EN LOS PASOS DE FRANCISCO

En algún momento el Papa decidió venir a México, y porqué no decidimos ir a Italia a buscarlo.

Después de lo que sentí fueron más de 2000 años de viaje, en un avión incómodo, el aeropuerto olía a incendio y las paredes todavía estaban quemadas, siguió un taxi con un taxista al que no entendía pero se esforzaba por hablar más y más rápido. El hotel se sentía como promesa de recién casados, sólo faltaba que las cervezas nocturnas quisieran salir a conocer el nuevo país, y justamente ahí estaban esperando en mi vejiga como turista en migración.

Después de ver que el Papa no estaba en casa, y por fin pasar al baño, el fracaso se sentía como una piedra que había golpeado mi cabeza.

Pero es Italia, y no hay manera de pasarla mal me decían todos desde casa, visité un café, una pizzeria, y decidí caminar y perderme entre la gente y entre calles que se veían amables. Conocer gente estaba fuera de mis planes, el idioma me había hecho prisionero de mis pensamientos, así que sólo quedaba ver.

Me convertí en un fantasma, en un vouyerista, que aunque clavaba la mirada en las personas pasaba completamente invisible.

Ser invisible es una experiencia religiosa, que me llevó en los pasos de Francisco, caminando por las pequeñas calles llenas de historia hasta el Vaticano y cuando llegue era la hora de la salida. Miles de monjas que platicaban entre ellas como como niñas recién salidas de la escuela, riendo cuál niña japonesa mientras confiaban sus secretos a sus compañeras de carmelo.

Ahí la vi, caminando dignamente, sola igual que yo, con la cara que podría pertenecer a la más estricta de las directoras de escuela. Una madre entrada en años, sólo Dios podría saber sus pensamientos y sus fantasías, no por estar entregada a la Iglesia dejaba de ser humana

Tal vez Francisco no estaba en casa, tal vez mi viaje fue un fracaso, tal vez no pude contar la historia, tal vez mentí con que si llegue al baño, pero regrese con uno de esos momentos que aunque fue fugaz sigue y seguirá en mi cabeza.