Bajo el cielo boreal, sentí un abrazo fresco y estrellado como una bola de nieve. Reikiavik y sus anocheceres eran gélidos, casi polares. Nítidos y misteriosos como septentrionales géiseres. Geografía lunar incandescente.

Ahora, desde la distancia, quiero escribir cuanto he soñado, cuanto he vivido y cuanto he viajado gracias a este humilde y milenario cuadrado mágico. Encontrar un camino donde la melodía se haga letra y el recuerdo, realidad.

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