S= …son solo un relator y un comentarista adentro de la cabina dada por el Club anfitrión a su emisora. Los veo de costado, sin Ellos advertirme, pues divago en un halo omnipresente. Uno descalzado, pies enfundados en medias finas de nylon negro, apoyados al escritorio revuelto de planillas y micrófonos. Canchero, aburrido, hastiado de estos partidos de segunda categoría. Toma café gratis beneficiado por la comisión de prensa, al cual agrega gotas de cognac desde una petaca. El otro es un personaje enigmático. Recostado contra el vidrio apoya frente y nariz al ventanal divisorio de la tribuna. Envuelto en piloto de inspector y gorro de pescador sin anzuelos. Ni un solo comentario durante primer tiempo. Parece esperar algo trascendente. El relator lo ignora suponiéndolo un acomodado más de los directivos de la radio. Ni se aflige de esto cuando entona la carraspera de su voz para dar dramatismo al matiz aplastante de un cero a cero. De repente el personaje del perramus balbucea algo, y el relator lo invita con su mano aventando aire a elevar la voz y repetirlo. Entonces la ecatombe se desata. El misterioso suelta la trágica frase “este partido ya lo vi”… El relator frunce el cejo, tapando en un acto de reflejo la goma espuma del micrófono. El descolocado repite y agrega “este partido ya lo ví, conozco el resultado”… Los tres quedamos impávidos y me aproximo a mirar hacia la cancha. El operador de estudios centrales mete publicidad e indaga acerca de la declaración. El relator escéptico, auricular en la oreja arremete “…no hagas caso, poneme al aire, ya cerré la ventana, casi no escucharon en la platea…” Algunas caras asomaron inquietas desde la tribuna, inquiriendo con barbillas estiradas alguna aclaración al respecto. Infiero seguían la audición radial. El relator sacude la mano despejando la intriga como a mosca. El flaco del sobretodo, la ñata contra el vidrio dice “ahora viene un gol, después del corner… pero lo anulan por off side” El relator alza las cejas y mira consternado “¿qué está diciendo?” Los espectadores, los suplentes, los técnicos y yo mismo, vemos el córner despejado por la cabeza de un defensor, y el balón afuera, por línea final. Suspiramos aliviados, es solo un tonto vaticinio infundado. Viene el córner opuesto y el aullido aturdiendo, sostenido desde la tribuna local, y la avalancha desbocada hasta el alambrado, volviendo a escalar peldaños y haciéndonos cortes de manga quienes escuchaban el dial. El silbato del referí saboteando y el banderín del lineman agitando el preludio de un impacto funesto. Escupidas, patadas al vidrio y amenazas. Los más enervados hachan el aire con el canto de su manos a la altura de nuestros cogotes. Me escondo en mi invisibilidad, dudando si ahora estoy corpóreo o sigo en fase insustancial. La cuestión se agrava. El flaco inmutable traspasando con su mirada a los fanáticos, enfoca el verde pasto pelado y suelta “…ahora viene otro gol local… pero con la mano…” Asoman más y más cabezas, y radios portátiles en las orejas, y auriculares de celulares en los oídos, curoseando entre cabina y campo de juego como si fuera partido de tenis. Inmediato una serie de hechos desafortunados. La jugada desarrolla y lamentable, pero efectiva concluye en gol. Pocos lo gritan, algunos corren escalera abajo y se abrazan trémulos. El aire pesa una tonelada por milímetro cúbico. Esperan, aguardan, confirman… fue con la mano. Las piedras vuelan en ataque forajido. Al ñato le rompen la ñata astillas de vidrio. Una horda de tipos pateando la puerta de la cabina habían dado vuelta por los pasillos del estadio. El relator y el operador de estudios centrales, y yo, desesperados sin saber cómo escapar de esa trinchera… Me recompongo y nos veo en una delegación del tribunal, adentro de una cámara geiser declarando. El relator lleva un collar ortopédico tipo Filadelfia, y un brazo enyesado. La nariz emparchada. Al fulano comentarista no lo veo. Rodeados de abogados, peritos de la compañía aseguradora de trabajo, directivos de la emisora, fiscales y comisarios. Reconoce la ingesta de alcohol hallado por defecto en su petaca. Partido suspendido por cabinas quemadas, equipos eléctricos, luces, circuitos de vigilancia internos y molinetes deteriorados, publicidades pagas sin ser pasadas. Los psiquiatras de la aseguradora sentencian “…se trata de un caso de alteración subconciente por duplicidad personificada. En otras palabras, una recidiva acumulada de bipolardidad por excesivo consumo de videos y partidos televisados… Queda fuera de cobertura” Rehúsan indemnización, lucro cesante y pérdida de chance reclamados por la emisora. Primera vez aconteciendo este tipo de caso. Lo agregan en estadísticas
S= …cruzo el vestíbulo principal del palacio judicial, mirando de reojo la momia de la Justicia. Elevada sobre pedestales superiores al humano, bronceada en frialdad de mármol, quitando con mano débil la venda de sus ojos, sosteniendo trémula con otra la balanza de equidad. Se transfigura automática por mi mente, para verla sonámbula, siempre cegada e impertérrita, estirando una mano para tantear el bulto de las billeteras, y la otra para manotear la espada con la cual ensarta sin ver a quien. La anarquía me brota a raudal e invade la sesera. Abogados abolengos de alta alcurnia ataviados en enjutos trajes flotando sobre canoas de piel de cocodrilo, atestando y ensordeciendo pasillos. Algún periodista colado mientras la prensa aguarda escalinatas afuera. Un médico legista explica antes de entrar a la audiencia, y aguzo la oreja por si pesco algo favorable “…el cerebro es una caja de resonancia respondiendo a pulsos eléctricos y estímulos coordinados. Similar a caja negra de un avión, queda registrado en subconciente. Es decir, podemos rastrear vestigios de los eventos escudriñando los impactos receptivos archivados con mayor intensidad temporal y plasmarlos en cursos de comportamientos habituales para esos trazos…” Alguien pareciendo socio apoderado del bufet legal, pregunta “¿qué se precisa para captarlo?” mientras un repentino becario se anticipa, alegando “Ya le dimos los instrumentos” El consultor técnico lo asienta “…efectivamente, trabajamos dos semanas en la masa encefálica de la tercera víctima. Lo sometimos a tensión eléctrica de mínimo voltaje modulando frecuencia. En cuanto al resultado, como saben, el cerebro no brinda imágenes ni sonidos directos proyectados en un panel fotosintético o visible, sino saltos del testigo electromagnético variando por emociones, estados anímicos y alarmas estresantes. Placer, sed, indecisión, desesperación. Así determinamos pistas para la mecánica del suceso. Debo agregar, nadie ha salido del laboratorio a correr riesgos de filtrar información, mientras hemos seguido protocolos de reserva por secretos médicos y lealtades profesionales. Los intervinientes carecemos de conocimiento de causa, sumarios, hechos, declaraciones, ni nos afectan las generales incumbencias procesales…” Un junior del estudio se asombra “¿en verdad se puede rescatar eso de un subconciente inactivo?…” El mediático abogado escéptico lo interrumpe “¿… y los resultados…?” El perito concluye “…la víctima se encontraba relajada en últimos instantes, en situación placentera. Alteraciones rítmicas a secuencias asincrónicas y anaeróbicas. Segundos antes se registran alteración, sobresaturación y espasmos contraídos y repetitivos de génesis seminal. Luego pulsos de aceleración alarmante, desequilibrio irrigatorio y conmoción cerebral de letargo inmanente producido por el miedo o el terror inesperado. Vibración cardíaca nerviosa e inusitada…” El socio principal del estudio legal se exaspera “¿y el veredicto es…?” El legista resopla y concluye “…vaticinamos la coautoría necesaria en grado de participación necesaria y complicidad de una profesional sexual al inclinarse justamente a media altura al momento del remate frontal en los sesos… con una mínima probabilidad fueran reminiscencias de filmes condicionados”
