Espero al menos que lo hayas disfrutado

Espero al menos que lo hayas disfrutado

Fernando Monge

25/02/2022

Nunca sé cómo empezar estas cosas, así que lo haré por el final.

Espero al menos que lo hayas disfrutado. Que hayas gozado del sombrero de paja, de dormir bajo el sol en esa hamaca de colores que trajiste de Yucatán, “la tejieron mujeres de las comunidades indígenas” – dijiste entonces para justificar su coste -, de dejar que sea la espuma de las olas, en vez del despertador, quien te saque de un dormitar indolente.

A mí también me gustaría estar en otro lugar. No aquí. Pero tampoco en la playa. A mí la arena me molesta, sobre todo cuando se te pega al cuerpo por el sudor. Prefiero el olor a resina de pino, el frescor del viento cuando baja de los neveros y el sabor a roca y hierro del agua de los arroyos. No pensaba en esos lugares el día en que me viniste a buscar en aquel coche azul con matrícula falsa, pero sí que lo hago, y mucho, en momentos como el de ahora. Para mí ya no hay hamacas.

Aquel día, lo recuerdo bien, llegaste puntual. Una novedad, ahora lo leo como una pista de lo que iba a venir y que no fui capaz de ver. En los dos años desde que nos conocimos, ni una vez habías llegado a la hora. Ni siquiera aquella primera tarde, en aquella cafetería con barra de metal, sillas de cuero verde, servilletas de papel en el suelo y olor a café con porras grasientas, ya frías, tras la vitrina. Los dos buscábamos una vida mejor. No parecía difícil. ¿Qué puede haber peor que el infierno, cuando vienes de allí? Me dijiste. Yo te lo digo, ahora que lo sé, volver a él.

Pero aquella tarde, en aquella cafetería, me convenciste de que era posible salir del infierno. O quizá no fuera aquella tarde, en la que solo tomamos café y en la que me hablaste de México por primera vez. Seguramente me fuiste convenciendo, poco a poco, en las muchas tardes que vinieron tras aquella, en otras cafeterías con barra de metal y sillas de cuero, en las que sustituimos los cafés por red labels en vasos de tubo.

Hablabas de pueblos con iglesias encaladas y calles adoquinadas, playas de arena blanca, donde la selva llega hasta la orilla, como si los cocoteros quisieran mecerse con las olas. Hablabas de platos raros que mezclaban chocolate, pollo y tequila. A mí esos lugares no me interesaban, pero me recordaban a mis pueblos sin gente, de casas de piedra y pizarra, de otoños de colores, con largos paseos pisando hojas mojadas, escuchando solo el río a mi lado. Necesitaba pensar que podría regresar a un lugar así. Por eso, cuando me propusiste robar el dinero, hacía tiempo que ya había aceptado. No fue una sorpresa, estaba claro que tu pasado era turbio, igual que el mío, aunque te reconozco que admiré cómo lo dijiste, como si me preguntaras si quería otra ronda on the rocks. Qué hijo de puta.

También estabas tranquilo el día que llegaste en el coche azul. Agradecí la puntualidad, porque hacía frío y estaba a punto de llover. Memoricé rápido la matrícula “97203 YTN”, y me monté en el coche. “Será rápido”, dijiste, “entras, coges las bolsas y nos vamos. Te dejo en Atocha y yo me voy al aeropuerto.”

Tu colega Porfirio, el conductor del furgón de Prosegur que iba a descargar el dinero, te había dicho la hora exacta de la entrega. Así que había que ser puntual. Vaya farsante, tu colega Porfirio. Cómo tiró la pistola, con verdadera cara de acojonado, cuando entré pipa en mano. Por un momento pensé que no sabía nada del atraco.

Ahora creo que no era cara de miedo, sino de pena. El tipo debió leer en mi cara lo que iba a suceder a continuación, cuando metí las bolsas en el maletero y, antes de que pudiera montarme en el coche, me pegaste un tiro en la rodilla y saliste picando rueda. Me dolió más el ruido de las gomas derrapando que la rótula reventada.

He tenido tiempo de repasar mil veces nuestras conversaciones. Primero, en los interrogatorios de la policía, cuando intentaba darles pistas para que te pillaran y te pudrieras en una celda parecida a esta. Así supe que la matrícula era falsa. Más tarde, en las largas horas muertas tumbado en este catre, fui repasando tus mentiras. Y es allí, donde, enterrado entre tantas mentiras, encontré un hilo de verdad. La pista que antes no pude ver. Las hamacas de Yucatán me recordaron aquellas letras “YTN” de la matrícula falsa. Un amigo me buscó la localidad del código postal 97203. Municipio de Cocoteros, Estado de Yucatán.

Ahora es cuando te estás cagando en la puta por tu error, pero ya es tarde. El tipo que te está apuntando con la pistola va a apretar el gatillo, pero antes quiero repetirte una vez más la respuesta a tu pregunta ¿Qué puede haber peor que el infierno, cuando vienes de allí? Ya te he dicho que es regresar a él. Más aún, como tú ahora sabes mejor que yo, cuando ya estabas acariciando el paraíso. Espero al menos que lo hayas disfrutado.

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