Nunca lo dejaste

Karina sale de la oficina, se sienta en el banco de una plaza frente a una mujer robusta de cabello corto y rojizo que se acomoda los anteojos y la mira abriendo sus grandes ojos claros de par en par.

Karina sin notarla se quita el barbijo, respira hondo, mira por sobre su hombro, luego saca el teléfono de la cartera, consulta la hora, envía un WhatsApp y lo vuelve a guardar.

Cruza la pierna y vuelve a abrir la cartera saca un cigarrillo lo enciende, lo fuma y de nuevo mira por encima del hombro como buscando a alguien.

-Nunca lo dejaste – dice la otra mujer en voz alta. Karina la mira de pie a cabeza en silencio y sigue fumando.

-Dijiste que cuando tuvieras el titulo lo ibas a dejar, ahora es más peligroso que antes nena, por el bicho- Insiste.

Karina la ve con desprecio en su expresión, y se levanta.

Un coche se aproxima y toca tres bocinazos. Karina se acomoda la cartera, tira el cigarro al suelo, saca el alcohol en gel de su bolso, lo frota en sus manos, se coloca el barbijo y pisa el cigarrillo.

-Ahora no me conoce- susurra la mujer en la banca y sonríe, saca el barbijo de un bolsillo se lo pone y comienza a caminar lentamente.

Karina va casi corriendo hacia el automóvil, entra, descrubre su cara, besa los labios del conductor y mientras este le pregunta cómo le fue, ella intenta evitar mirar a aquella mujer en la plaza y responde que todo bien.

El conductor sonriendo la mira un instante le acaricia el cabello y enciende el coche.

Once años antes de ese momento, en el año 2010, Karina estaba preparando su último examen cuando fue invitada a una fiesta.

Ella asistía a todas las fiestas desde el primer año, si bien era muy responsable también intentaba tener una vida social bastante movida.

Sus amistades eran superficiales, pero ella no aspiraba a mucho más.

Ya casi era arquitecta, y era lo único que le interesaba en ese momento.

Llevaba cuatro años de novia con Santiago y tenía planes de boda para después del examen final, él nunca se enteró de las fiestas, jamás estuvo invitado, y ella consideraba que era mejor así.

Ella llegó entre la música y el ruido, bailando y saludando a algunos conocidos como siempre. Fue hacia el bar y se sentó a mirar, pidió un mojito y cuando se disponía a beberlo una joven delgadita y sonriente se sentó a su lado y torpemente golpeó el vaso de Karina que casi tiró el contenido.

-Bue, que bruta. -Gritó Karina y la chica rápidamente metió sus manos en una pequeña cartera de cuero, sacó un par de anteojos y se los puso.

-Perdón, soy Mariana. No quería usarlos porque me afean. Comentó sonriente la chica dándole suaves golpecitos a sus lentes. Karina se encogió de hombros, siguió con su trago y susurró. – Que me importa a mí.

Karina salió a la pista y se puso a bailar con un grupo que reconoció.

Al rato fue al baño se paró frente al espejo, encendió un cigarrillo y se acomodó el cabello mientras lo fumaba

-Eso mata – dijo Mariana parándose a su lado, y atando sus largos rulos rojos.

Otra vez la miope -dijo mientras se lavaba las manos sin sacar el cigarrillo de su boca.

-¿Cómo sabes que es miopía? Quizá no lo sea, yo no te dije que era eso.

-Me da igual. Y no te preocupes por mi mortalidad, cuando termine la carrera lo voy a dejar.

-Yo soy de primer año, no te vi nunca en la universidad. ¿En qué curso estas?

-¿Qué te importa mi curso o si voy a morir fumando? -Preguntó, y sin esperar respuesta salió, Mariana la siguió mientras le contestaba. – No es eso, es solo para poder conocerte, tengo pocos amigos, y me siento mal porque casi pierdes tu trago, y lo del cigarro es verdad eh.

-Mira Mariana haber nacido ya te va matando, solo le doy una mano a lo inevitable y no me interesa hacer amistad con nadie.

Después de esa fiesta Mariana la cruzaba en los pasillos, y Karina la ignoraba, ella intentaba saludarla, le comentaba a sus compañeros sobre la fiesta en la que la conoció y no lograba acercarse a Karina.

Una noche. Mariana se quedó hasta tarde estudiando y al bajar las escaleras la vio. Sus compañeros salieron, ella se sentó junto a Karina que lloraba con las manos a los lados de la cabeza, los codos sobre las rodillas y un cigarrillo entre los dedos.

-¿Pasa algo malo? -Karina no le respondió, subió las escaleras y Mariana la siguió. Entró a un salón y tiró el cigarrillo al suelo apagándolo con el pie.

-No entiendo que te importa si pasa algo, es mi problema, déjame en paz – Gritó Karina y siguió llorando con ambas manos apoyadas sobre el escritorio vació del profesor.

-Es obvio que estas mal y quiero ayudar.

Karina fue rápidamente hacia Mariana, la tomó con fuerza de un brazo y le pidió que se fuera, la joven se negó y esta la soltó empujándola.

-Solo quiero ayudar-repitió. Karina volteó nuevamente la tomó de ambos codos y la apoyó contra la pared. – Déjame en paz te dije, no te importa lo que me pasa- Soltó los brazos de la pelirroja y puso sus palmas sobre la pared, siguió sollozando y Mariana con las manos temblorosas fue hacia su cara, le secó las lágrimas y le acaricio el cabello.

Que pendeja – susurró Karina -no te vas a ir nunca. -Mariana se rió, se paró en puntillas y besó suavemente los labios de su compañera.

Karina dio un paso para atrás, con la boca abierta y las cejas arqueadas. Mariana bajó la mirada, le pidió disculpas, y Karina le devolvió el beso, esta vez la besó apasionadamente, mientras la subía con ambas manos y esta la abrazaba con las piernas.

-Yo estoy loca por ti desde que te vi- le dijo Mariana al oído. Karina se alejó y bajándola le dijo que lloraba porque acababa de romper con Santiago, y que la disculpara, pero que solo tenía ojos para él, le era fiel, y estaba segura de que iban a volver.

-¿En serio? -Susurró Mariana pensando en lo que había sucedido pocos segundos atrás. Karina abandonó el aula, y después de esa noche no asistió más a la universidad. Rindió su último examen, se graduó, volvió con Santiago y se casó.

Karina y Santiago llegan a casa. Este le dice que compró comida. Ella le sonríe y entra al baño. Lava el barbijo y sus manos, se mira al espejo, enciende un cigarrillo, y mientras lo fuma recuerda a la mujer de la plaza.

Santiago la llama,le dice que también necesita el baño, ella le responde gritando que ya va. Mira el cigarro y dice en voz baja – No, Nunca lo dejé pendeja.

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