Dale y Bianca habían quedado en verse en la calle Stroget de Copenhage a la hora en la que el sol estaba mas inclinado, cuando los coloridos edificios de su calle tomaban el tono más cálido por la sombra del astro. Como de costumbre él llegó antes, apoyó la espalda sobre la pared y recostó la suela del zapato sobre aquel zócalo cobrizo. Decidido a esperla sacó su teléfono, comprobó su mensajeríay volvió a gardarlo en el bolsillo de ese pantalón de pana estilo ochentero. Bianca llegó enseguida, se saludaron con la brevedad con la que lo hacen los jóvenes y comenzaron a andar rumbo al museo. Andaban a paso largo, ininterrumpido, ágiles. Entre el silencio de ambos destacaba el sonido incesante que hacían esos zapatos que él vestia, de material ecológico, negros y con la suela blanca, a eso se añadía el agua aún estancada en las losetas que había caido por la mañana y que provocaban el más incómodo de los chirridos. El viento venía caprichoso, soplando a veces cálido y otras frío, pero siempre a arreones y nunca de forma continuada. Ambos se miraban de reojo y ambos se sabían observados por el otro, pero ninguno hablaba. Ninguno de los dos podía entender cómo las palabras del desconocido del dia anterior les pesaba tanto.
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