Cargó con su mochila, tomó de frutero la más verde de las manzanas y asomó la cabeza al cuarto donde aún reposaba a su madre.

  • ¡Ciao! – dijo a modo de saludo de buenos días y de despedida.

Recibió con desgana la primera bocanada de aire oxidado por la polución y sentenció:

  • ¡Maldita ciudad!

Como perniciosa costumbre, calzó los auriculares sobre sus orejas, ajustó el volumen y el ruido, el trajín, el estrépito del monstruo que despierta, pasó a ser como esas baladas edulcorantes de trompeta con sordina que cualquier músico de jazz interpreta oculto por una nube de humo en cualquier garito donde se puede paladear hasta el aire.

Con las primeras notas del Enjoy The Silence, de Depeche Mode, se puso en marcha. Dio los buenos día a la vendedora de tabaco, al invidente de la ONCE, al limpia de la cafetería, rozó su dedo como si fuese la escala de un piano sobre la barandilla del metro y dejó que la boca de esté la tragara por una de sus miles de fauces abiertas que constantemente devoraban y escupían, escupían y vomitaban a los transeúntes con la misma voracidad que Saturno devoraba a sus hijos.

Un desahuciado del destino extendió su mano negra, pero ella, se encogió de hombros y echó la culpa a la música con el gesto de quien no entiende nada ni oye nada.

-Pronto empezamos…

Y siguió bajando escalones.

Una gitana rumana le ofreció tres paquetes de clínex por solo un euro. Se volvió a encoger de hombros volviendo a echar la culpa a la música que solo sonaba para ella.

-No hay paso franco, recoja su billete en taquilla.

  • ¿Cómo dice?
  • ¿No me oye?

Se descalzó del auricular derecho.

-Le digo que su billete está caducado.

La cola protestaba.

-La de la mochila no se entera.

Y era verdad que no se enteraba. Abandonó la cola fue a la taquilla y extrajo un nuevo billete.

Pero no juró, porque la fecha bien se lo advertía.

-Mierda.

Aulló y se echó a reír.

Dos monjitas la miraron como si vieran al diablo en persona.

Ella las miro; anda que si llegan a escuchar a este mamón que me mata…

Y es que Tom Waits aullaba, llamaba al taxi… Rain Dogs.

Salvados los impedimentos, sin monjitas, sin controladores con cara de úlcera de estómago, sin estúpidos mete prisas, siguió bajando las escaleras al ritmo que Tom imponía con su música machacona. Era como ir pisando sobre charcos que chapoteaban y salpicaban a todo el mundo. Como escupiendo cada estrofa envuelta en saliva a marga que el cantante americano deja suspendida en el silencio.

El andén vació, dos supervivientes más que, como ella, no habían llegado a tiempo para subirse al tren que les transportar dentro del túnel evitando el camino inhóspito, el zoco de Marrakech de la superficie, la carrera de obstáculos tomando el camino más recto y seguro para sobrevivir al Infierno de Dante.

En aquel momento le vio al otro lado de las vías, esperando en sentido contrario, sentado en sentido contrario, leyendo en sentido contrario, guapo, en sentido contrario, interesante, en sentido contrario, deseado, en sentido contrario.

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