La Aparecida de la Broza

La aparecida de «La Broza»

Cuento original de Theo Corona

Había caído la tarde sobre el valle de Tefé y los trabajadores regresaban a sus viviendas, si es que así pudieran llamarse las ruinosas covachas que ocupaban con sus familias. El capataz había sonado el silbato indicando la finalización de la jornada iniciada a las 4 de la madrugada. Hoy lo hacía más temprano que nunca, lo que dejó intrigado a los trabajadores.

-Creo que tiene el reloj adelantado…

-No, lo que sucede es que Isaura le dio por hacerlo hoy más temprano – dijo otro.

Isaura era la nativa encargada de llevarles agua a los trabajadores; entre ellos comentaban que la mulata se entendía con Nicolás el capataz.

La Broza es una extensión de cerca de 300 hectáreas donde se encuentran sembradas unas 75.000 plantas de hule, llegando a producir hasta 140.000 kilogramos de caucho por año. Esta vieja hacienda, propiedad de una empresa manufacturera de productos derivados del hule, está enclavada en los predios del valle de Tefé, pequeña población brasileña ubicada en la cuenca amazónica donde conviven braseros de diversas nacionalidades. Mayoritariamente la población de Tefé es empleada de La Broza, así como una masa flotante de braseros que tienen la obligación de vivir dentro de la hacienda; algunos en barracas y otros, los casados y con hijos, en pequeñas casas depauperadas por el tiempo y el uso.

Ese día era diferente a todos, lo que no percibían los trabajadores, ya que Mr. Setter Morgan, administrador general de la hacienda, cumplía años.

Nancy, la hija de Mr. Morgan, vivía en Campinas donde ejercía su profesión de abogada y pocas veces visitaba a su padre, pues le molestaba la hacienda por los ingratos recuerdos que de ella tenía. Su presencia esta vez se debía a que su padre cumplía 64 años, quien no queriendo ir hasta la gran urbe, se empeñó en celebrar la importante fecha en la hacienda, invitando a unas cuarenta personas, algunas de ellas de su entorno familiar.

Nancy se hizo acompañar de su novio Manuel Da Fonseca, oriundo de Curitiba, quien era socio de la firma donde Nancy ejercía. Manuel era hijo de Juan da Fonseca, quien pertenecía a uno de los núcleos social más importantes de Brasil.

Nancy y Manuel esperaban casarse muy pronto e iban aprovechar la fecha de cumpleaños para dar la buena noticia a la familia Morgan, pues ya los da Fonseca la conocía de primera mano, lo que celebraban entusiasmad-

-Buenos días Nancy, que bueno verte de nuevo por aquí; tu padre se contentará mucho de verte.

Quien habla es Rosa Texeira, secretaria de Mr. Morgan, una mujer de unos 40 años, con una belleza exuberante y de una personalidad cálida y educada; era ella empleada de confianza de la empresa. Se rumoraba que Rosa y Mr. Morgan eran amantes desde que la madre de Nancy había muerto en circunstancias extrañas en La Broza.

-Hola Rosa -le respondió secamente Nancy- Ya conoce a Manuel, mí prometido…

-Encantada en saludarle señor Da Fonseca, es un gusto para nosotros recibirlo de nuevo, espero que su estadía en La Broza le sea agradable.

-Hola Rosa, usted siempre tan hermosa y cada día más joven, en verdad que el clima de La Broza le asienta a las mil maravillas.

Manuel y Nancy pasaron a la biblioteca de la mansión, donde llegaría poco más tarde Mr. Morgan, quien había sido avisado de la llegada de Nancy.

-Nancy querida… Señor Da Fonseca, bienvenido a la Broza

-Por favor Mr. Morgan, sólo Manuel. Cómo está usted, me da gusto saludarlo

-Papá, estás reluciente, creo que nos engañas con tu edad; si Mama estuviera nos diría la verdad.

-Oh, mi querida Plácida su recuerdo me ata a este lugar, -se dolió Setter-

Plácida había salido a dar un paseo a caballo por la hacienda acompañada de Rosa, ambas amazonas de franco respeto.

Aunque siempre se había rumorado lo de Rosa y Setter, Plácida no le había hecho caso, al menos eso era lo que públicamente se notaba.

Pero ese día Plácida sin rodeo le dijo a Rosa:

-Creo que ha llegado el momento de que tú y yo hablemos claro

-¿A qué te refieres Plácida?

-Debemos aclarar de una vez y para siempre lo que sucede entre tú y mi Setter

-Ah, te refieres a los benditos cuentos de los braseros. Pero Plácida, tú me conoces, sabes de mi profesionalismo y seriedad. Además, Morgan es mi amigo y mi Jefe, eso lamentablemente no podemos evitarlo ni tu ni yo. Ya conoces a Setter, es un hombre dulce que no le cuesta querer a las personas, dijo sin esfuerzo

-Quiero que Pidas tu traslado a las oficinas de Campinas, o si te es mejor renuncies a la empresa…

-Lamento no poder complacerte ni en lo uno ni lo otro -fue la repuesta tajante de Rosa.

