Un domingo cualquiera

Un domingo cualquiera

S.S.Caveda

02/03/2022

Se despertó oyendo el sonido de la lluvia en el techo de su caravana.

Siempre le había gustado la música que producían las gotas al caer sobre cualquier superficie, pero este sonido y el del rugido del mar eran sus preferidos.

Se desperezó lentamente en la cama.

Ese día no tenía prisa. Era domingo, y los domingos eran su día de descanso.

Trabajaba duro el resto de la semana. Tenía varios trabajos y a todos ellos se dedicaba con la misma pasión que ponía en todo lo que hacía.

-Hoy voy a ir a bucear- se dijo.

Según lo estaba pensando ya se había hecho el café y en cuanto terminó de desayunar bajó a la playa con todo su equipamiento.

Es cierto que llovía, pero en agosto, la temperatura era muy agradable y como ella decía «debajo del mar, también te mojas».

Este pensamiento le provocó la risa.¡Cuántas veces los «foriatos» la habían mirado asombrados al verla meterse bajo las olas en un día lluvioso!

¡Qué gusto sentir la fría arena entre los dedos de los pies!

Hábilmente se puso el neopreno y se acercó a la orilla.

Las olas lamían sus pies y ella pensaba en lo afortunada que era al poder disfrutar de aquellas sensaciones. 

Poco a poco entró en el agua, colocándose las aletas, las gafas y el tubo.

Ya estaba en su elemento.

Los pececillos pasaban a su lado sin inmutarse. El baile de las algas al ritmo de las olas era embriagador y ella se dejó transportar a ese mundo submarino que tanto la atraía y tanta paz le proporcionaba.

Cuando comenzó a sentir frío decidió salir, pero en ese momento vio con claridad a un diminuto caballito de mar que se esforzaba por ocultarse.

Desde niña le habían fascinado estos peces. Parecían salidos de un cuento de hadas. Eran como pequeños dragones con su cola rizada y esa boca que parecía querer silbar.

A pesar de la lentitud con la que se movía, no se atrevió a cogerlo.¡Le pareció tan frágil! Le siguió con la mirada y vio cómo cambiaba levemente de color, confundiéndose con el entorno hasta que deje de verlo.

Eso tenía que ser fantástico. Lo que daría ella por poder esconderse así de lo que podía hacerle daño.

Se le había roto el corazón tantas veces… ni siquiera sabía cómo era capaz de soportarlo.

Pero ella era así. Era entregada y generosa. Siempre preocupándose por los demás y haciendo todo lo que podía por aquel que la necesitase.

Dedicó toda su atención en cuerpo y alma a su madre cuándo está lo necesitó.

Era una hija abnegada y cariñosa que de manera natural y espontánea volcó su vida en hacer que la que le quedaba a su enferma madre fuera lo mejor posible.

Fallecida esta, seguía ocupándose de su padre, ya mayor, dejando atrás sus sueños e ilusiones. 

Pero allí estaba, flotando en al mar y admirando a un animal, cuanto menos curioso, y deseando poder mimetizarse ella también y cambiar el color de su vida.

Por un momento deseó ser como ese pequeño dragón, con una coraza que cubriera todo su cuerpo y la pusiera a salvo del dolor.

De repente se dió cuenta de que había dejado de llover y el sol brillaba en todo lo alto.

Salió del mar, como si de una sirena con piernas se tratase, dándole la vuelta al mito y adentrándose paso a paso en tierra firme.

Sonreía. Sonreía porque ya había decidido lo que iba a hacer con su vida.

Había llegado el momento y eso la hizo feliz.

              FIN

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