Notas de lectura: «El etiope» de Ferdinand Von Schirach

Notas de lectura: «El etiope» de Ferdinand Von Schirach

Notas de lectura: “El etíope” de Ferdinand Von Schirach

“La realidad de la que podemos hablar

jamás es la realidad en sí.”

Werner K. Heisenberg

“Últimamente hay una polémica acerca de si el arte de contar historias es algo distinto de la literatura… Para mí son dos cosas inseparables. Todo es lenguaje. Cuando abro un libro, quiero que me cuenten una historia, ver cómo los personajes se mueven por el mundo”.

Salman Rushdie

“Crímenes” primera obra literaria de Ferdinand Von Schirach, es publicada en 2009. Una compilación de once relatos, inspirados en casos en los que el autor intervino como abogado defensor en Berlín, tuvieron una buena recepción por parte del público y la crítica. Un gran debut en el ámbito literario, gracias al estilo sobrio y eficaz, que incluye en su prólogo una interesante teoría: “Todos tienen su historia y no son muy distintos de nosotros. Nos pasamos la vida danzando sobre una fina capa de hielo; debajo hace frío, y nos espera una muerte rápida. El hielo no soporta el peso de algunas personas, que se hunden. Ése es el momento que me interesa. Si tenemos suerte, no ocurre nada y seguimos danzando. Si tenemos suerte”.

“El etíope”, el relato que cierra la ópera prima de Von Schirach, es la penosa historia de Frank Xaver, un hombre alemán dejado a su suerte por la mano de Dios. Abandonado al nacer en una palangana frente a una iglesia, es adoptado por los Michalka. Se cría con un padre sustituto taciturno, recio, sin atisbo de ternura. En la escuela es marginado; con su metro noventa y siete y su apariencia de deficiente, era poco menos que un esperpento para sus compañeros “En el parvulario se burlaban de él; empezó la escuela a los seis años. Nada le salía bien. Era feo, demasiado alto y, sobretodo, excesivamente revoltoso. Le costaba estudiar, su ortografía era un desastre, sacaba la peor nota en casi todas las asignaturas. Las niñas le tenían miedo o sentían repulsión por su aspecto”. Pasada su adolescencia decide viajar a Hamburgo en autostop. “Allí todo iba a mejorar; «en Hamburgo habita la libertad», había leído en alguna parte”. Deambula perdido, sueña con Etiopía y termina asaltando un banco. Toma un avión. Extraviado y sin dinero termina enfermo de malaria. Es atendido por gente que desconoce. Establece lazos con una comunidad local, son de piel negra. Está entre los suyos en un pueblo perdido. Frank advierte el retraso del pueblo. Ayuda a los caficultores. Transforma la producción en algo digno y reactiva la comunidad. Conoce a Ayana, viuda, joven. Ella lo cuida. Se enamoran, se casan y nace un hijo. Años más tarde, tras un control de pasaportes, es deportado y juzgado en su país de origen. Obtiene su libertad. Al salir de la cárcel, nuevamente no sabe qué hacer, sin recursos, toma la infortunada decisión de intentar robar un banco -como aquella primera y lejana vez-, para procurar el dinero del pasaje de avión de regreso. Es aprehendido de inmediato. Nuevo juzgamiento hasta que alguien lo reconoce: un viejo amigo que sabe lo que ha hecho por el pueblo del que procede. Allí, la figura procesal cambia y el estado de necesidad se hace patente. La condena menor es apenas el preámbulo final de un regreso renovado. Hasta aquí, el nivel de la historia.

El perito psiquiatra, dictamina que, al momento del robo tenía mermada su capacidad de raciocinio, la cajera del banco declara que no temió por su vida en momento alguno y dice: «el atracador no era más que un pobre diablo, mucho más educado que la mayoría de los clientes», y la inspección del arma da cuenta de que se trataba de un modelo barato de fabricación china: «El atraco a un banco no es siempre sólo el atraco a un banco. ¿De qué podíamos acusar a Michalka? ¿Acaso no hizo algo que es connatural a todos nosotros? ¿De verdad habríamos obrado de otra manera de haber estado en su lugar? ¿No albergamos todos el anhelo de volver con nuestros seres queridos?

“El etíope”, sin duda alguna, es una historia impactante: un hombre golpeado por la vida que finalmente encuentra la paz, luego de cometer un delito leve, que cobrará importancia en su futuro. Pensemos un instante en esa frontera difusa entre la persona corriente y el delincuente, cruzarla parece más, una cuestión de azar.

El relato es el resultado de vivencias que Von Schirach ha transformado, con notable instinto narrativo, en una historia de atmósfera cautivante. El lenguaje es sobrio y conciso, la búsqueda de la verdad judicial centra la atención. El delito cometido por un individuo común y corriente, nos deja la extraña sensación de estar observando una especie de instantánea de la realidad, con todos sus pormenores, descriptos, con toda su crudeza.

En el proceso judicial, Von Schirach, encuentra una interesante posibilidad narrativa: el fiscal que presenta una argumentación sobre la cual el abogado defensor debe buscar fisuras, inconsistencias, para oponerse con otra narración, tal vez, “más verdadera” de hecho, más conmovedora, condicionada por los detalles personales del acusado.

Frank Xaver, nuestro protagonista, no es un delincuente habitual, todo lo contrario. Nos encontramos frente a una persona normal, inmersa en un círculo social y cultural (adverso si se quiere) que por diversas circunstancias se ve conducida a cometer un acto ilegal.

El relato nos plantea el tema de la verdad, esa que se escurre por los vericuetos de los procesos judiciales y nos invita a reflexionar sobre el sentido del castigo, pero, sobre todo, nos habla con inmediación del ser humano, de su miseria y también de su grandeza. Un relato profundamente original, revelador y lleno de matices.