Se hizo un silencio y las dos mujeres continuaron cabalgando con dirección al Río; donde, y en su cercanía, estaba instalada la planta a gasoil que era generadora de fuerza eléctrica para la hacienda.

Ambas llegaron casi al mismo tiempo, pero con una leve ventaja para Rosa, quien bajó del caballo con gran agilidad, y tomando de las bridas el caballo de Plácida lo detuvo frente a sí.

-Escúchame Plácida, creo que tienes razón, debemos hablar sin rodeos y francamente, pues esta situación no la soportamos más Setter y yo…

-Puta, ya lo sabía… y ambos me lo habían negado. En ese momento un crujido de ramas secas despertó la curiosidad de ambas

-¿Quién anda ahí?, dijeron al unísono

-Soy yo, Nicolás…., el capataz

¿Cómo están las señoras? Perdonen si las interrumpí, pero es que vine a revisar los niveles de gasoil de la planta y a cumplir una misión del Patrón.

-Ah, eres tu Nicolás -dijo Rosa nerviosamente- nos diste un gran susto.

-Creo que voy a regresar -apuntó Plácida- Al momento que espoleaba su caballo; partiendo velozmente. Estaba indignada por la desvergüenza de Rosa Texeira.

-Creo que tiene problemas con la Patrona, señorita Rosa

-¿Problemas?, a qué se refieres el capataz. Interrogó Rosa

-Escuché lo suficiente Rosa -le dijo Nicolás usando un tuteo que nunca se había atrevido usar con la secretaria de Mr. Morgan

-Lo que pudiste escuchar no te autoriza tutearme, Nicolás. Te exijo respeto.

-Creo que sí. Pero, ahora no puedo detenerme para conversar sobre el tema con usted; ya revisé los niveles de gasoil y debo irme.

-No quiero hablar más sobre este asunto, Nicolás. Por lo que le ruego olvidar el tema.

-Por mí está bien -dijo sin mayor cuidado, mientras montaba su caballo y desaparecía tan rápido como había llegado.

Maldita sea -pensó Rosa- esto se ha complicado en el momento menos conveniente, pues Morgan le iba a pedir el divorcio a Plácida. Setter lo había pensado antes, pero la bendita repartición de bienes le inquietaba. Ahora esto lo complica todo.

Abrumada por los pensamientos, Rosa apuró el regreso a la casa, para lo cual tenía que Pasar por el Cañón del Diablo; una depresión que se iniciaba con un acantilado y se convertía en un profundo abismo de unos mil metros de profundidad aproximadamente.

Al llegar a la entrada al Cañón Rosa vio el caballo de Plácida que pastaba tranquilamente en los alrededores. Intrigada se bajó del caballo, y sorprendida quedó al ver el cuerpo de Plácida en una pequeña terraza antes del fondo de la depresión. Se aprestaba Rosa a bajar cuando de pronto una voz la detuvo, era Nicolás.

-Mejor se retira señorita Rosa, la señora Plácida tuvo un accidente, ya le avisé a Mr. Morgan y viene para acá. No hay nada que hacer, la señora está muerta.

-Bueno hagamos un brindis por tu llegada Nancy, y por ti también Manuel, sabes que te aprecio mucho.

Morgan había conocido a Rosa Texeira en las oficinas de Inversiones San Jorge INC, en Panamá; donde Rosa había sido destinada para continuar con su entrenamiento ejecutivo.

Ella fue asignada en el área de Setter, quien para aquel momento era auditor itinerante de la empresa. De eso hace 16 años. Rosa era una mujer de 24 años, espléndida, ojos verdes y tez morena tostada por el sol de Río de Janeiro, muy interesante y además divorciada.

Para Morgan fue amor a primera vista, pero Rosa guardó distancia frente a un alto ejecutivo con potencial de crecimiento en la firma. Sin embargo, Rosa cayó en brazos de Setter, casi sin darse cuenta. Desde aquellos días Rosa y Setter no se separarían jamás.

-Patrón, creo que algo asustó el caballo de la señora y fue lanzada bruscamente hacia el acantilado -trató de explicar Nicolás a Mr. Morgan cuando este último llegó al sitio del accidente.