S= …Nos divertimos entre atrevidos y temerarios, jugando a descubrir luces malas reflejadas en osamentas de vacas muertas. Allá lejos, la opalina claridad de luna llena entrevé bultos entre sombras que menean. Más acá, la gente susurra acerca de ritos y mitos paganos, ponderado diabólicas presencias. En este paraje soñoliento de brumas, suelen confundirse visiones con espejismos, y rumores con vientos. Los humanos del cemento tememos acumulando sugestiones. Tres primos, de trece, once y diez años nos dejamos influir por cuenteros y vamos a las camas atribulados de sugestiones. Luego quedamos, porque nuestros tíos siguen las juergas en campos vecinos. Entonces, cuando comenzó a reinar el silencio y la calma, aparecieron los ruidos y cadencias. Aroma a miedo acrecentando las sábanas, doblando almohadas y alimentando temblores en cada uno. Permanecimos dormidos con los ojos bien abiertos. Alguien entró a curosear por la casa, pues oímos sus nítidos pasos desandando el pasillo. Después un revoltijo en utensillos de la cocina. Tiritamos y sobresaltamos. Tres inocentes e inexpertos citadinos en un campo desconocido, durante noche cerrada, ventosa y amenazante. El silencio comenzó aplastarnos. La tensión de miedo borboteando por las venas. Los perros aullaron la presencia de diablos, y luego gimieron. Apoyado contra el chapón del tinglado, descansaba el tridente de otra horquilla. De repente se espantaron los pájaros, pues escuchamos sus aleteos. Inmóviles tres criaturas, sobresaltados por nuestra propia respiración. Nos estremecimos porque habían franqueado las trabas de la puerta, y eso era evidente. Los tíos no podían ser de regreso, pues no tronaba el motor de la camioneta. Tomando mucho coraje, decidimos acurrucarnos. Pero mi hermano mayor, resoluto por un aventón de impaciencia, tanteó en el cajón de la habitación un cuchillo guardado por antemano. Sigiloso se desplaza hacia el intruso, invitándonos acompañarlo. Encolumnados por altura y edad, en puntas de pie nos deslizamos. Nada podría interferir entre nosotros y el invasor. Los vecinos demasiado lejos en otro campo, a cinco leguas lo minimo. Al llegar al corredor principal, tras la puerta de entrada advertimos el pistillo de la cerradura estaba herrumbrado de tenaz vetustez. La garrafa sosteniendo la puerta de chapa se corrió por el viento y dejaba golpear su canto con un vaivén incesante. Recorrer diez metros de la habitación al comedor, nos había insumido, cuanto menos, diez minutos. Desandamos en medio segundo el regreso, aunque sospechamos sombras. Nuestro primo menor, había desapareido… Claro, no fue en el acto de extremo temblor emocional, sino mucho antes, en un acto de traición suprema a la confianza colectiva, hubo de dar media vuelta el cobarde apenas iniciado el periplo, y se hallaba escondido bajo su cama aguardando cualquier desenlace a segura distancia del conflicto. El demonio, si estuvo, se había esfumado por una rendija. Esa vez… sobrevivimos
S= …por la ventana de medio panel abierto, cruzada de alambre entretejido, miro desde adentro hacia afuera hasta cuarenta centímetros cuadrados de cielo. Cuando salgo volteó el rostro y miro desde afuera hacia adentro. Es una celda entre otras tantas abroqueladas en cientos de panales de abeja. Fosforeciendo amarillentas al crespúsculo y balnqueando grises durante el día. Temprano coloreando cocinas azuladas de hornallas candentes y despiertas. Madres apurando el paso a rezagados niños descalzos deambulando el pasillo hacia y desde el baño. Matizando las piezas de adolescentes enclaustrados en habitaciones ensordecidas por auriculares y enceguecidas por destellos. Padres apesadumbrados arrastrando la corbata desanudada del uniforme oficinista, o el mameluco a media asta del obraje mecánico. Alguna barba se escapa semirasurada hasta el fin de semana. Los solitarios, más delicados y cuidados, avecinan pronósticos climáticos enterados al instante. Salen al unísono, despejando los noques de vida. Me sumerjo con algunos en los subterráneos, para analizarlos de cerca. Ocho y pico de la matina y las comisuras de los labios arqueando hacia abajo. No dejan ver ni escuchar sonrisas. Tropel de autómatas a granel, digitados para toparse arrollando dignidades en un conjuro de entropía. Salgo a la luz, arremeten por todas partes. Son una plaga bípeda alterando con bullicio la jungla citadina. Siento en el cemento caliente a la chispa inmanente a flor de prenderse ante el mínimo roce inesperado. Es un arsenal de explosivos el compacto humano, y es reguero de pólvora cada mirada, gesto y sonido. Me fastidio ante una fila como hace el resto. Siento entonces la violencia contenida y me pregunto ¿adónde la descargan? Algunos al tránsito, otros al gimnasio, otros en la familia, refunfuñando o soltando una cachetada. Doce horas después están retornando. De nuevo hornallas y combustible, hasta deshoras acostumbradas. Siguiendo el mismo rígido patrón de encenderse y luego agotarse humanidades. Suena un piano. Intuyo vivirá un músico la noche de otros apoliyada. La vibración de hormigón aquieta encontrando el ritmo de su pausa. Se enfría el asfalto, y la ciudad los acobija, pero no a todos y tampoco siempre bajo estrellas. Los postreros taconeos del piso de arriba por fin descalzan. Suspiro hondo, quiero verlos a todos y conocer sus historias, sin sus penas. La familiaridad de risas compartidas, o angustias, pero colectivas. El hombre familiar estira las horas agobiado por cargar responsabilidades para mañana. El solitario se acompaña de la rutina amargando su devenir solitario. El nómade acomoda la cuja camera en cualquier rincón de vereda o plaza, ansiando se acorte su espera. Es tarde y me adentro en mi bolsa de dormir urbana. Acostumbrado acuertalarme de sociedad, espero no me arraste la Parca en este estado de larva humana. Luego tomo conciencia frunciendo el alma, augurando algunas nos dejarán esta noche y otras estarán asomando. Velas apagadas y resplandores nuevos. Llantos y risas. Me pregunto si es equilibrio puro y me contesto, suponiendo debe serlo. Muy temprano los sobrevivientes levantarán por la mañana, mal dormidos y mal nutridos ¿cómo colaborar en la colmena? Los sábados después del mediodía el aliento los desata. El domingo comienzan afligirse sabiendo la corta jornada. La gracia es traumática en la rutina. Amaga el Sol y llega un amigo… en la lotería de la vida, a veces da pleno en el cero verde
