Observando la figura de árboles que se desvanecen en la lejanía,

entre la fina capa de neblina y el celeste moribundo del cielo.

caigo en cuenta de que, la vocación por describir tales obras,

de la creadora naturaleza mano me confiere amor y agradecimiento

la bienaventuranza y buen vaticinio de lo creado,

en el estado en que mi estruendoso ser y el borroso entorno luchan por una definición.

Mi mal juicio quizás me aleja un poco de la reverberante idea,

de mi existencia como una maquina biológica sumamente compleja.

y esto solo atraería la idea de un destino inevitable,

como maquina programada que somos.

Esta idea me repugna y el destino es solo una cruel blasfemia,

insulto imperdonable al bello azar que nos dio a luz en el frio y refulgente espacio.

Al no obtener respuesta del sereno gran espejo verdoso de agua,

simplemente me hago con el silencio

no aceptaré ningún destino ni me guiare por malos juicios que no sean los míos propios.

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