Semanas que avanzan conmigo aquí, todas con un sábado sabor distinto. El de una cerveza, de una pizza delgada, vino con fruta, dolor en los brazos, en la cabeza, en la vida. Siempre hay algo que hace ruido, que se hace notar. Todo aquello que sustituye tu misma presencia casi desvanecida por el tiempo y el tráfico, el aire que no es claro ni visible, solo audible. Como tú mismo. El recorrido de mis pies marcado por gotas de agua. El de mi cuerpo, como objeto de reposo de un colibrí verde, como objeto pesado. Miré la vida posarse en mi estómago, cuando, un día antes descubrí su mismo fin, tirada en el suelo. Mis pensamientos recorren tanto como mis pies: recorren Tollocan, recorren la Adolfo, recorren diciembre y la noche de la rana gris. Recorren también tu ausencia que me asusta, pero no tanto como tu misma presencia. Me detengo antes de que el día acabe, me detengo a buscar por todas partes algún indicio de ti, de que aún existes en esta parte del mundo, cerca de donde esté parada o quizá a lado mío. Pero este dolor en la cabeza, en las piernas, en la existencia, hace tanto ruido como esa canción, como el no-estar, como el querer-olvidar, como el dejar-atrás, como el negar-te(me). Busco el sabor, el que vendrá después de unos cuantos, de otros hombros, de otra risa, voz, comida, compañía, dibujo en mí, el sonreír calmado, el paseo anochecido, las horas tardías, carro blanco, bebidas contentas, cumpleaños felices, letras incompletas, canciones nuevas. Una vida sin ti.
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