S= …avisto a uno de los chicos de este barrio cerrado, y mientras lo saludo con un cabeceo al aire hago el esfuerzo recordando si le llaman Tato o Kico. Ingresa al court de tenis y comienza a pelotear precalentando para su clase. Torvo, encorvado y cansino, descarga su pesadumbre adolescente contra el polvo de ladrillo. Me sorprende entonces la ausencia de su padre. Detrás de la reja le converso preguntando si vendrá a verlo, considerando es un sábado por la tarde. Me niega sacudiendo la cabeza y mordiendo los labios, justificando entre resoplidos la falta por ser uno de los gerente importantes de la empresa. Aprieto ahora mis propios labios y lo compadezco, lamentando detente el pibe la mejor raqueta, zapatillas importadas, pelotas empeluchadas, profesor con clases pagas, indumentaria, tiempo, ganas, y un espectro en lugar de su padre. Me apeno también por el tipo, de seguro haciendo esfuerzo para darle la mejor raqueta, zapatillas importadas, pelotas empeluchadas, clases pagas, sin su tiempo, ni sus ganas, ni el resquicio para disfrutarlos juntos, en lugar de hacerlo con intermediarios de turno. Amago hacer un experimento sociológico, dando dinero de mi bolsillo y proponiendo le compre tiempo a su padre para venir a verlo, reemplazando la pago del salario empresarial. De inmediato me arrepiento justo a tiempo, porque carezco de tanto efectivo, porque será amedrentarlo en su conciencia y hundirlo en su pantano, porque en definitiva no los podría cambiar ni al padre ni a Él en un fin de semana. O acaso con un botón de muestra se construye una fábrica. Sigo andano y veo al arco iris, siguiendo las nubes tras la tormenta, mientras en surcos de luz dorada se esconde el Sol. Ha poco dejó de llover. Pienso en cuanto estoy disfruntando y cuánto me hace tan poca falta. Me consterno y el pensamiento se me va con el vuelo de unas golondrinas…
S= …considero esta clínica un segundo hogar. Real refugio de mi inspiración para escribir cuentos cortos, claro ninguno exitoso. Primero es el club y luego la biblioteca. Me tomé por costumbre hacerme el enfermo. Una definición de debilidad intolerable para mí. Pero al convencerme de creerme medianamente “indefenso”, o “vulnerable” o “necesitado” de algún tipo de cuidado, de descanso, mejor dicho, puedo soportarlo. Se trata de una excusa en verdad. Lo uso para evitar tener casa. Me acerco al Hospital, a traumatología por ejemplo, y quedó internado. Con el salvoconducto de practicar judo, siempre ando quebrado, o luxado, o esguinzado. Un tirón por aquí, un pinzamiento de vértebra más allá. En radiografías, entre tanto golpes, siempre algo bueno sale. Por ahí me mandan a una sala común y la paso medianamente bien. Alguna vez ligo cama en una habitación simple para mí solo incluso. Otras veces estoy en habitaciones compartidas con otros desarticulados. En esas molestan bastante los gritos, las visitas, los enfermeros prendiendo luces, las enfermeras colocando inyecciones, los pasantes apuntando historias clínicas. Por todo esto, jamás paso tanto tiempo en la habitación, sino salgo a deambular por pasillos. Atento a horarios de desayuno, almuerzo, merienda y cena, nunca pierdo uno. Cuando cobro confianza sólida, luego de uno o dos días, me acerco y permanezco en las cocinas, conversando con enfermeros y enfermeras, oyendo anécdotas. Tomo té y mordisqueo galletas dejadas por familiares de otros internados. Todos quieren irse, bregando esforzados por abandonar este lugar. Se angustian por permanecer quietos, pasivos, inactivos. Me río recordando mi voluntad es inversa. Me asiento muy cómodo, andando en pijamas, en pantuflas, leyendo diarios. Las clínicas privadas son cuestión superior, como adormecer en un penthouse. Aire acondicionado, vista a la calle, o hacia algún patio interno, televisión con cable, pulsador para ser asistido, pieza privada, baño impecable, toallas de hotelería, comida surtida y nutrida, hasta carta de menúes. Lo he visto a mi primo, hace poco, estando internado. Allí lo comprobé en primera fila, ofreciendo ocupar su lugar si quisiera escapar por unos días portando mi documento y ropa. Allí mullidos sillones y cama eléctrica. Las enfermeras son de casting para modelo de publicidad. Pero se sabe, nosotros los escritores carecemos de obra social, medicina prepaga, o cobertura asistencial. Siendo recalar en clínica privada una ilusión utópica, me conformo mientras me talla muy bien el Hospital. Con el procedimiento aceitado por el tiempo he perdido todo temor a contagios por contaminación y fobias por infecciones, o por aire nocivo, perturbado, tórrido de tantas enfermedades misturadas. He aprendido a combatir con eficientes escudos mentales el contagio psicoinmunoendrocrinológico. Hoy me siento a escribir este tema, refrendando la complacencia otorgada por la tranquilidad del lugar, provisto de televisor en plasma y vista hacia un jardín plagado de musas inspiradoras. Solo me urge estar atento a diagnóticos equivocados, porque a veces un resultado se resbala de una carpeta y acaban operando de un temor a un resfriado. Recomendado a otros escritores, estos sitios proporcionan salubridad y bienestar mental, y luego de mucho experimentarlos, hasta resultan agradables. Funcionales oficinas para quienes no cumplimos horarios, ni pagamos impuestos, sirviendo de sustento seguro a la fiabilidad del sector sanitario mientras el Estado lo brinde gratuito. Adherido a esta ventaja, me acomodo una semana, hasta recibir el alta. Mientras tanto me nutro de incipientes historias a relatar, transmitidas por los pacientes. Peleas callejeras, domésticas, atracos, fábulas policíacas entre otros. Aunque para ser sincero, continuo mintiendo, agrandando y exagerando sobremanera. Aguardo aún tentarme en indagar psiquiátricos, adonde supongo recabaría locas historias. Llevo la impresión de pisarlos en pronto tiempo, pero en calidad de interno. Esto por cuanto así somos los escritores, quienes alcanzamos la cumbre justo perdiendo la cordura, cuando adentramos a escribir sinfonías ilegibles para quien conserve un estado llano y normal de cuerdo
S= …en una etapa de mi vida, no muy lejana, bajo un estado condicional y parcial de afectaciones emocionales, entro definitivamente a un loquero. Un paredón bastante bajo me separa ahora de la sociedad. El primer paso para llegar ha sido considerar al cuerpo sobre la mente. Al cuerpo lo mueve el Sol, siendo el invierno una trampera. Mientras la mente nos aleja lo natural, algunos nos rebelamos de su gobierno, y marginamos de la convención social. Aparecen fuerzas mágicas conduciéndonos de esta manera. A la vista de los púdicos y ortodoxos nos empezamos a desmoronar. Rotosos, mugrosos, calamitosos, opacos, desaliñados y desteñidos. Ninguna señal para llamar la atención ni pedir auxilio. Estamos en verdad buscando, voluntariamente, apartarnos. Para ver la marcha desde una perpectiva inversa, apreciando absurdos de lo cotidiano, lo rutinario y lo ritual. Por ganar esos puntos de vista, se paga perdiendo la cordura. Se consume nada, se duermen deshoras, se escatima prolijidad, se asbsienen los saludos, se evitan lujos y placeres, se descartan actividades físicas, se troca intemperie por comodidades y al final, se fuerza la intempestiva y extraña lujuria de escribir a mansalva. Luego el sino se agrava, de compulsivo a esquizofrénico, de allí a demente. He sufrido y gozado, castigado, osado y serenado pasando por ese estado. Es un traspaso. Desde el ser razonable y atildado, al ente cavernícola y huraño, cual ahora soy. Miro hacia atrás a gente normal, mientras camino en dirección contraria. Quizá sean estas letras las últimas respuestas buscando un estado equilibrado. Quizá mis últimas palabras, mis últimas quejas de un tango. Terminaré internado entre psicóticos de veras si es el precio a pagar por lograr un estado de gracia infinitesimal. Entonces diré: “enhorabuena” pues habré dejado mi obra intacta y perecedera
S= … tengo a veces buenas sensaciones para comenzar a escribir. Apenas me predispongo ya me freno. Porque siento estar copiando siempre a Borges. Supongo ningún escritor consigue liberarse, luego de leerlo, de su sello por estigma. Primero causa sensación, luego admiración, y al final envidia. Esto provocan los émulos ante quienes nos reconocemos estancarnos en inferiores peldaños de sabiduría. Aún tuviéramos virtudes y capacidades, en particular me falta el coraje, la valentía y el desenfado para abrir cajones del cerebro y sacar conejos, flores, monstruos, marcianos, niños de adentro. Claro no todos, cuando leemos, pensamos lo mismo. No fuimos formateados por el mismo molde ni adoctrinados en iguales claustros, ni fuimos a mismos colegios, ni sostenemos igual cultura familiar, ni conocimientos, ni actividades, ni experiencias. No todos tenemos similar edad, raza, sexo, clase social o idioma. Tampoco penetramos con igual incidencia ni profundidad en el tema disertado, pues tenemos mayor o menor interés, técnica o discernimiento. Al final, tampoco compartimos a veces parecido estado de ánimo ¿Cómo interpretar entondes todos, de igual manera, a un singular autor? No lo hacemos. No para todos está diciendo lo mismo. Aunque eso sea solo una parte del problema, porque la literatura no es ciencia exacta tampoco, y así puede interpretarse distinto cada intención. El inconveniente mayor recae en uno, porque nos frustramos al darnos entender con equívocos, vagamente e irresolutos, sin transmitir ideas con fidelidad. Más aún cuando se escribe sobre actualidad, tiñendo perspectivas políticas, culturales, artísticas, sociales, económicas. Tampoco nos sirve para esto aclarar con dibujos, esquemas o diagramas. A menos fueran animados, corremos riesgo de transmitir multiplicidad de códigos factibles. Nótese por ejemplo en los ideogramas de escritura china, con símbolos reflejando una u otra divergencia, a tenor y grado cultural del lector en turno. Por eso autores de talla se sirven del resumen, escribir más con goma que con grafo. Salvando lo sustancial allanan senderos a comprensión del discurso y mensaje puntual. En cambio, quienes abarrotan fantasías dan rienda suelta a volátiles interpretaciones por cada lector. Alguno tomando medidas, visión, contexto, y experiencias personales en el mismo lugar de sus hechos. Lanzados en aventuras cual personaje de la trama facilitando transmitir fidedignos las sensaciones. Otros recorren exhaustivos la geografía, o fotografían y entrevistan testimoniales, o indagan cual detectives previo anotar un encadenamiento de contextos ignorados antes. A otros les bastan datos obtenidos en pantallas celulares mediando buscadores de enciclopedia digital. Pero otros, como Borges, saltan de realidad a ficción sin previo aviso. Del verosímil al absurdo panorama, del grotesco al exquisito, de lo grave a lo superficial, de lo sugestivo a lo científico. Nos pierden en la realidad yendo rumbo a la imaginación. Su bastón de seguro le soportaba el peso de las ideas monumentales. Me configuro muy limitado para captar escasos retazos a sus fundamentos y descripciones, a mensajes subliminales, a evidencias macroscópicas. Tanta sapiencia supongo le fue costosa mucho más allá de gratis. Si es precio sobrevivir consternado, enojoso, angustiado, triste, fastidiado, invidente… me pregunto ¿aceptaría ese precio para alcanzar la eternidad consgrada en los albores de la tinta? Hipótesis desgarradora y contrafáctica, solo consigo distanciarme aún más de su legado, pues sus ideas galopan entre los sesos, jugan, rebotan, tropiezan, trastabillan, caen, haciendo un ruido inmenso, hasta extasiarnos en desórdenes, mientras se van a dormir sin bañarse. A la mañana siguiente tal vez reaparecen, o quizá ya se agotaron, escabullidas en el negro barro de la tinta tras un escondite refugiado por el pliego de un verso. Antes ya nos abollan el cráneo, costando mares de energía apilarlas, estibarlas, acomodarlas, rotularlas, empaquetarlas y transmitirlas, lúcidas y prolijas. Aún así, inentendibles a la mayoría de mortales. Algunas aportando citas, opiniones, crónicas ajenas, sentencias divinas y terrenales, datos históricos y noticias, apuntadas con métrica lingüística puntillosa, estañadas de histrionismo, ironía, convite floreado o sátira, fileteadas con recursos discursivos y comparaciones, sinónimos, metáforas, entonadas por léxico preciso de vuelo literario… y aún así… inentendibles todavía. Tal vez si entrando al bar atemporal de la nostalgia lo halle alojado en el rincón más difuso, penumbroso, solitario y taciturno del hábitat, mascullando apagado un soborno a la luz de adentro para salirse iluminando. Sentado enfrente me privaría del humor irónico e irreverente atacando convenciones humanas, en tanto lo tengo por mirada impotente y vencida para mi escaso albedrío. Sentiría sin más estar encerrado en inextricable laberinto, del cual se escapa uno por encima, aceptando y asumiendo la inferioridad para construirlo. Tal vez me pusiera allí la sordera como muralla a la crítica tenaz, o quizá me autorizara copiarlo en su vanguardia desapasionada a entendimiento masivo. Con ahínco, vértigo y exhibicionismo, me vertería a un cuarto de su potencia poética, pasional o lírica, arriesgando perder en mi retórica la lógica común, o exponerla en demasía. Fuera de equilibrio entre ser marginal y popular, sometiendo la razón al instinto, me dejaría estar para escucharlo de lejos y verlo de cerca. Me parece entonces un niño insurrecto, un viejo en un niño, remendando con travesuras los agujeros del bolsillo de su sobria vestimenta. En fin, no seré escritor porque nadie da ese título, y porque estos tipos son demasiado extravagantes, exigentes a grado de exasperación, acérrimos, infranqueables, obsesionados y perplejos. Seres demasiado infrecuentes a estos sitios acostumbrados, demasiado atinados a carambolas para estos paños, con sobrado piolín para remontar estos cielorrasos. La gente confía en cuanto lee, creyendo por enconrarse escrito redunda en certezas, sin evaluar, sin dirimir ni atisbar dudas en perspicacias ínfimas. Incluso creen a inventores de fantasías, usuarios del condimento esencial para convertir al humano diferente a las betias. Ante tal panorama frustrante, algunos se entregan al reducido círculo de intelectuales, apuntalando dialecto privilegiado para eruditos. Regulando el retén de filtro a conceptos de fina graduación, factibles de ingresar solo por mentes lubricadas y brillantes. Mientra para el resto nos guardamos solo destellos, incurrimos en inconveniente sumando lectura, pues comezamos a copiar cuando deseamos transmitir. Por eso no seré escritor y tampoco ya leo, para no contagiarme de Borges… prefiero soñar, o mirar, soñando despierto…
S= …entramos al mercado de la esquina céntrica. Recibe sobre la ochava una figura de yeso casi tamaño humano invitando a pasar. Traspasando la cortina antimoscas de tiras plásticas, piden atención especial salamines y quesos. Pregunta por la dueña en voz alta y viene la Doña del fondo abrazarlo con cariño. Sale también el hijo y lo saluda otro parroquiano. Se queda conversando, pues siempre algo para agregar o recordar a destiempo. Le tocan bocina y sacuden la mano desde un vehículo. Acaba sorprendiéndome. Entonces nos recuerdo atrapando pulpos en rocas del mar del sur, curtidos por vientos helados y agua gélida. Arrancando mejillones entre musgo y piedra poceada. Nos compra un rifle de aire comprimido y nos batimos a duelo contra pájaro a los cuales nunca acertamos. Desempatamos contra latas a distancia respetable para balines de aluminio desviados por ráfagas de viento. Dice ponernos piedras en el bolsillo para evitar volarnos mientras remontamos el aeroplano de madera balsa y papel laqueado. Luego jugamos billar a tres bandas matizando vermouth y salados. Por afición de escribir a falta de trabajo digno, me asignan el suplemento semanal de “historias citadinas” para un diario local. Me obligo indagar eventos añejos, olvidados, confusos, mezclados entre realidad y mitos. Solo compagino sin confirmación ni verificación, pues inexisten quienes puedan testimoniarlos. Agotado de tópicos comunitarios, decido contar historias personales de tipos extraordinarios. Comienzo este Domingo aguardando al zultano en el boliche esquinero adonde nos citamos. Conozco por anticipado algunos de sus avatares y revueltas. Sierras, badenes, cuevas, sótanos, aljibes, zaguanes y ochavas lo veron pasar y pisar con aires sobrados. Criado sano en la calle cuanto se pueda esperar sin incursión a malandra ni parásito. Sin penitenciaría ni reformatorio, sin drogas, cirujeo ni ebriedades. Solo por afán del destino sin padre ni madre al unísono. Bajo rectitud de la abuela india, y adiestrado en el club por padrillos del campo y arrabales. De canillita a mesero, de lustrador a comerciante. Letra profana sobre piedras y lápidas de cementerio con su marca. Liado con principescas de alcurnia o mozas de suburbios, a veces con cuchilleros disputando damas. Pasando la raya de persona a personaje, ha elevado el pedestal de hazañas obrando de guardavida y de bombero. Intento congeniar para sentirme por un rato formateado también a su imagen y semejanza. Pero veloz me avergüenza saberme inferior a su temple nato y estampa. A diferencia de este tipo, fui criado con destajo de cuidados y protecciones caseras. Falto de su audacia, coraje y astucia, algún logro mayor cruzar una viejecita por la senda peatonal segura. En fin, repliego mis escasas bondades y me concentro a perfilar el retrato de este ser popular y admirable. Ingresa al boliche y lo saludan de cuatro rincones. El mismo bolichero se postra en un amague amistoso, arrimando un Gancia consabido de antemano. Gastaremos naipes terciando partida dual de truco primero, mus entre cuatro luego, tute entre cinco después, una conga de seis, y un siete y medio. Anocheció sin avisarnos, partimos cuentas y nos vamos. Me tira de la patilla izquierda en un gesto cariñoso de despedida, y mientras articulo la quijada entre dolor y risa, guiño el ojo le suelto feliz “chau, Pa”…
S= … mi ilusión descerebrada de antes, era hacerme pasar por muerto. Hoy estoy en mi velorio, todavía sin entierro. Para esa particular ocasión he instruido concientemente a mi hijo. Pero suelen fallar los planes y devenir deseos como ambiciones alterados por eventos inusitados. El deudo afloja por consternación, confiando en parámetros sociales de buena educación y honra, dominado por el influjo social, cediendo a presiones familiares, dispensa su falencia por la congoja del momento y por cuanto su padre decretante ya era poco cuerdo. En definitiva, es calimidad andar cumpliendo tanto raro deseo, mientras las excusas brotan como malvones en el espíritu humano. Al jóven de solo diecisiete años ningún reproche le cabe, pues recién formatea el carácter, sumiso aún ante aluvión de tantas disconformidades señoriales. Dada la consigna de evadir al velorio, el legado era claro: “nunca me llores, hijo, y menos me expongas tieso ante nadie. Seré satisfecho si en lugar de velorio hacen fiesta. Sin compungidos ni tristeza. Una farra a toda faena, de diversión, bailes, bebida y comidas caseras. Si no me recordaran por como viví, al menos lo sepan por mi despedida” Pero lo atajaron aquéllas tías entrometidas, los curas inmiscuidos, y algunos primos mayores. Entonces discurre el episodio por canales de ritualismo histórico, anfitriando un ataúd de madera lustrada en vetas, estirado hacia el centro de la sala III de una modesta casa mortuoria en nuestra ciudad natal, invitando asomarse acreedores, curiosos e incluso turistas desconocidos. El hospicio se distiende a cajón cerrado, al parecer incluso sellado, porque abunda el rumor de un supuesto deceso escalofriante como violento a instancias de las fauces de un tiburón blanco. A tal presunción se suman las consecutivas semanas de putrefacción en el agua, orillando los restos desmenuzados y carcomidos por peces inferiores, el rescate del cuerpo mediante ginches y ganchos desde un móvil de los bomberos voluntarios de la Islas Ilheus en Brasil, más los desparpajos propios de una autopsia motivada en la ausencia de causas naturales, los jirones de carne desgarrados para el examen, las costuras de remiendo posteriores, y finalmente el viaje durante días por carretera en una combi Wolskwagen improvisada como ambulancia, a falta de recaudación para traslado aéreo. Participaban los parientes sin ver al muerto, dudando en su fuero interno la coherencia de estar ahí. Como es Domingo lluvioso y otras ofertas son peores para salir a callejear, consienten pasarse unas horas cuchicheando, bebiendo café y fumando a mansalva. Gente va y viene. Salen, entran, desperezan, lloran en cuotas, ríen, distienden. Susurran y hasta escapa alguna carcajada. Oyen música y comparten videos, abstraídos en las pantallas digitales de mano. Recuerdan anécdotas, inventan, las exageran, se incluyen protagonistas si son frondosas, o meros testigos si son turbias. Se reencuentran familiares esquívos intencionalmente. Comentarios sobre el evento infortunado y la vehemencia del muerto “qué tragedia ¿cómo pudo pasar eso?” Tejen sospechas sobre el morbo de un cajón cerrado. Se vaticina destrozado, inapto para ser exhibido. Secunda el hijo, consternado. Le convencen haber tomado decisión correcta, tentando apagar autoflagelación psicológica del sucesor al incumplimiento de aquel deseo. Espetan a coro, como premeditado “tu padre estaba últimamente muy tocado” ¿A quién se le ocurre naufragar en bote solitario, durante tres o cuatro años por océanos desconocidos? Entre los asistentes emerge un tipo ataviado de túnica negra entera, o más vale violácea. Descolgando una lánguida barba larga y blanca, portando sombrero de pico alto, cual brujo de cuento. Ocultaba sus ojos con gafas redondas refrectantes, cual músico famoso caído en fama. Sin intento desapercibido, vociferaba en lenguaje portugués abierto y diáfano. Declaré entonces ser maestro Druida de la Secta umbanda en la cual el muerto había afiliado. Simulé echar bendiciones al cajón inerte. Arrojé mis últimos ahorros a los encargados de la funeraria. Invité a los asistentes acercarse rodeando el ataúd para orar como los Dioses mandan. Entonces abrí las puertas en partes y entraron a raudales los murguistas contratados. Un valet de mozos desfilando con bandejas. Los musiqueros colgando bafles y parlantes, enchufando consolas, audios, teclados. El joven, mi hijo, sonreía por inercia. Sin saberlo recibía mi ayuda para cumplir su promesa. Repiqueteaban los videos de vacaciones y otras fiestas, contra la pared librada ya de cuadros y estampas funestas. El barman apostado en una barra improvisada sobre el rincón de las ofrendas. Las odaliscas se mezclaban con los strippers enloqueciendo a las viejas. Las cortinas oscuras se descorrieron y la algarabía contagiaba de adentro hacia afuera, dejándose ver y oír, el barrio se estremecía impidiendo una siesta. Timbales, pirinbaos, bombos, platillos y panderetas adornaron el ocaso llenando el aire de armonías y compases. El vino se hizo presente rápido aunque fuera de cosechas tardías. Mesas dulces y saladas desalojaron al cajón en el centro de la escena. Magos, activistas, locutores, payasos, titiriteros, y un toro mecánico sobre una colchoneta. Por la puerta trasera del jardín me escapé hacia el fondo, y salté por la medianera. Desaparecí al ritmo de mi propio entierro, feliz y contento de recuperar una vida. Esta vez para siempre…
S= … me visita con insistencia la imagen de Martín Lutero desgarrándose la falsa vestidura de su sotana ante el pórtico de una Iglesia cristiana. Lo imagino clavando el manifiesto de cien reglas contra el fraude de enmiendas, colecta, dote monástica, unciones, indulgencias, veredictos de inquisición y donaciones rebalsando las arcas del pontificado Romano. Veo a Nicola MalosClavos desnudando con su manifiesto de mezquindad, egoísmo, prerrogativas personales, la simulada postura en la condición humana individual, dando lustre a la vez sobre la imagen del protector Borgiano. Recupero ubicuidad enfocando los rostros de esta gente. Son ilustres o ilustrados. Diputados cenando y Senadores dispuntando el bacalao, la centolla y otros crustáceos. Jueces, fiscales, comisarios abroquelados al conjuro de comilona ministerial. Embadurnados en ocio y comodidad, aprovechadores de prebendas por acumulación inequitativa de bienes ajenos, con mayor avidez a la necesidad. Me transporto mentalmente para observarme desde lejos, compartiendo el opíparo y embriagador momento. Sacudo el cogote recelando nervios, tensando músculos de sesera y acomodando el esqueleto. Doliente de astucia y coraje para confrontarlos, consiento la comidilla masticando embroncado esta farsa. La pareja anfitriona dedica tiempo, energía e incurre en gastos por captar estas voluntades, en pos de anotarse créditos para cobrar devoluciones luego. Siendo parte de la ronda, quieto y apesadumbrado, me someto a la función de dádivas, mientras me regocijo secretamente sintiendo parásito de estas sanguijuelas. Así lo estimo, pues nada tengo para darles, ni a trompadas. Incompetente para atrapar un dato certero, incapaz de fraguar un legajo, trabar un expediente, obtener una franquicia malograda, percibir una coima, arrebatar una prebenda, dibujar un estado financiero, aportar un boleado para desplumar, o encubrir un hallazgo. Entonces me vienen a recuerdo las etapas de avaricia en primera persona, cuando también hube engañado, mentido con silencios, abusado confianza ajena. Arrepentido a mitad del puente entre vergüenza y dignidad, pagué perdiendo esposa, un amigo, y medio hijo. Burlesca farándula humana, escondiendo tras el vestido y la careta del carnaval a las bestias acechando. Clase alta, media o baja, igual el bárbaro al civilizado. En fin… mi instinto salvaje aparentado domesticidad, contenido a salir cabalgando. Uno me mira cavilar y noto su sonrisa, mientras obtiene su radiografía, tomografía y encefalograma. Gustaría ver ese resultado para saber si estoy enfermo como Ellos, si el virus me está poniendo a prueba o me ha invadido de nuevo, si soy consumidor o proveedor de ese veneno. Tomo agua y apenas como, por si fuera algo del antídoto. Tal vez me meta a la piscina luego, parece climatizada…
S= …no nací en esta ciudad, pero la conozco. Si alguna vez la detesté ya no la aborrezco. Sé adonde voy sin detenerme, tomo tiempo de sobra para evitar se haga temprano. En esta madurez aprendo disfrutar sensaciones y emociones sorpresivas, los sonidos, gestos y hasta ciertas conductas de rebaño. Continúo sorprendido, ya van casi cuarenta años. Deambulo en lugar de andar, revoleando la cabeza a uno y otro costado. Estuvo recordando mi primo la semana pasada, sobre la cadencia de gente pueblerina. Les pronosticaba una decadencia paulatina, a medida se fueran enviciando de estas distancias y prisas. Se choca uno en estas urbes, a otras por primera y única vez en la vida. Cada cual defendiendo su propia circunstancia. Así las veredas como hormigas, así el tránsito por calles, autopistas, y avenidas. Escasos espacios verdes reclaman por son de paz y calma, reservados a la causa de impaciencias. Fila en Bancos, bondis y subtes, en mercados, estadios, en teatros. Filas para cobrar y pagar, para comprar y entregar, para sentarse o pararse. Pateo piedras mientras otros corren por adelantarse un tramo. Llegar al hogar apurados, para perderse más horas contra pantallas. Igual podio para todos, comodidad, sosiego, alimento, pilchas de moda, y un puñado de fajos para llevar su gente a pasear. Del otro lado, por un rato, quedan los vencidos de cada pequeña e infame puja. La vergüenza del humillado y la venganza del desvalido, en lucha cotidiana por un mango, reticente palmo a palmo. Picotean algunos sobras de quien les arroja migajas. Pisotean, empujan, arrastran, vituperan y desbaratan otros el ánimo al empleado. Desisto verme de nuevo broncando contra todos y mordiéndome los codos gruñendo y ofuscado. Prefiero borrarme. Paso bajo la autopista adonde familia indigente tirada sobre colchones apelmazados de roña estiran por monedas otro palmo de sus manos. Los nenes descalzos corren veredas inquietas, lloran, lagrimean, aprendiendo el arte de sobrevivir pidiendo y actuando. A diez metros en línea recta, se alza el edificio magnánimo del canal televisivo céntrico y monumental de la ciudad cosmopolita. Extiende sus orejas satelitales teledirigidas hacia Rusia, Chile y Australia. Pero se le escapan estos secuaces de la deshonra pastando bajo sus radares. Esto se puede ver con solo abrir toda ventana mágica en un puñado de sincericismo cotidiano, sea desde un apartamento nuevo, viejo o prestado. La abro y veo todo mezclado. Miro las vidas de enfrente, de al lado, del costado y del barrio. Los observo con discreción sin invadirlos, intentando la reserva enfocando a soslayos. Sigo prisionero de mi soledad, en búsqueda de comprensiones. Aunque el gran río es enorme y permanece constante en la ribera, nunca lo veo pues ha quedado tapado por otras matas de cemento. Es que debemos ratificar, Dios tiene su sede acá y sucursal en otras partes. De nuevo en la estación, reflexiono esperando, rememoro acerca del boleto, la taquilla, el control, el horario, y me resulta todo rutinario, ritual y programado. Casi de noche lauchas asomando rieles de vías, anticipando su reinado nocturno. Debajo otro mundo indecible, túneles cruzados, vías de escape, ductos hacia el río, cloacas, subterráneos, estaciones en letargo… otra ciudad debajo de la visible, me hace pensar en cocodrilos, alimañas, fósiles y agua putrefacta. Algún día tal vez baje otra vez a verla y me ande acostumbrando…
S= …Desaparecido hace rato del espectáculo social, muchos creen haberme visto muerto. Dos amigos contados con los dedos de una mano, presentan testimonio para declarar mi ausencia bajo presunción de fallecimiento. Han pasado más de tres o diez años tal vez, no recuerdo. Encima he olvidado el modo de contar el tiempo. Mientras uno declara, el otro, quien es abogado, lo interroga. Pregunta por mi nombre y datos filiatorios, indagando cómo, desde cuándo, y por dónde me veía. Inquiere por mis conductas, apegos, allegados, enemigos, vicios, costumbres. “Nació en un pueblo de Provincia” le contesta, y agrega “…pero sus padres se mudaron a la Capital, y lo trajeron consigo. Acá era provinciano atrasado, y en su pueblo porteño superado. De buenos sentimientos como resentimientos, tal vez un rebelde sin causa. Debía de tener, como todos, sus demonios internos. Fue a colegios católicos hasta los diez o doce años, y después a estatales. Perdió la fe en un acto de frución cognitiva, según dijo secuencial y discontinua. Impactado en la humildad de condición de otros hogares frecuentados, apareció en su sesgo una confluencia por las razas, orígenes, culturas y mitos. Me parece aquello lo consternaba e iba afectando. Después se acurrucó en una oficina, y era difícil sacarlo hacia el gentío. Se tornó algo torvo, uraño y tacaño. Dejó de comer regularmente y apenas si dormía. Su físico esquelético le jugaba en contra, y comenzó con las anemias. De respetuoso trato hacia las mujeres, jamás le conocimos pareja. Demasiado indiferente a la seducción las intimidaba su intransigencia. A veces, parecía despreciarlas, cuando soltaban debates sobre el amor y el romances, las paces y las guerras. Se recluyó solitario y fue perdiendo el hilo de la modernidad. Solía salvarlo su hermano mayor, quien se ocupaba en rescatarlo y ponerlo a tiro de observación meridiana. Un día se casó, con una buena fulana. Pobrecita, la