No todo es para siempre

No todo es para siempre

Laura Vargas

23/02/2022

De pequeña creía que todo lo que estaba a mi alrededor iba a ser indispensable en mi vida; mi ropa, mi cama, mi celular, mis amigos, la comida, mi familia y todo lo que a tan corta edad tenía. Los problemas que me sucedían en ese entonces eran mirar la cara de mamá cuando ella se daba cuenta de que me faltaba un arete en mi oreja y empezaba «Laura eres una irresponsable, tanto que me esforcé para poder comprarte eso y lo botas a los dos minutos, desconsiderada». O cuando no me quería comer esa torta de brocolí que preparaba mi abuela (que por cierto, cualquier tipo de verdura en ese tiempo para mí era totalmente desagradable) sin ni siquiera haberla probado, yo sabía lo que me esperaba, una fuerte discusión con mamá y un show de mi parte. «Laura cómo va a decir que no le gusta algo cuando no le ha pegado un mordisco» «Se lo come todo, si usted supiera todos los nutrientes que tiene no estaría llorando para no comer», mientras yo, iba corriendo hacia al baño a botar el único pedacito que había puesto en mi boca pero que, solo por ser verdura no quería bajar. Y así sucesivamente, ya se imaginarán los problemotas que tenía. 

En el colegio cuando nos tocaba actuar para las obras de teatro que los profesores exigían y mi personaje debía llorar o estar sentimental por un momento, lo que siempre pasaba por mi mente era imaginarme la vida sin mi mamá, porque en realidad era el temor más grande que habitaba en mi y así podía actuar fácilmente para obtener una buena calificación. Cuando llegaba a la casa quería contarle a mi mamá cómo lo había logrado pero a ella no le gustaba hablar de esos temas y en ese momento le hallaba la razón. Teníamos mejores cosas por hacer que hablar de nuestros miedos. 

A mi mamá nunca le fue bien en el amor, la mayoría de veces daba con personas que no veían el valor que ella tenía, duró mucho tiempo enamorada de una persona que nunca le dio su lugar ni como pareja, ni como mujer, ni como persona, pero así de incoherente es el amor ¿no? Mi papá jamás vivió con nosotras, no tuve una familia perfecta de padres e hijos pero sí conté con mi abuelita Rosa y mi mamá, que nunca me dejaron sola. Pero bueno, me estoy desviando del tema. Cuando ya me faltaba un año para terminar bachillerato se puede decir que mi mamá por fin encontró a alguien que la hizo sentir completa y segura, que le ofreció el hogar que ella fantaseaba y un mejor futuro para ambas, podemos decir que el príncipe de esta historia. 

Un día a la hora del almuerzo mi mamá me comentó muy emocionada que tenía planes de viajar para España, allá vivía Juan José, su novio. Él ya nos había visitado y parecía ser buen hombre para ella. En ese instante lloré como nunca, porque dejé en claro que no me iba a ir de Colombia aferrada a los amigos que tenía, mi colegio, mejor dicho, todo lo que era significante para mí en ese momento y permití que mi mamá viajara sola por cierta temporada, por lo menos mientras que yo terminaba el estudio. 

Ella viajó a finales de septiembre, hablábamos todos los días; por llamada, videollamada o simplemente por chat. Acostumbrábamos a contarnos todo lo que nos pasaba en el día. Quince días después ella empezó a decirme que se sentía un poco enferma, mareada, como con gripe, yo no le presté mucha atención a eso porque pensé que tal vez era por el cambio de clima o por rinitis ya que nosotras teníamos esa alergia. 

El 18 de Octubre del 2019 en horas de la mañana me entró una videollamada al celular. 

Era mi mamá, en una camilla con bata de hospital, atrás se veían aparatos médicos, los que yo veía en las películas cuando hospitalizaban a los pacientes con un suero colgado, nunca había visto a mi mamá ni en ese lugar, ni con ese aspecto. A los diez minutos llegaron las amigas de ella a ver yo cómo había reaccionado a la noticia: le habían detectado una masa pequeña en el pulmón izquierdo. Ya había buscado eso en internet y mi mente no dejaba de pensar en cáncer, cáncer, CÁNCER. A los pocos días viajó de nuevo hacia Colombia, llegó al hospital de Bogotá, la acompañó un enfermero y cuando la vi en el aeropuerto ella estaba en silla de ruedas sin poder siquiera saludarme, no tenía alientos de nada. 

Recuerdo que mis ojos se inundaban y no podía disimular, aunque lo intenté muchas veces porque no quería que mi mamá me viera mal, yo debía ser su apoyo y fortaleza, no una debilidad. Fui muy fuerte pero a veces el dolor me ganaba… 

Llegamos al hospital, estuvo unos días en observación, después pasó a un cuarto hospitalario y finalmente en la UCI. Vi como desplazaban a mi mamá de un lugar al otro con toda mi mente nublada y llena de preguntas, en el fondo oía las voces del doctor que la atendía «tranquila pequeña, mamá solo estará en un espacio donde le pondremos más atención, no significa que todo esté perdido, al contrario, queremos dedicarle más tiempo para los cuidados que ella requiere». Sabía que lo que el doctor me decía en ese momento era mentira, lo decía solo para calmarme y en realidad lo hizo, me dejé llevar por el positivismo aunque sabía que eran pocos los pacientes que lograban salir de la unidad de cuidados intensivos (lo había visto en las películas y también lo escuchaba muy seguido de mis familiares, amigos y personas que me rodeaban). Sin embargo, guardaba la esperanza de poder estar bien junto a mi compañera de toda la vida, mi amor más puro y leal, mi mamá. 

