He vivido con tanto miedo durante mi vida, escuchando qué es lo que una mujer debe hacer y comportarse de forma correcta que me desborda un caos de pensamientos cuando observo las marchas los 8 de marzo.
Quiero ser libre de andar, de caminar a cualquier hora, pero sigo escuchando, “no te vayas sola”, “¿quién te va a acompañar?”, ¿A estas horas vas a salir? ¡no, no puedes ir, es mucho riesgo para ti! Quiero expresar lo que pienso y lo que siento cuando hay una injusticia machista en mi familia, en mi entorno y escucho ¡no te metas, no es nuestro problema!, “pues así son felices viviendo”, “pues sí, así es él”.
Producto de la cultura y de la sociedad del momento, escuché en muchas ocasiones el manual del deber ser, lo que es correcto y lo que no para comportarse, generalizando a la familia, pero priorizando, en muchas de esas conductas, a las mujeres.
Mi corazón y mi emoción le da mucho coraje que diariamente desaparezcan mujeres y emitan tantas alertas al día desde distintos puntos del país, que las encuentren, en el mejor de los casos, pronto y muertas, que se tengan que aventar de un auto en movimiento solo por el hecho de pensar que el conductor realiza movimientos sospechosos y no te responde cuando le preguntas qué camino está tomando y mueras, que mi hija en pleno desarrollo camine por la calle y reciba miradas lascivas ante el natural movimiento de su cuerpo, y me duele pensar que no podrá tener la misma libertad y movilidad que un hombre, por el miedo a que le suceda algo cuando anochezca.
Mi educación, aunque entendiendo el momento social, fue revolucionaria por el ejemplo recibido de mi madre y al mismo tiempo en transición ante muchos paradigmas del deber ser de la mujer.
Este 8 de marzo también pensé que yo no sería de aquellas que rayarían y romperían sin ton ni son, grito a todo pulmón exigiendo seguridad, libertad, emito mi juicio en escenarios posibles ante la violencia vivida; pero al observar la injusticia de los procesos, así me manifestaría.
Desde mis ideologías y respetando la diversidad, alzo la voz, exigiendo respeto, seguridad, y solicito a las familias que favorezcamos mejores crianzas en la infancia para potenciar la empatía y respeto al otro. Los adultos tenemos mucha más responsabilidad de la realidad de la que creemos.
Porque a mí sí me representan, porque si me faltara una de ellas (las mujeres de mi familia), sin dudarlo, y en proceso con mis emociones, sentimientos y pensamientos, también lo haría.
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