compadezco, cuánto ha sufrido por nada. Parecía prodigioso alguien lo aguantara. Claro, duró poco, y el divorcio avino como agua de vertiente. Antes de eso, entre ambos, tuvieron un pibe. De a poco, o de repente, ya no me acuerdo, se fue alejando del grupo de amigos. No venía a cenar cuando nos juntamos, tampoco a los bautismos de nuestros hijos, ni a vacacionar cerca para vernos las caras. Nunca quiso tener teléfono móvil y se hacía imposible llamarlo. Nadie sabía luego adónde vivía, siendo difícil ubicarlo. Abandonó la profesión, dejando se cayera su matrícula. Dejó también el deporte y los gimnasios frecuentados. Al último casamiento aparecido, era un fantasma de pelo largo y barba, vistiendo casi harapos, entre alpargatas y bombacha vasca. Se había transformado en ermitaño. Un Invierno desapareció en doble proa con derrotero a Centroamérica. Lo sé, pues me pidió ayudará botarlo en la desembocadura del río plata. Sin aviso a prefectura ni a la guardia costera. Se volvía clandestino en sus últimas ataduras. Tampoco sabía de navegación, por lo cual considero fue directo hacia el Triángulo de Bermudas. Andaba obsesionado con ese asunto, rastreando tesoros perdidos, caídos durante batalles navales. Quería recuperar monedas de oro Azteca, hundidas con el Galeón San José, cerca de costas Colombianas. O puede haberse dirigido también hacia Australia. Andaba atraído por los tiburones blancos, con la cuestión de la inmovilización tónica, y algún otro balurdo en su cabeza. Durante unos diez años no supimos más nada. Probablemente haya muerto, y se lo tragó un ballena”… El amigo abogado, interviene, diciendo “Su Señoría: considero este testimonio contundente y voluminoso, ofrecido por un testigo directo. Estarían dadas las condiciones para declarar presunción de fallecimiento, aunque no haya bienes materiales, por si acaso aparecieren algunas de esas monedas de oro, vaya uno a saber, poder salvar honorarios, derechos de propiedad e intelectuales”…
S= …me hallo escondido tras enormes maceteros predispuestos para decoración del salón de belleza femenina. Intuyo pasar desapercibido a los empleados y clientas, por cuanto a ninguno alarma mi presencia. Saco una hoja y un lápiz, desconozco adónde los tenía. Anoto los consejos regalados por una peluquera a su clienta “Prestame atención, nena, sacate de la cabeza novelas tontas; debés agarrarte “algo conveniente” ¿soy clara? No pases por una vida angustiosa, como tu mamá con su segundo marido; Vos merecés algo mejor. Pero, cuidado, porque no sos la única buscando un buen partido. Tenés competencia brava, tenaz, multitudinaria y de la fiera. Los tipos saben bien cómo elegir, porque luego deben atender y mantener. Así es la ley. Si le das un crío, quedás asegurada hasta los dieciocho o veintiún años, creo. Hasta los veinticinco si estudia sin trabajar. Aunque vos te rasques las orejas, sin hacer nada, igual te debe mantener. Si logras separarte, lo mismo, y además contás con luz verde para salir de nuevo, en busca de otros gustos, y de otros tipos. Cuando tenés “algo a tiro” ¡no lo soltás! Si el tipo es baboso te ponés babero, si es un nene te hacés mamita. Si es jovato te vestís de nena. Si es mujeriego, le proponés trios. En la guerra y el amor, todas las armas son legales. Si te presenta a su madre, y es una bruja, bueno, vos sos bruja y media ¡Pero nunca, nunca, nunca, se lo disputes a la vieja. Al contrario, si lo querés conservar, copiala lo más posible. Los varones ven en su mujer al reemplazo de la madre. Cuánto más te parezcas, mejor. Ocupate de conocer sus compañeras de trabajo. Si tiene hermana, hacéte complice. Si es menor, invertí en entradas para un recital, y acompañala. Si es mayor, cuidále los nenes, aunque sea un bodrio. Sacate de la cabeza y de las faldas al hijo del gomero, fiambrero, carnicero. Eso no va más …” Siento se me inflaman los pies, acalambra la pantorrilla, y entumece la rodilla. Me levanto y me voy, casi flameando, como si nadie me viera. Es una peluquería unisex, frecuentada solo por mujeres, vaya coincidencia…
S= …supe tener compañeros de colegio inteligentes y didácticos. En especial quien me generó ánimo admirarlo por sagacidad y pragmatismo. Luego convertido en atareado ingeniero, claro está. Movido e inspirado al compás de transigencias humanas, ante verdaderas contingencias ausentes de necesidad, era el tipo calculador mientras otros titubeaban. Recuerdo una vez llegados parientes desde España, me ofrece acompañarlo hasta el aeropuerto a recibirlos. Calcula entonces horarios de partida, demoras por escalas, reaprovisionamiento y reposición de combustible. La incidencia de las mareas y los vientos, la estadística de personal disponible entre controladores y señaleras, trabajando en torres y pistas. Utiliza un instrumento muy poco usual, su cerebro. Mediante abstracción en gran poder mental, supongo, o bien por el estudio milimétrico de pentagramas sectorizados en cuadrículas de mapas tridimensionales topográficos, aéreos y náuticos. Me lo enseña. Lo reconozco. Son esos pergaminos crudos de tinta azul, con marcas punteadas por líneas blancas, demarcando volúmenes y vectores en escalas métricas sobre cuadrantes de espacio y tiempo relativos. Trazadas sus aproximaciones y expandido desde un corte meridiano al septentrional, consigue biseccionar las confluencias de eventuales sucesos a través de un prisma multiperiférico. Simplificando, como si se tratara del plano de cañerías cloacal de un edificio. Pero en su caso, intuyo tenía en el marote un rompecabeza de opciones visibles, perceptibles y aparentes, más o menos armado de antemano sobre posibles simultáneas combinaciones sincrónicas entre personas, máquinas, animales, elementos, y todo movimiento de traslado en, sobre y bajo superficie de la Tierra. Parecía detentar omnipresencia a voluntad discriminada. Aún así, en cuanto a controlar, lo limitaba un poder normal de actividad en el acto, sin extenderse sobre el curso de sucesos ni afectaciones inmediatas, pues nada podía modificar, inducir, como tampoco influir en otras mentes humanas, ni en movimientos gravitacionales de los cuerpos involucrados. Es decir, es un simple teórico, ausente casi de toda práctica. Es más, gracias a su extremo desarrollo de tan extraña virtud, en realidad admirable esfuerzo de estudiar estos mapas desde los diez años, anualmente fue luego contratado por el Team Daimler-Chrysler en los rallies París-Dakar. Porque a pesar de confiar en GPS con rebotes orbitales en satélites alineados, suelen las turbulencias desérticas raspar zonas de interferencia durante las cuales se pierde todo rastro. Entonces valen sus conocimientos de cálculos por variables geográficas, físicas, climáticas y geométricas. Lo apodan en los talleres del rubro profesor Lokovich. Aunque repito, sus pronósticos y predicciones se alteran por conductas humanas, imprevisibles, cambiantes, selectivas y dubitativas. Esto nos sucedió durante la empresa de buscar a sus parientes por el aeropuerto. Calculó la arribos, destinos, convergencias, check out, compra en freeshop, demora en mangas, en portones salidas, en cinta de valijas, enlaces locales, traslado por móvil interno, revisión aduana, egresos de pasjeros privilegiados, acarreo de bultos… pero sus parientes fastidiados nos aguardaban desde hacía una hora, porque un tipo con chaleco azul, ajeno a esquemas interestelares, les puenteó el visado de ingreso por la módica cometa de 20 euros… A estas desviaciones, de mero orden circunstancial, tangencial y contingente, debemos sumar aquéllas abatiendo a todos los humanos. Refiero a sugestiones y supersticiones. Esas creencias de torcer los hechos con el poder