Lo peor no es la tristeza paseándose por mi cuerpo en lencería negra, cubriéndolo de alambre. Tampoco las cascadas que salen de mis ojos hasta hacerlos arder.

Lo peor es el dolor.

Un dolor imperial.

Un dolor que consigue retorcerte como una culebra en tu vientre. 

Un dolor que consigue dejarte sin aire.

Sin movimiento.

Hay veces que ni siquiera consigo canalizar mi monologo interior al folio. Y entonces es cuando realmente tengo pánico de volverme realmente loca.

El silencio se me ha ido de la boca y ahora está mordiéndome las manos.

Ese coro de niñas.

Esos recuerdos olvidados como escudo.

Salen a la superficie como una medusa dejándose llevar por la corriente.

Si lo único que me salva es escribir porque no se chillar, ahora que pienso tan rápido que las palabras se enredan como el cable de los auriculares ¿cómo voy a sacarlo?

¿Cómo puedo soportar este dolor si intenté quemarlo y terminé quemándome a mi?

No puedo seguir esquivando los cortes.

Jamás me perdonaré el haberme abandonado.

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