay piedad en la existencia, ni en la inexistencia. Yo necesito un beso de vida, de nacimiento, de humanidad. Uno que nunca llegará.
¿Guardar esperanza en ese hombre me ayudara?
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