Ser Vampiro

Ser Vampiro

Dan

17/02/2022

La primera vez que noté la ausencia de mi reflejo en el espejo, no me asusté. Allí en un cuarto desvencijado de un hotel de mala muerte me pregunté si acaso la borrachera de la noche anterior me habría convertido en un vampiro. Si, un vampiro, porque no conozco otra especie que no tenga el privilegio de admirarse a sí mismo en un espejo, y un fantasma no soy. La prostituta que pasó la noche conmigo me vio muy bien hasta que perdí el conocimiento, y se despidió en la mañana, así que supuse que no era transparente. Además, no creo que algún fantasma haya sufrido un dolor de cabeza como el de esa mañana. 

Aún con alguna duda de mi nueva condición, revisé con la vista otra vez el espejo desde la cama. No era una ventana a un universo paralelo. Podía ver reflejados algunos muebles de la habitación, incluso un viejo cuadro colgado en la pared, un dibujo que pretendía ser erótico. Recuerdo que froté mis ojos, miré otra vez, y de veras que el espejo estaba frente a mí, y no me veía en él. 

Bueno, ya convencido que era un vampiro, en lo primero que pensé fue en un buen vaso de sangre para desayunar, tenía en el estómago una mezcla de ardor y hambre, supuse, que los vampiros también sufrían esa imperiosa necesidad. Claro que les debe dar hambre, sino no, no fueran por ahí mordiendo cuellos de damiselas solo por amor al arte. ¿Y las mujeres vampiras a quien muerden? ¿A otras damas? Sería divertido ver eso, ja. No había problema, desde la ventana podía llamar a una de las prostitutas de la esquina, y ya a mi alcance, le mordería el cuello; ojalá y me guste la sangre. 

Me revisé los dientes. Los colmillos superiores seguían igual que antes. Imaginé que para que sobresalgan como en las películas, haya que poner cara de susto, ojos abiertos a tope, boca abierta de forma amenazadora en dirección a la víctima. Pensé practicar frente al espejo, pero recordé que no me servía ya. Seguro que la prostituta se horrorizaría cuando por cualquier pretexto nos parásemos frente al espejo, y se viera a sí misma y no a mí. Era posible que ese momento de susto para ella y placer para mí provocara algún efecto en mí, los colmillos vendrían fuera y zaz, le mordería el cuello. Pensé que sería fácil.

Un terrible pensamiento me dejó petrificado, me quedé sentado en la cama. Los vampiros no pueden ser tocados por el sol, si abro la ventana, me desintegro. Temí ser vampiro. La inmortalidad también es relativa. Tuve miedo de un rayo de sol que entraba por una hendija de la ventana, cerca de mis pies. ¿Cómo sobrevivir como vampiro? Me pregunté preocupado. Necesitaba sangre, tenía hambre. Debía esperar hasta la noche. Hubiera desayunado del cuello de la prostituta. Entonces decidí llamar a la camarera, la pondría de espaldas a mí frente al espejo, y apenas se asustara, le mordería el cuello. El plan no podía fallar. Levanté el teléfono, dije a la recepción que se había manchado las sábanas, que si serían tan amables de cambiarlas, y que esperaría. Me dijeron que enseguida subían.

La camarera trajo las sábanas. Me puse de pie. Nos quedamos en silencio un momento, ella no hizo ni dijo nada, y yo estaba indeciso, entonces le hice una seña “Quiero mostrarle algo”. Nos paramos frente al espejo. Miró extrañada, el espejo no reflejaba nada especial, los muebles de la habitación, a ella, y a mí, A MÍ, con notables ojeras, el rostro ajado, que se iba poniendo rojo mientras apartaba a la camarera y comenzaba a golpear el espejo con rabia. Ella salió corriendo de la habitación gritando, mientras yo no dejaba de golpear el vidrio, que se rompió bajo mis puños, y me hicieron sangrar.

Una ambulancia me llevó al hospital, tuvieron que amarrarme a la camilla. El psiquiatra dijo que no tenía rasgos evidentes de psicosis, y me dieron el alta. Una hora más tarde estaba de vuelta en urgencias, esta vez con los puños fracturados, por golpear con rabia la vidriera de una tienda que reflejó mi imagen. Y desde entonces mi vida es un ciclo, encuentro cualquier cosa que refleje mi imagen, y no puedo resistir la rabia de no ser vampiro, y la emprendo a golpes con lo que sea que me recuerde esa realidad, y de regreso al hospital. Y lo peor es que el psiquiatra no cree que estoy loco, y me deja libre otra vez, hasta el siguiente espejo o vidriera. Y como a mis manos no les da tiempo recuperarse, he comenzado a golpear los espejos con la cabeza, quizás así logre convencerles de que soy un vampiro.

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