Un coloño de gargántas

Un coloño de gargántas

Jaime Grinvill

21/02/2022

Coloño.—Haz de leña, de tallos secos o de puntas de maíz, de varas, etc., que puede ser llevado
por una persona en la cabeza o a las espaldas.

Aixa podía escuchar el sonido blando de las alimañas sobre aquellos cuerpos emborronando la primavera. El campo estaba lleno cuerpos de jóvenes que yacían
allí por defender los intereses de algún patrón. Se repetían torsiones muecas y posturas patéticas. Llena de horror, era capaz de escuchar a cada gusano arrastrándose sobre aquellos cuerpos abiertos y destrozados, el sonido agudo y penetrante de
los chillidos de las ratas, el aleteo de los cuervos, y sobre todo, su deglutir repugnante.

Los mozos de cuadra y el pregonero real trajeron sacos de cal y palas. Aixa y el resto de su aldea tuvieron que trabajar tres días para enterrar todos aquellos cuerpos en ese mismo claro.

Pasaron tres años. Sobre aquel cementerio creció primero la hierba y después otras plantas: cicuta, saúco, zarzas…

Aixa ya contaba quince años. Ella y el resto de jóvenes del pueblo fueron a recoger las flores de varios saúcos para hacer un licor de fermentación rápida y celebrar la
primavera. Era un mandato del delegado real. «Enterramos finados y penas. Y si no, enterraremos más finados». Lo dijo paladeando cada palabra y mirando a la concurrencia para hacerse entender.

Pasó un mes y llegó el momento de disfrutar del licor. Hombres y mujeres bailaban y bebían en la casa comunal como estaba mandado.

Todo transcurría con normalidad, pero al cabo de un par de horas, todos los que bebieron empezaron a escuchar voces que maldecían dentro de su cabeza. Iracundas, era como si las propias voces
estuvieran borrachas y agresivas atacándose entre ellas. Había un universo vociferante dentro de cada habitante.

La mayoría se sumergió en el pilón del pueblo o el río y a medida que la borrachera se pasaba, las voces se iban amortiguando y finalmente desapareciendo. La decisión del
delegado real fue sencilla: «El prau de aquestos saúcos está maldito, y maldita la persona que allá fuera».

Aixa también había bebido y escuchado las voces pero no las tenía miedo, en alguna parte de su cabeza habitaba, apenas consciente, una idea. Pasaron unos días hasta que esa idea
se convirtió en certeza.

Esperó a que se hiciera de noche. Fue a la parte de atrás de su casa, cogió una sierra, y se encaminó entre sombras hasta el prado-cementerio. Serró ramas de uno de
los saúcos, los dejó sobre el suelo y calló… En el silencio podía escuchar las voces otra vez, lejanas, surgir de cada rama. Eran las voces que estaban en su cabeza la pasada noche, los jóvenes;
jornaleros y camorristas del rey que, incluso muertos, se increpaban. Las ramas hablaban.

Empezó a reordenar las ramas, y observó, que podía reunir las voces por bandos. Ahora entretenidas, las voces conversaban entre ellas, se saludaban, reían…El sol comenzó
a bañar el claro y con la luz, pareció que los coloños de ramas pudieron percibirse. Entonces del coloño jornalero arrancaron cánticos y consignas contra el otro haz de ramas que contestaba
con insultos. Aixa decidió dejarlos allí, sin saber aun cual era su disputa.

Volvió la noche siguiente y decidió separarlos.

Volvió una noche más tarde y los preguntó y escuchó por separado.

Volvió una última noche. Enterró un coloño y otro lo llevó a casa para hacer leña.

Descansan los jornaleros.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS