El día en que me di cuenta que mi costado machista empezaba a molestarme mucho, y que tenía que acelerar mis esfuerzos por ser menos boludo, fue gracias a un hecho puntual, a un comentario espantoso y desafortunado del que fui testigo y que me puso en evidencia conmigo mismo.

En carácter de empatizar con las mujeres, uno cree entenderlas. Se sube a un pedestal de orgullo levantando una bandera verde para ser bien visto, y hasta en algunos casos para sumar puntos en alguna conquista. Pero realmente impregnarse de su lucha, y sentirlo desde bien adentro, no es una virtud de muchos. Yo creía ya formar parte de esta lucha. Mi pensamiento consciente me pedía a gritos que me olvidara del pasado. Porque quiero ser sincero para que no me malentiendan. Mi afán de exponer la bajeza de ciertos comentarios retrógrados, no oculta para nada la verdad inequívoca de mi pasado machista, ni tampoco los resabios que aún hoy intento erradicar de lo más profundo de mis raíces. Mi generación ha tenido la desdicha de ser indirectamente responsables de esta gran problemática social. Crecimos con gente con esas estructuras, y no fuimos capaces de darnos cuenta y de salir de esa complicidad despreciable de la que éramos parte. Una de mis frases de cabecera era, “¿machista yo? Machista es Dios que nos creó mejores que ustedes”. Y una risa que en ese momento creía pícara, y que hoy me avergüenza, le ponía el broche de oro a aquella expresión. Burlas, chistes, comentarios de géneros y de sexualidad fueron nuestra mayor fuente de inspiración a la hora de intentar hacer reír a alguien.

Volviendo a aquel día tan importante para mí, es necesario contextualizar la situación. Era un sábado a la tardecita, de un verano bastante caluroso. En mi caso los sabados son de desconexión con lo estructurado de la vida. Los sábados uno anhela comidas ricas, y algún buen aperitivo. Piensa en familia y amigos. Piensa en joda, digamos. Y así, mientras decidía si comprar un pack de latas de cerveza, o algún buen vino, desconectado totalmente de roles y de responsabilidades, escuché eso tan terrible:

– ¡Qué linda cola, quién pudiera tenerla!

Esa fue la expresión que aquella persona le dijo a mi novia. En ese momento mi cara cambió drásticamente. Sentí una extraña sensación difícil de describir que alarmaba mi cordura, y le daba un sopapo a mi sentido común. Pensé en actuar de inmediato, en intervenir para poner los puntos y no dejar pasar el momento. Pero juro que no pude. Me paralicé por unos segundos, y un miedo, supongo que típico, me contuvo. En fracciones de segundos, quizás impulsadas ya por un deseo interno de ser diferente, me llegaron a la mente reflexiones épicas y que parecían ajenas a mí. Mi nuevo yo, mi ser actual, no podría permitir eso. Sentí un grado de intolerancia hacia ese comentario que desconocía en mi propia cartera de reacciones. Una desilusión extrema decoraba esa escena, y sentí un profundo enojo con aquella persona. En mi afán de serles sinceros, y sin crear oportunismos literarios, tengo que confesar que con estas posturas que adulan ser progresistas, no intento esconder mi escaso poder de autocontrol sobre mis celos obsesivos. Esta persona, que tan bien me conoce, tuvo el valor de expresar tal comentario en frente mío. En esos momentos, normalmente el ser humano, con su impulso de reacción y de defensa, intenta dar muestra de valor, y uno podría reaccionar de un modo poco aconsejable. Cómo puede un ser humano desubicar sus acciones al punto tal de no reparar en el daño que causa, me preguntaba un tanto desorientado. En esta actualidad donde la impunidad discursiva se apodera de la voz de la gente, donde las expresiones son descuidadas en sus formas, y donde el individualismo es la bandera de lucha de los jóvenes, uno va intentando adaptarse para no ser el bicho raro de su círculo y para no desencajar tanto. Pero hay situaciones cuya intolerancia es tan grande que uno mismo pierde la visión lógica. Y créanme que dichas situaciones, para generar cambios profundos, te tienen que tocar de cerca. Tienen que poner en peligro tu propio futuro, o el de los tuyos. En este caso por suerte se apoderó de mí, el costado pacífico; o el lado cagón para ser más sincero.

Quizás ustedes podrían pensar que mi dramatismo es excesivo, que no es justificable mi fastidio, pero deberían saber, además, que no solo afecta lo que se dice, sino también quién lo dice. Y esta persona, cuyo dardo lingüístico puso a prueba mis verdades y mis intenciones, no es cualquier persona. No es alguien desconocido, que de pasada voltea la cabeza y en un irresponsable gesto, grita aquellas palabras. No es lo mismo, por ejemplo, que algún albañil haga alarde de su hombría y de su destreza poética, e intente incurrir en el arte de la seducción callejera, evidenciando aún más las caras más crueles del machismo, a que esa persona, la que vos nunca esperás, diga semejante frase en tu propio dormitorio, y encima delante tuyo.

Como si la gravedad de lo hasta aquí descrito no fuera suficiente para justificar mi penuria, ocurrió un hecho alarmante que elevó mi disturbio emocional a un nivel demencial. Mi novia, que en ese momento nos daba la espalda, escuchó ese vergonzoso piropo, y tardó unos cuantos segundos en reaccionar. Esos segundos eran de esperanza para mí. En esos segundos, me inflaba el pecho de orgullo palpitando la respuesta coherente que mi novia iba a darle. En una maniobra un tanto compleja, que casi le cuesta un esguince de tobillo, se bajó de la banqueta que le servía de apoyo para poner la cortina en la ventana, giró la cabeza casi con glamur, y en lugar de condenar a los infiernos aquel comentario, defendiendo el mensaje épico de las gargantas que luchan por el color más verde de todos, con una mirada cómplice que jamás hubiera imaginado, y encima guiñandole un ojo, le dijo:

-Prontito la vas a poder tener.

Esas palabras cayeron para mi corazón como un baldazo de agua fría. Evitando que se diera cuenta de que la había oído, me retiré de la habitación disimuladamente. En cada paso que daba alejándome, aquel piropo obtuso, aquella expresión de deseo, resonaba en mi mente como un eco que me enloquecía. Y más aún me enloquecía la respuesta de mi novia. ¿En qué fallé? ¿Era claro realmente con mi mensaje? ¿Por qué me sentía defraudado? ¿Cómo íbamos a seguir a partir de aquel episodio? Sin intención de exagerar, todo eso me preguntaba en ese momento.

Mientras iba llegando al comedor, avanzaba con un vano optimismo de que me irían a pedir que me quedara, de que querrían charlar sobre lo ocurrido. Pero aún más grande que mi decepción, parecía ser la ingenuidad con la que me ignoraban. No habían registrado mi presencia, ni mi malestar, ni tampoco mi ausencia. Por un momento pensé que me estaban haciendo una broma. Llegué al patio y me senté en el suelo. En un primer momento los celos nublaron mi claridad. Empecé a enojarme. ¿Para qué desearía esa cola? ¿Por qué la imprudencia de pedirla así? ¿Por qué a mi novia y delante mío? Preguntas cada vez más crueles me torturaban. Entonces, cuando estaba a punto de levantarme, y volver al dormitorio a demostrarles mi enojo, algo me iluminó. No se bien por qué. Quizás algún video en las redes sociales, o algún familiar cuestionando mis estructuras, o por qué no el grito de antiguas parejas, pudieron haber ido moldeando mi inconsciente, preparándome para ese día, y trayendo algo de esperanza a mi vida. Así pude tranquilizarme un poco, y aquellos celos obsesivos empezaron a disiparse. Empezaron a impregnarse de una realidad consciente que me abordó por completo. Sentí con claridad que el enojo era conmigo mismo. Me di cuenta de que estaba desilusionado de mí mismo. Era mi responsabilidad, otra vez volvía a ser cómplice. ¿Realmente mi mensaje era tan progresista como aparentaba? Supe que otra vez estaba siendo yo aquel adolescente machista, retrógrado de mente cerrada, que en casi 13 años, irresponsablemente, no había podido explicarle a mi hija, que desear tener el culo como el de mi novia, como un objeto digno de vidriera, o un amuleto de búsqueda, o una complacencia al círculo de machirulos, o un simple pedazo de carne, la iba a condenar al mismo fracaso con el que me había criado yo.

                                                                    (:LjTErAr10🙂

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