de cábalas y rituales, implementados por repetición y precisión dominante. Quienes los practican deben tenerse por uno más entre cinco mil millones de personas iguales o parecidas. Quienes los niegan suelen estar a la cabeza de los demás. Quienes los hayan superado, sean bienaventurados, porque jamás accederán al reino de los cielos. Quienes los aniquilan, avispando la inexistencia de Dioses, habrán eliminado toda contradicción. Para algunos, esas fuerzas místicas dando seguridad, son la maldición del reino animal pagando inteligencia, diligencia, superioridad y beatitud. Esta crucial arista se interponía fatal a predicciones del profesor Lokovich entre presuposiciones e imponderables. Similar a le pasó allá por el año 2000, cuando sagradas escrituras sentenciaban la extinción del mundo, mientras otras predicciones esotéricas lo puntualizaban en 2012. Avocado a las matemáticas y aritméticas correspondientes se convenció haber llegado a la ecuación ideal, sentenciando la hecatombe para el 5 de Mayo del 2010, a las 23.35 hora local. Se preparó, por supuesto, para la supervivencia, sin tardar mucho en construir un bunker personal. Lo hizo con una capacidad para quince personas, diagramado en un abanico de cien metros cuadrados, abastecido para ocho a diez años. Su esposa negada en conciencia, fue convencida luego de mucho aperitivo y tertulia rociada con Amarula. Sus hijos, entusiasmados, quisieron invitar amigos y primos, rechazados de inmediato por el patriarca. Nadie agregaba a nadie y con esto quedé también excluido del moderno Arca de Noé y salvación terrenal. Mediante milimétrica extensión de tubos subterráneos, formó una conexión de estanqueidad perfecta entre el bunker y la piscina. Prontos a culminar el último día de la década cúlmine del final del mundo, es decir, para las Navidades del 2009 bajaron al reducto y sellaron acceso. Recuperada la resaca y la conciencia en su esposa, consiguió escapar a la fuerza con sus hijos. Al final llegaba el día señalado, pasando igual a otros, sin mayor trascendencia. El profesor debe pensar haya sucedido, auques sea posible le fallen cálculos, pues al tiempo halló su mujer en la recámara matrimonial el extravagante calendario otrora preparado para aquélla finalidad, el cual al parecer habían olvidado empacar. Pronto pasaremos ya los diez y no se lo ha visto emerger por el jardín trasero ni por aledaños. Tan solo ha perdido el casamiento del hijo mayor y nacimiento de dos nietos, y unos cuantos noviazgos de su nena intermedia. Tengo para mí ha experimentado una rebelión el duende adolescente incontrolado, y extirpando planiferios, pentagramas y cálculos de su cabeza, haya puesto manos a la obra de cavar un túnel desesperado por escapar, confiado tener en el adminículo de una cuchara de metal el elemento preciso para depositarlo, pronto o a más tardar, calculo… próximo Arabia Saudita
S= …me llegan novedades por correo electrónico, siendo el único medio de interconectarme actualmente al Mundo. Lo celebro regocijado, dando importancia a mi porte, y apresuro a contestarlo cual si estuviese ocupado. Son buenas nuevas, pues se casa un amigo. Por su edad madura y señas particulares, podría decirse lo cazan con zeta en lugar de lo esposan con libreta. Asevero mi presencia, aclarando andar sin pareja, atisbando le sirva ahorrarse un cubierto en la cena de gala. Se une a una mujer de otra cultura, a quien aún no tuve oportunidad de conocer. Brota inmediato en mis fueros internos lujuria venal imaginando siluetas modeladas por vestidos ajustados, mezclada con la saliva burbujeante de la gula en alimentos infrecuentes y aperitivos embriagantes. Muchos otros días demora la llegada del indicado, trajinando y pensando, divagando y ansiando. Al final, sobre la estrada de ingreso a la Iglesia, aguardo el paso de rostros desconocidos antes de sumarme al gentío invitado. Luego en la explanada del estacionamiento, espero mucho más hasta acercarme al saludo oficial con cada miembro de la pareja. Van demasiados años sin vernos ni reconocernos, al menos quince denotando las pieles ajadas. Mi amigo aparenta casi tan joven cuando nos despedimos, en tanto a mí los años no me pasaron, me pisaron. De andar retobado decido caminar de allí hacia el salón de fiesta, lo menos entre veinte y veincinco cuadras. Descuenten ni ropa de esmoquin ni levita llevaba. Tampoco zapatos lustrosos de cuero importado. Uniforme de portero debajo, sostenido en pantalón de traza invernal, sandalias franciscanas porque era verano, y una camisa desprendida de cuadros amarillos y blancos. Nadie me ataja el ingreso ni peticiona tarjeta. Nadie me filma ni hace firmar asistencia. Tampoco me asignan mesa, silla, banqueta ni estrado. Ando a mis anchas como un rebelde incausado. Todo el mes anterior había maquinado ensayando ¿“qué iba a decirles a estos importados, parlanchines de lenguas extrañas en esta patria sureña?” El contingente de americanos bostonianos se desparramaba por los rincones entre champañas y fresas. Diversidad de idiomas, culturas, costumbres, sobre misma plataforma católica autónoma de creencias. Estoy en la fiesta, y me siento desastroso. Ni combino la forma ni el carácter de ser… ni siquiera conmigo mismo. Me toma en época mala y turbia de mis locuras mentales, y me tomo a rabiares calamidad de quitapenas. A la novia la descubro bailando el ritual vals, sin percatarme apartaba a su propio padrino operando de pareja. Confieso los últimos dos o tres cuartos de hora, los había consumido en la barra con bueyes perdidos. Los líos afloran si se mezclan las razas, pues los gestos de unos antepechan al extraño. Tiempo y distancias desenfrían corajes, cuando tino y espacio abanican humores. Entonando algunas canciones comunes o melodías dramáticas, la música calma las fieras y remienda hosquedades. Personas y muestras de afecto se tornan cordiales. Como todo invitado, debe uno redimirse a ser cauto, moderado entre valientes y receloso de timoratos. Era cuestión útil seguir vibrando al compás de armonías, incluso alentando manotear alguna acompañante. Así un lobo solitario husmea al rebaño, y por vegetariano me cohibía desear prendas ajenas. La noche se iba entre llorones y apesadumbrados, últimos exponentes de una cadena perpetua asidos a la barra del bar, desbordada aún de licores intactos. No tengo opciones para conocer a entusiastas extranjeras, ni tampoco para bailar con mis franciscanas como un mono alocado. Tengo opción en cambio permanecer comiendo y bebiendo, recostado sobre luces sombrías de tangos exportados. A las cuatro de la matina los ojos se inclinan, cerrando a media asta el catalejo desenfocado. Las ideas caminan despacio o corren trastabillando, esquivando al riesgo de haber bebido tal vez demasiado. En esta premiere de funciones ficticias, plagada de imágenes deslumbrantes, casi a punto de impactar en el centro de todas las escenas, me remuerdo la conciencia analizando cómo actuamos en público, cuánto gastamos agotadas energías, porqué generamos sobradas ocurrencias, y hasta cuándo improvisamos denostadas gracias. Nada de lo previsto sale luego tal cual fue soñado. Al final de la velada, regreso mojado por la brisa mañanera en el rostro, y aunque estuvo bueno, tampoco fue extraordinario. Me marché luego de los cafés a deshoras, sin pena ni gloria, sin amarrarme a la tela de alguna pollera. Relajado ya, pienso me hubiera quedado por si aparecía alguna señorita interesada en este especímen precámbrico, o se armaba algua rosca interesante adonde calzar en cross elegante. Algo al menos divergente… excepto regresar a esta soledad de lobo amedrentado
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