Cerrada. Cerradísima. Con regusto a tierra seca. La lengua pesada, enorme, palpitando por salir de la boca por cualquier parte. El cuello tieso, dolorido hasta un punto tan irreal que parece que si lo muevo estalla en mil pedazos.

¡Me duelen los dientes! Todos y cada uno de los dientes. Debe ser por tratar de contener ese monstruo en el que convirtió mi lengua en su lugar, donde se supone que se debe quedar. Por eso duelen. Trato despacio de abrir los ojos, de a uno, los dos, el otro. Pero sigo sin ver.

Tengo otros sentidos, recuerdo. Mientras gran parte de mis fuerzas se abocan a contener la lengua.

Oigo. Escucho. No oigo, no escucho. Puta, debo concentrarme ¡y la lengua que pugna por salirse de mi boca! Pesada, indomable. Pastosa.

Oigo. Abro los oídos. Hay un sonido blanco me está aturdiendo, de manera constante. Escucho, atento. (Maldita lengua) hasta que identifico en mis oídos el ritmo de mi corazón. Estoy escuchándome por dentro, por afuera parece que hay una bola enorme que satura mis oídos. No sabía que podía hacer eso.

La oscuridad vino de repente, ayer, hace un rato o dos días, no lo sé a ciencia cierta. Segundos antes estábamos discutiendo y deje de ver. Si oía a la flaca nerviosa que me llevaba sollozando hasta presumo el hospital que está cerca, hasta que se ve que entré a la guardia ya envuelto en ruido blanco, como de bata de hospital. Esta enorme bola de ruido que todavía me aturde, mientras siento que me sudan los dientes, en el afán de contener mi lengua.

¿Dónde estará la flaca? Pobre debe estar preocupada, y ocupándose de los peques. Débil me siento, laxo todo excepto los dientes, y la puta lengua que parece se quedó con la discusión atravesada. Hospital de mierda, todavía estoy abombado. Podrían tener aire acondicionado, por lo menos.

Tengo hambre. Dolorosa sensación de hambre con el estómago pegado pared con pared. Y calor. Mucho calor. Demasiado. ¿Tendré puesta una vía?

No llego. NO LLEGO. Débil me siento. No puedo levantar los brazos. El cansancio me lo impide y el estruendo blanco es cada vez más ensordecedor. El calor crece y mi cuello esta apretado, y no llego (la lengua y los dientes siguen su batalla aparte) mejor descanso.

¡Siento que caigo! Siempre me pasa cuando estoy cuasi dormido. Como si caminara por un borde de precipicio y perdiera el equilibrio. Siempre me pasa.

¿Eso fue un golpe? Escucho golpes que se cuelan entre el infernal ruido blanco. Algún trabajo cerca, por ahí arreglan el aire, ya me estoy sofocando.

La oscuridad vino de repente. La luz no tanto. Adivino algo entre las sombras, mejor, voy recuperándome. Como cuando entro a un cuarto cerrado, como jugaba con mis hermanas cuando éramos chicos.

Aterrado hasta el paroxismo. Ahora que veo comprendo que nunca voy a llegar, lo impide la madera, nunca voy a saber dónde está la flaca, nunca voy a domar la lengua.

Y lo peor de todo, es este asfixiante ruido blanco que ahoga mis guturales gritos.

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