En palabras de Von Schirach: «El abogado defensor no se hace amigo de su cliente. Mantiene la distancia, solo es un observador. No juzga, no moraliza, no lo abandona. Esta actitud profesional y desinteresada resulta importante para el acusado. Todo lo que se dice se encuentra protegido por el secreto profesional del abogado. Él puede abrirse, porque sabe que no va a ser traicionado. Y es más fácil que con un cura, porque el abogado no juzga. Sólo el tribunal puede decidir si es culpable. Si lo absuelve, el cliente no es culpable. No importa si yo lo considero culpable o no».

El relato se construye a partir de un discurso veraz y sorprendente, estructurado con la concisión propia de un narrador certero, que expresa cada hecho con oficio y que deja intencionalmente, al lector, las consideraciones finales. Es inevitable, luego de su lectura, dejar de pensar en las eternas miserias, inseparables de la condición humana y también, en los pocos, pero existentes actos, que la ennoblecen.

La prosa sencilla, casi parca, con una estructura narrativa cercana a la exposición. Von Schirach, logra con elementos mínimos, descripciones precisas y múltiples matices, dar ritmo al relato, dotarlo de alma y hacer foco en su personaje, cuya mayor particularidad, es su normalidad. Una persona expuesta y obligada a actuar de acuerdo a circunstancias adversas que se le van presentando. Una historia que se desarrolla en la fina línea de lo bueno y lo malo, claroscuros, que ponen en relieve la fragilidad humana, variada en su cotidianidad, con elementos distintivos, que permiten al lector disfrutar, sorprenderse, conmoverse, indignarse y ponerse en los zapatos del personaje.

El epígrafe inicial de Heisenberg, nos llama a introducirnos en una realidad que pareciera escapar a nuestro entendimiento. ¿Cómo es posible que en la existencia cotidiana se entrecrucen de tal modo las vidas y los hechos triviales consumando delitos impensables?

Subyace en el texto ese inaprensible sentido de hacer justicia de cada integrante del sistema judicial. El relato comparte la idea de un nexo funcional y oculto, entre el orden social, la transgresión criminal y el castigo derivado de la acción. Palabras como culpa, verdad y realidad, se nos antojan tan complejas en este caso, que nos invitan como lectores, a una seria reflexión sobre el problema de la perspectiva y la moral.

La narración en su estilo seco y minimalista, conmueve. Quizá, porque no usa el camino fácil de la anormalidad, ni intenta provocar empatía con seres detestables, o una comprensión de todo lo que llevó a que alguien actuara del modo que lo hizo, porque nada es lo que parece a simple vista. El abogado puesto a narrador logra su cometido: «hacer que el lector actúe como juez y decida la pena».

Defensores, fiscales y jueces, cada uno en el ámbito de sus competencias, intentan desentrañar una verdad que siempre obedece a ribetes de percepción distintos, como suele ocurrir dentro de un sistema procesal cualquiera. Es cierto, los actores disienten en sus apreciaciones sobre la ocurrencia del hecho; motivo, participación y eventual responsabilidad penal. Todo es asumido desde una óptica individual, un juego de intereses que procura, a su modo, condena o absolución.

“Nuestro derecho penal se basa en el criterio de que no hay pena sin culpa. Imponemos una pena según la culpabilidad de una persona; nos preguntamos hasta qué punto podemos hacerla responsable de sus actos. Es un asunto complejo”.

Como se observa, es una montaña rusa de emociones, un caso para el fino análisis y posterior cuestionamiento, una historia que confronta al lector con la realidad, consigo mismo y con las percepciones que se tienen sobre algunos temas.

Al final la expresión en francés: «esto, no es una manzana» podría interpretarse como la metáfora de la Alemania que, Michalka, sentado en el césped, ve como una manzana podrida, de la que cada hormiga, imperturbable (como si le diera igual el resto de lo que ocurre a su alrededor) se lleva un trocito de su carnosidad podrida. Michalka, ve la imagen de la ciudad que le ha tocado sufrir por suerte, en la cual, él, es una hormiga más, con un fajo de billetes en la mano. De hecho, cuando lo detienen, se comenta que entre las piernas vuelve a ver la manzana y que, al olerla y oler también la hierba y la tierra, cierra los ojos y regresa mentalmente a Etiopía ““La tierra estaba caliente. Por entre las botas, el hombre alcanzó a ver de nuevo la manzana. Las hormigas proseguían su labor, imperturbables. Inspiró el olor de la hierba, de la tierra y la manzana podrida. Cerró los ojos y estaba de nuevo en Etiopía”. Allí ha encontrado su refugio, su lugar en el mundo. Pero, no por el lugar en sí (cuando llega a la capital por primera vez concluye que allí hay la misma mierda que en Alemania) sino por los vínculos que ha establecido con gente sencilla y apegada a la tierra. La descripción de esa plaza rodeada de bloques y con un sol abrasador es la antítesis del cafetal en el que termina viviendo: un ambiente inhóspito e inhumano en contravía de otro ambiente hospitalario y cálido. La manzana podrida que nuestro protagonista ve al inicio del relato, representa el desgaste de la ciudad alemana y, Etiopía, donde termina la historia, no es precisamente una manzana.

«A fecha de hoy, Michalka vuelve a vivir en Etiopía y ha adquirido la nacionalidad de ese país. Entretanto, Tiru ha tenido un hermano y una hermana. Michalka me llama de vez en cuando. Sigue diciendo que es feliz».

Ceci n’est pas une pomme.

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