Con las manos temblorosas y los huesos cansados por la triste espera ¿Cuánto más? ¿Acaso es el inicio? ¿Acaso es el anuncio? El aliento me sabe fatigoso. Mis muslos están cansados por el sedentarismo que llevo. Despierto en la madrugada con repentinos sobresaltos y la esperanza de un retorno, Veo el vació en la oscuridad de la noche y pienso en la incertidumbre de la claridad del horizonte ¿Acaso la vida vive en la enfermedad?
Son días del internamiento y mi cuerpo amarrado está. El silencio habita en mí. Y como tantas veces en el día, sentado al borde de la cama, con el torso desnudo, pienso en esas muertes anónimas, en esas muertes anunciadas y que hoy forman parte de las frías estadísticas de Gobierno.
En las pocas treguas del encierro, aspirando a una impasibilidad más completa, levanto el cuerpo y descalzo los pies me asomo a la pequeña ventana de la habitación. Diviso la quietud de las calles, y sesgado por ese estímulo luminoso, veo el sol de la tarde que me sucede con una baja visión. Los arboles del gran Parque de la Revolución, que no hace mucho vivían con la multitud, hoy parecen dormidos; sus colores verdes, lucen grises; sus flores amarillas, colorean el suelo que sufren la ausencia de sus pasantes; y como una rara excepción, se erige la mata de un árbol, con un hermoso y raro florecer ¿Será que hay esperanza en este encierro?
Ya postrado, otra vez, con el olor a nada, repaso el día en la noche. Bebo otro sorbo de agua, cierro los ojos y se encienden los ruidos internos de mi soledad…
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