Yo estaba en parciales finales y debía volver al colegio. Algunos me decían que mi mamá estaba bien, que estaba mejorando, otros me decían que le habían hecho exámenes donde encontraron masas negativas en otras partes del cuerpo pero que se iba a recuperar pronto, así que me confíe en que todo iría bien y que solo estaba pasando por una mala racha. Cuando hablaba por llamada con mi papá le decía que lo único que anhelaba era poder ver bien a mi mamá y que eso que me estaba sucediendo solo fuera un mal recuerdo. Así que viajé de nuevo a la ciudad donde vivía y estuve una semana enfocada en terminar los parciales para volver a estar acompañando a mi mamá, todos los días me comunicaba con mis familiares que estaban allá pendientes de ella y lo que me decían era cada vez más triste… tuvieron que entubar a mi mamá, por lo mismo ella no podía hablar y lo poco que hacía era escribir en un papel que le pasaban, sin ver ella escribía con su manito pocas palabras expresando lo que sentía en ese instante. Hubiera deseado estar ahí y leer por lo menos una de esas palabras. 

El domingo 10 de Noviembre yo estaba en misa, me llegó una notificación al celular, era mi primo y fue muy extraño porque normalmente mantengo el teléfono en silencio, solo volteé a ver y fue cuando llegó el mensaje: Laura empaque maleta que su papá ya va por usted, van a viajar porque su mamá empeoró. Unas cuantas horas después yo me encontraba en el hospital con mi familia, resulta que todos ya sabían que debían ir a verla pero yo no me imaginaba nada malo, era una niña que no quería aceptar la situación que estaba viviendo porque se estaba enfrentando a su mayor miedo. 

Estuve todo el tiempo al lado de ella, veía entrar a mis primos, abuelas, papá, amigos, muchas personas cercanas con lágrimas en los ojos, alcanzaba a escuchar las palabras de algunos con dificultad porque le susurraban pero entendía que se estaban despidiendo, pedían que no se fuera aún de este mundo y recordaban momentos que habían compartido entre sí. Yo realmente estaba en shock, también lloré porque me sentí perdida, porque vi sus pupilas y ya no eran las mismas que me miraban cuando me dejaba en el colegio o cuando me preparaba un desayuno y me lo llevaba a la cama, los ojos que me miraban cuando yo estaba durmiendo, esos ojos, los únicos ojos que me han visto con tanto pero tanto amor, ya no. No entiendo mucho de medicina, pero abrí los ojos de mi mamá y lo que debería ser blanco estaba de color amarillo. Tenía un tubo en la boca, sus manos y sus pies estaban completamente hinchados y morados. 

De la nada entró una enfermera a decir que si ella seguía con vida era gracias a los aparatos, en el momento que se desconectaran mi mamá dejaba de vivir. Ahí entré en razón. Me acosté al lado de ella en la camilla, la abracé fuerte, muy fuerte y oraba creyendo en un milagro, mi papá mientras estaba sentado al lado de nosotras contándonos historias que ellos habían pasado de jóvenes, me contaba cómo se conocieron y todo lo que él pensaba de mi mamá, creo que ambos nos quedamos por decirle muchas cosas. 

Ya sabrán lo que pasó después. Lo que yo creía indispensable en mi vida se había ido, ¿y ahora quién me preguntará cómo me fue después de un largo día? ¿quién me dirá «mi cuchicuchi» consintiéndome todos los días para levantarme? si ella era mi vida, mi guía, mi todo, ahora, ¿qué tiene sentido? 

Sería mentira decir que no siento la presencia de mi mamá en los días que quiero tirar la toalla, que me siento sola y desprotegida, sin rumbo alguno. Porque sí puedo sentir su compañía, así ya no estemos cogidas de la mano como solíamos hacer antes de dormir recordándonos que siempre estaríamos la una para la otra, al final ella no me mintió, aún siento que está para mí… creo en la conexión de las almas y hay un pedacito de ella dentro de mí, estoy segura. 

Lo que yo creía que iba a ser eterno porque era alguien que estaba conmigo a diario, de un día para otro dejó de serlo. Esto pasa con las cosas, un día tienes un celular, quizás después ya no. Un día tienes un hogar, al siguiente lo ves desde lejos y te sientes una extraña en la casa donde has vivido toda tu vida. Un día cuentas con el apoyo de todas las personas que dicen ser tu familia, al día siguiente conoces la verdadera cara de la moneda y te das cuenta del engaño en el que siempre has estado, te das cuenta que estás sola y que harán lo imposible para verte caer. Un día pierdes todo lo que has conseguido y sientes que no habrá salida, que estás en una pesadilla. Mi mamá era el vínculo para todo y ya se había ido. Ahora que veo todo un poco más detalladamente, entiendo que son cosas que pasan porque así está destinado a ser. Entiendo que la vida se trata de avanzar y crecer, que no todo es para siempre y que se puede vivir sin creerlo, entiendo que los problemas desaparecen y que se puede aprender de ellos por más difícil que sea la lección. 

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