¿Cómo puede ser que el mero hecho de pensarte me duela tanto? ¿Que el solo fantasearte con alguien más me apriete el pecho, me empuje hacia el suelo y me cause náuseas? ¿Es esto sentir amor? No, el amor no puede ser tan espantoso, tan aterrador, casi como si un extraño ser malévolo se quedara junto a mí todo este tiempo que estoy enamorada… ¿O sí?

No puedo hacer nada. No tengo voz, estoy desamparada. Haga lo que haga, diga lo que diga, nunca me vas a elegir. ¿Qué hago yo ahora? Me quedaré paralizada, desesperada e indefensa, con el corazón destrozado en la mano, sufriendo y no pudiendo entender qué o cómo fue lo que pasó; cuándo te diste cuenta de que no me querías más o por qué nunca me dijiste nada. Habrá sido algo que dije, que te conté, algún chiste… O el peor de todos los casos. El que me eriza la piel, el que hace que me suba calor por la espalda y el cuello: no hice nada. Simplemente, no soy para vos. No soy tu persona en el mundo. Incluso aunque quiera creer con todas mis fuerzas que vos sos la mía y que yo soy la tuya, tal vez no sea cierto. Y es este pensamiento el que más me debilita, y quiero gritar, patalear y rogarte que, por favor, te quedes.

Llena de tristeza, lo veo de forma clarísima en mi mente. Es tan estúpida la respuesta que decido ignorarla y seguir con este estado de duda inventada que me da la sensación de que el dolor es eterno, pero que ofrece también un poco de esperanza de que te vas a compadecer de mí, y vas a elegir volver y amarme de mentirita para que mi pobre corazón se reconstruya de a poco y sentir que, finalmente, vuelvo a vivir.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS