Las cosas a veces se tuercen.
Las cosas a veces se enredan como una hiedra en el pecho.
Las cosas a veces tiran de ti y tú no sabes soltar.
Las cosas no te dejan crecer.
Las cosas no te dejan respirar, te roban el aire.
De las entrañas nacen víboras que intentan licuar la sangre que sale de mis arterias.
Sangre limpia.
Sangre pura.
Sangre nueva.
Sangre corrompida.
Acercate.
Cura la corona de la reina que intenta hacerle un jaque mate al último alfil del tablero.
El rey cayó hace tiempo.
Corre.
Intenta matar a la reina.
Al rey.
Solo queda el caballo en el tablero, moviéndose en L.
Un caballo que intenta comerse a la tristeza de mis manos de porcelana al no tocar tu rostro.
Desgarra mi carne en
este iceberg que un día ardió.
Coseguiremos sacarle las lágrimas al cristal para intentar entender porqué la hoguera fundió mis retinas.
Para intentar entender porqué los hielos se atados a mis articulaciones, impidiéndome ser responsable de todos mis sueños.
Una lata de zinc dice, grita, ruge:
soy consciente de mis emociones oxidadas, de mi sama de hierro pidiendo aire.
Nadie me ha dado oportunidades, lo que tengo me lo he ganado a pulso: por mucho que me tiemble.
Y todo el asco, el odio, el rencor es solo una pequeña demostración de todo lo que un día te amé.
Amé a la sombra, al fantasma, al recuerdo que en sueños me hace caminar.
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