Cómo perdonar, olvidar, superar, avanzar, en un lugar que me ha enseñado a agarrar la tierra, a aferrarme a la inestabilidad, al desequilibrio, dejándome un sabor de adicción en la lengua. Que me ha enseñado a sentirme a gusto en mi dolor, a acariciar mis heridas sin curarlas, a engañarme a mi misma para agrandarlas sin percibirlo.

Cómo no sentirme en una caída libre al vacío, como un sueño, ligero y dulce en ocasiones, tormentoso e inclemente en otras. Una caída hacia la nada y, al mismo tiempo, hacia todo. Y mis demonios cayendo conmigo, y yo rezando por que no exista un fin, por que no haya tierra firme donde aterrizar, pues bien sé que, de ser así, me aplastarían despiadadamente, rencorosos; vengándose por haber tratado de esconderlos, por avergonzarme, por ignorarlos y caminar sobre ellos, pisoteándolos sin arrepentimiento.

Cómo levantarme cada día conociendo la efimeridad de la existencia de todo cuanto me rodea y de mi misma. Cómo no odiar mi conciencia si sé que me va a obligar a amar a quién no deseo querer, porque temo su abandono, su ida y su ausencia. Cómo recorrer el mundo sin sentir esa inmediata, repentina y continua melancolía ante todo cuanto observo, comprendiendo que un día no estará, que todo habrá cambiado, y que nada ni nadie puede confortarme asegurándome que no estoy presenciando una despedida. Cómo no despreciar lo material, si sé que tiene la fortuna de no sentir, y cuya permanencia en el mundo es más larga y menos dolorosa que la mía.

Cómo soportar las paredes de mi casa, si sé que albergarán una vida tras otra, indiferentes, sin más ambición que la de cumplir su objetivo, habiéndolo conocido sin lugar a duda desde el momento en que se erigieron.

Cómo dormir tranquila, si no existe la certeza de que mi sueño no será eterno; y cómo hacerlo si no sé si quiera si la eternidad de dicho sueño es, de hecho, verdadera.

Cómo caminar sin temblar, si cada segundo desaparece y no hay quién en este universo capaz de recuperarlo. Cómo no sentir esa tensión en la garganta, que me ahoga, que me asfixia, si el tiempo no hace más que arrasar con todo cuanto encuentra a su paso; imparable, invencible, como un gigante de sonrisa malévola, brutal frialdad, desmesurado ser de piedra. Numerosas han sido las bocas que me han aconsejado hacer de este monstruo mi aliado, no sirviendo más que para incitar y avivar mi afán por reafirmar el juramento de odio inmortal.

Y es que el tiempo va borrándose a sí mismo, ofreciéndose a la misma velocidad con la que escapa, dejándote con la palabra en la boca…, sorprendiéndote con las manos en la masa si tratas de impedir ser su próxima víctima.

¿Qué es todo?, y, ¿qué es Todo? Me han dado un cuerpo que no pedí, una voz que no elegí; me han conferido una mente que solo atenta contra mis intentos de disfrutar de una placentera existencia, de vivir agradeciendo lo que algunos denominan el “milagro de nacer”. Y a pesar de todo, la vida en sí no me es suficiente, no me llega y no me llena; habiendo caído aquí, aquí he de quedarme, no siento curiosidad por lo extraño, sino desazón, inquietud y desasosiego.

Me encuentro extraña, no me reconozco y tampoco recuerdo si hubo un momento en el que lo hiciese; y me siento dentro de un cuerpo que en ocasiones se me antoja un cadáver; dentro de una mente que no siempre acata mis órdenes, profiriéndolas con voz más y más baja, más y más queda… Exhausta.

Inconformidad, ansiedad, ganas de algo difícilmente identificable, y de dudosa existencia. Ganas que no tienen nada de novedad, antiguos diarios son testigos esta misma sensación que me acompaña desde mis primeros pasos.

Precisaría un dios al que rezar, una esperanza, un vendaje capaz de parar la hemorragia que me mata por dentro, invisible y letal. Una mordaza para amarrar mis pensamientos, una mentira, de cualquier naturaleza con tal de que me lleve por el camino de los felizmente equivocados, pues acabarán igual que yo, pero al menos habrán vivido plácidamente lo único de lo que todos disponemos: unos míseros años de travesía por el mundo, sometidos a condiciones inamovibles.

Un hilo resistente para coser mis cortes, mi piel desgarrada por el roce con la realidad; medicina para mi cerebro, que nunca gozó de demasiada cordura, y ahora sufre de un desatino irremediable.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS