La casa de los mil ojos

Ya no recuerdo hace cuanto estoy aquí, el porqué de mi presencia desvanece levemente a cada instante; si no sintiese el paso del tiempo, aunque sea levemente, diría con total firmeza que no existe tal cosa. Los sentimientos difuminados de mi persona me dicen quién soy y me hacen rememorar una antigua vida, si es que así podía llamarla, plagada de sinsentidos y emociones pasajeras; pero a nadie le interesa escuchar los detalles de un peón si no que lo interesante es el movimiento conjunto de las piezas de este juego.

Como sea, los diferentes sucesos que hayan tenido lugar en mi vida me trajeron hasta acá, lo que es en la superficie una tranquila estancia de campo. La casa es pequeña y antigua, del más típico estilo de las pulperías bonaerenses pero adaptada para albergar habitantes, su decoración se basa en un mobiliario de pino muy antiguo (sillas, mesas, modulares y la barra de la antigua pulpería), tiene además cuadros representando escenas típicas del campo, gauchos tomando mate o trabajando; había además una versión del cuadro “gótico americano” adaptada al aspecto del gaucho promedio y el único cuadro que pude identificar era una copia de una obra de Berni representando trabajadores durmiendo en la calle.

El terreno circundante a la casa era amplio y plagado de variada vegetación, pero en mayor número había rosas chinas bien cuidadas que salpicaban de rojo el lugar; encuadraba el gran terreno una fila de altos árboles. Dentro del aparentemente simple pero muy amplio complejo había un camino marcado por altos arbustos y vegetación invasiva que llevaba a una suerte de casa de invitados al final del recorrido, la cual tenía una pequeña pared que llegaba a la cintura y una reja de esa misma altura en su entrada al patio delantero; parecía estar muy dejada y las enredaderas habían ganado mucho terreno a la casa que tenía un color gris perla, descascarado con el tiempo y ventanas de mala calidad opacas aún más por el polvo. El patio de esta casa de invitados, a diferencia del resto del terreno estaba muy desalineado y descuidado. Afuera de la casa principal había un Peugeot 203 azul marino despintado estacionado hacia mucho, estaba siendo tapado por la tierra y las plantas. No recuerdo si llegué en el o si estaba ahí cuando llegué, pero nunca pude hacerlo arrancar por mucho que intentara y mis conocimientos de mecánica son mínimos.

Todo esto puede no parecer muy fuera de lugar, pero lo que este lugar produce es un sentimiento curioso, cada vez que se torna más insólito en las más extravagantes maneras. uno puede creer coherente huir, pero algo te hace quedarte. Un morbo o sentimiento de apego innombrable, una nostalgia voraz y presente me mantiene acá, así como al resto de personas que yo creo que están atrapadas, aunque no físicamente o en el mismo plano que yo, y eso es lo más insólitamente ilógico.

Y soy capaz de notal el paso del tiempo porque a medida que pasa el mismo las cosas logran tornarse un poco más ilógicas y perturbadoras. Lo que en primer lugar era una huella o camino marcado como entrada al sitio, fue progresivamente o incluso más rápido de lo que uno esperaría, cubriéndose de hierbas altas y maleza hasta ser casi irreconocible; esto sumado a que nada se veía a lo lejos me inhibía de comenzar a caminar sin rumbo. La primera vez que hice una visita a la derruida casa de invitados no logre abrir la puerta para entrar a investigar, las ventanas tampoco eran una opción pues tenían rejas. sin embargo, decidí volver en otro momento dispuesto a tirar la puerta abajo si era necesario a pesar de no ser yo alguien precisamente robusto ni fuerte. Cuando después de cierto tiempo me dispuse a revisitar esta antigua choza. pero en esta ocasión, me encontré con que en su paredón de en frente había ahora dos pequeños seres con aspecto de duendes, con narices puntiagudas y piel verdosa, aparentemente vigilando el lugar o cuidándolo quizás. Cuando me dirigí hacia ellos preguntando quienes eran y que hacían en este lugar, el que estaba parado delante me contestó –somos duendes que estuvimos presentes en la infancia de muchos, la vigilamos y analizamos objetivamente y estuvimos allí causando ciertos sucesos- esto lo dijo con cierto tono de hostilidad, así que para no molestar a fuerzas que no comprendía me retire para procesar este hecho en el jardín principal que era muy pacifico.

El tiempo en este lugar resultaba cada vez más subjetivo y desvariado, pues a pesar de todos los detalles ya mencionados que me indicaban cierto paso del tiempo, yo personalmente no veía ningún tipo de cambio físico en mí. Ni mis ropas se ensuciaban, ni mi aspecto cambiaba, ni tenía hambre; respecto al sueño, yo sabía que descansaba, pero nunca recordaba cuando, simplemente me despertaba y veía el anochecer y el amanecer. Y a pesar de todo esto, sentía el paso del tiempo muy marcado en lo profundo de mi mente y en mi corazón. Cada vez sentía más la presencia de otras personas o seres etéreos, su compañía y su vigilancia, sobre todo; a pesar del sepulcral silencio solo interrumpido por el viento del campo, lo notaba.

Este sentimiento se manifestó en una aparente realidad en cierta ocasión en la que mi deseo de abandonar aquel lugar se volvió incluso más manifiesto. Todo comenzó muy avanzada la tarde cuando anochecía. Estaba dentro de la casa, en el pasillo que llevaba a una habitación, cuando repentinamente ojos empezaron a brotar de las paredes en ciertos puntos, me miraban y amenazaban; sentía sus miradas como agujas que me atosigaban me desarmaban en mil partes y juzgaban a cada una de ellas. En la confusión olvidé todo resquicio de razón y, desesperado, corrí al auto que estaba afuera a intentar una vez más hacerlo arrancar haciendo caso omiso de la oscuridad disparada por estos terribles observadores. Una vez en el auto, como era de esperarse, no logre arrancarlo, pero al seguir intentado nuevos ojos surgieron en todas partes del interior del vehículo a medida que mi desesperación aumentaba a puntos de demencia. Esta vez se sumaron a los ojos rostros e imágenes que surgían de distintas personas, algunos desdibujados del terror, otros indiferentes y otros iracundos.

Seguí insistiendo en hacer arrancar el auto, en vano por supuesto. Cuando de repente, una fuerza sin origen comenzó a empujarme hacia el interior de la casa, empecé a elevarme en el aire con una fuerza que aumentaba a cada momento. En ese momento logré discernir lo irreal del escenario del que era presa yo, pues las paredes y objetos solidos se hicieron momentáneamente etéreos para darme paso. Fui arrastrado hasta el interior de la casa de nuevo, al rincón más oscuro del antiguo pasillo, y fui observado. Entonces, aterrado hasta la medula comprendí, que no había manera de librarme del tormento y que estábamos todos atrapados sin remedio. Y todo lo que pude hacer fue desear despertar mientras lloraba e intentaba gritar.

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