Era de noche tarde, quizás las dos de la mañana. No lo sé con certeza, pero la habitación se me antojó diferente. Estos sueños extraños que me suceden están tomando un carácter muy realista, — me dije a mi mismo—. La cama era otra, las cortinas demasiado oscuras para mi gusto. Evidentemente, todavía estaba soñando, y entonces me sonreí a mi mismo mirándome en el cuarto de baño; ¡increíble!, —me dije en pensamiento—, estoy dormido y sé que duermo. Se me antojó que podría salir de la habitación y ver el resto de la casa, y cuando abrí la puerta de mi cuarto, no había casa.

Solo la oscuridad rodeaba el lugar, el silencio rasgaba mis oídos y una luz segadora me despertó. Y aquí empieza la historia.

Abrí los ojos que estaban iluminados por el sol de la mañana, pero la cama era una hamaca, la habitación dos árboles y la nada, más allá de toda esperanza razonable, me daba los buenos días. De súbito sentí un susto que transitaba por mi estómago hacía el cerebro. Palpé mi cuerpo a la altura del chakra del plexo solar. No tenía cuerpo, las manos pasaron a través de un vació escalofriante, y lo peor, no veía las manos. Sentía que era un ente vivo, pero era una entelequia. Cavilé que dormía de nuevo, pero razoné que nada más en la literatura fantástica sueñas que duermes dentro de un sueño y que te despiertas en otro. Entonces eché a andar hacía la quimera de algo; nunca había sentido la sensación real de desplazarme por un sitio inexistente, pues hasta en los sueños los lugares son “existentes”. No creaba ruidos al caminar, mis piernas eran ilusorias. Exclusivamente mi pensamiento me guiaba, pero era un monólogo sin cerebro, sin cabeza. Acaso se podía deliberar una acción en semejantes circunstancias.

Me lancé a las especulaciones más sublimes. —Soy un ser inmaterial —. En algún momento de la noche anterior me convertí, ahora estoy experimentando el saber quién es el nuevo yo; un ser existente en un paraje inexistente, que incluso para descansar no requiere de nada material, pero puedo recrear la materia por la fuerza de la costumbre. La hamaca no está, los árboles que la sostenían ya no se ven, y la luz que se posó en mis ojos, que al parecer es real, no produce sombras. ¿Era consiente la luz de mi existencia?

Las preguntas venían y se iban. ¿Habría más seres como yo? Si no podía verme, solo sentirme, ¿cómo me descubrirían? ¿Podría grita? ¿Sin boca y sin estómago se pueden emitir sonidos? Reconozco que lo intenté, pero el sonido y las palabras de ¡auxilio!, ¡help!, solamente resonaron en mis adentros. Estaba irremediablemente abandonado en un mundo de soledades perturbadoras.

Los humanos no estamos hechos para la soledad excesiva… Y hasta razoné que el problema era que ya no era humano, que había de alguna manera desconocida, pasado a otro plano, el de la existencia sin presencia.

Recuerdos diversos pasaron por mi conciencia.

Me imaginé un sitio virtual lleno de nada, pero la nada no existe, —me dije —. Este universo está hecho de algo que no entiendo, —aquí hasta me reí—, acaso el universo que dejé atrás lo entendíamos. Un Átomo es 99.9999999999996% de espacio vacío, decía la física que aprendí. Entonces, ¿dónde estoy?, y se me antojo que era parte de un conjunto lleno de todo eso que no conocemos y al que llamamos apariencia.

Pero algo ocurrió. Un lejano sonido como de bombas y metrallas llenó el lugar. Había una guerra, una guerra más…

Y todos, irremediablemente todos, nos habíamos convertido en átomos.

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