Por la distancia entre el pueblo y el Cañón del Diablo, el levantamiento del cadáver se lo encomendaron al Alguacil, quien determinó en informe al respecto:

«Con fecha 15 de abril de 1943, destacado como he sido por la Autoridad Mayor de Tefé, procedí al levantamiento de un cuerpo sin vida de sexo femenino, de aproximadamente 50 años. El cadáver presentaba excoriaciones generalizadas en el cuerpo y una abertura craneana con presencia de masa encefálica. El cadáver fue examinado por el Doctor José Ferreira Da Silva, médico privado de la familia de la occisa. Se anexa al presente informe la constancia médica extendida por el referido Dr. Ferreira» Fdo. Joao Abreu Castalano. Alguacil (E)

Eso fue todo lo que se llevó a cabo, desde el punto de vista legal, sobre el accidente fatal de Plácida Estela Gómez Do Nacimento.

El informe del Alguacil llegó a Tefé, pero sin la «constancia médica» anunciada como anexo. La verdad es que ésta nunca existió.

El traslado del cuerpo sin vida de Plácida se efectuó en helicóptero desde la hacienda hasta Tefé, y de allí en avión hasta Campinas donde recibió sepultura.

Ese día que había comenzado para Rosa complicado, resultó el mejor día de su vida, pues Setter quedaba libre; sólo le preocupaba hasta donde había escuchado Nicolás la corta conversación entre ella y Plácida.

De una vez, Rosa se armó de valor e indagó con Nicolás sobre el tema que ella misma le había pedido olvidar, así como el accidente de Plácida.

Nicolás le respondió:

-El Patrón, pregúntele al Patrón.

Para Rosa todo aquello fue y ha sido una incógnita, jurándose abandonar a Setter si ella se llegara a enterar que la muerte de Plácida no fue accidental sino provocada. Un crimen en una sola palabra.

Pero a pesar de ese juramento, nunca se atrevió hablar del asunto con Setter, lo que resultaba una tremenda contradicción o temor de perderlo. Setter, sin embargo, no le ha pedido a Rosa que se casara con él, lo que complica más aún la situación, pues Rosa esperaba que a un corto tiempo de la muerte de la señora Morgan, ella se convirtiera en la nueva Sra. Morgan. Malos fueron los cálculos de Rosa.

-Perdone quiero hablar con la señorita Morgan.

-De parte de quien.

-De Joaquina Sepúlveda

Joaquina Sepúlveda había sido la compañera de Nicolás, antes de que la mulata Isaura se juntara con el capataz.

-Me informaron que usted quería verme -le dijo Nancy a la visitante.

-Efectivamente, podemos hablar en privado

-¿Puede usted hacerlo aquí mismo? -le interrogó

-Discúlpeme que insista; pero, si es posible reunirnos en un sitio a solas se lo estimaría.

-Muy bien -dijo Nancy- pasemos a la biblioteca, la casa está sola a esta hora.

Las dos mujeres se dirigieron a la biblioteca, pero sin percatarse que Rosa las seguía con la mirada.

-Usted dirá señora…

-Joaquina, Joaquina Sepúlveda –apuró la visitante

-Muy bien señora Sepúlveda, la escucho

-El asunto que me trae a conversar con usted es altamente delicado, y sólo hablaré si me promete absoluta reserva de mi nombre y de esta conversación.

-Me intriga usted, señora, pero si así lo quiere, tiene mi palabra que guardaré reserva sobre esta conversación – Le dijo Nancy acostumbrada por su profesión a este tipo de exigencias

-Se trata de su madre

-¡De mí Madre! -saltó sorprendida Nancy-

-Y que quiere usted hablarme de mi difunta Madre, por Dios

-Sabía que se sorprendería, pero más bien quiero comentarle asuntos relacionados con la muerte de la Sra. Morgan.

Nancy, no salía de su asombro. Qué tendría que decirle aquella desconocida sobre la muerte de Plácida; qué sería todo esto.

-Prosiga usted -le exigió Nancy en tono algo agresivo

-Su mamá, la señora Morgan, fue asesinada

-¡Pero, cómo se atreve a decir semejante cosa!, asesinada mi madre, ¿por quién? ¿Por qué? ¿Cómo sabe usted que… -Joaquina la interrumpió diciéndole

-Escuche mi relato, y al final sabrá quién mató a su mamá, luego tome las acciones pertinentes para dejar ese crimen al descubierto.

Las dos mujeres no se dieron cuenta que eran observadas y escuchadas a través de una pequeña abertura de la puerta que da acceso a un salón contiguo a la biblioteca; el cual es usado como gimnasio. Allí Rosa oía espantada la historia de Joaquina.

-Ese día -prosiguió Joaquina- la señorita Rosa Teixeira salió a dar un paseo a caballo con la Sra. Morgan y discutieron en el camino sobre su papá, pues la señora le pediría explicaciones sobre una supuesta relación sentimental entre Mr. Morgan y ella.

Rosa temblaba con aquel relato que estaba escuchando, y en momentos sintió el impulso de entrar en aquel sitio donde hasta ahora se develaba la verdad por tanto tiempo sospechada por ella. Sin embargo, se mantuvo callada y expectante.

Mientras que Nancy no salía del asombro que le causaba tal historia. Su corazón golpeaba apresuradamente, mientras Joaquina relataba con lujo de detalle los últimos momentos de Plácida; la discusión con Rosa en el Río y el encuentro aparentemente casual de Nicolás, el Capataz.

-Papá, tu aquí

-Perdona hija, no sabía que la biblioteca estuviera ocupada, disculpa la interrupción.

Nancy observó la perturbación de su Padre y la mirada que le dirigió a Joaquina, a quien no saludo ni por cortesía. Por un momento se sintió inclinada a decirle a su Padre que se quedara para que escuchase el insólito relato, pero recordó la palabra empeñada con Joaquina.

-Perdona Papá, pero estoy atendiendo a la señora Sepúlveda… ¿No le conoces?

-Tanto gusto Mr. Morgan soy Joaquina Sepúlveda -se adelantó a decir

Setter extendió su mano hacia la desconocida con un ademán de indiferencia.

-Tanto gusto -dijo secamente. Mientras se retiraba hacia la puerta entre abierta del gimnasio.

Rosa sintió que el mundo le daba vueltas; y hacia ella venía Setter

-Papá…

Mr. Morgan se detuvo, y volviéndose a medio cuerpo atendió el llamado

-Dime Nancy

-Si vas a permanecer en casa, quisiera hablar contigo más tarde

-OK, cuando quieras, mi amor. Ahora voy a firmar unos documentos en la oficina.

A Rosa le había dado tiempo para salir apresuradamente de la habitación que poco más tarde fuera cruzada por Setter.

Nancy y Joaquina esperaron un tiempo prudencial para continuar con aquella conversación reveladora y sorprendente. Nancy verificó que el gimnasio estuviera vacío, y regresó a su asiento.

Con la mirada fija sobre Joaquina le dijo:

-Señora Sepúlveda, ¿está usted consiente de la gravedad de su relato? ¿No estará usted sufriendo de algún mal mental que la perturba?

-Le pedí reserva sobre mi nombre, pero esto sólo será hasta que usted logre poner en descubierto, con mi ayuda, al asesino de su madre; luego la libero de su palabra y me comprometo ser testigo en este caso.

Estas palabras borraron en Nancy como por arte de magia las dudas que se iban acumulando en su interior, pero insospechadamente se dio cuenta de que estaba entrando en un laberinto que le iba a causar mucho daño.

Recordó un reciente caso donde Manuel, su prometido, actuó de acusador privado. El marido había matado a la esposa por sospechar que le era infiel, pero había simulado un suicidio tan bien preparado que la policía aceptó como cierto. Poco después la hija contrató a investigadores privados que pudieron demostrar la culpabilidad del marido.

Pero Ella no trabaja ese tipo de casos, su dedicación profesional es mercantil; sobre la materia criminológica y penal no tenía ninguna experiencia.

Ahora estaba frente una situación que le irritaba, la intrigaba y la ponía sumamente tensa. Quizás dentro de pocos momentos esta desconocida le diga que su Padre, ¡que horror!… que su Padre, tramó o es el asesino de su Madre. Por Dios, Señor, que no sea cierto te lo ruego –pensó- abrumada por cientos de pensamientos. Le dijo a Joaquina:

-Joaquina, acaso mi Padre…

-No se adelante señorita, porque el caso tengo que explicarlo muy bien hasta el final; sobre todo para que no pese sobre personas inocentes la más mínima sospecha.

Algo le decía en su corazón que su Padre era incapaz de cometer tal fechoría; pero, y Rosa, ¿será ella? Tranquilízate, toma aire y respira profundo. Termina de escuchar el retado de Joaquina –se dijo así misma-

Rosa nerviosa por lo que escuchó mientras pudo estar en el gimnasio, se sintió abatida. No podía quedarse sin terminar de oír el relato de Joaquina. Tratando de no hacer ruido, regresó al gimnasio pero no podía escuchar nada con la puerta cerrada, por lo que optó por entrar en la biblioteca.

-Oh, disculpa Nancy no sabía que alguien estuviera aquí. Buenos días -dijo mirando a Joaquina.

-No te preocupes Rosa -le dijo Nancy casi sin mirarle a los ojos-

Rosa no regresó por el gimnasio sino que atravesó la biblioteca y salió por la puerta principal, había dejado estratégicamente media abierta la puerta del gimnasio, a donde regresó de inmediato.

-¿Usted creen que nos estaba espiando? -preguntó Joaquina

-No se preocupe, luego me ocuparé de ella. –A Nancy todo le daba vuelta

-El primero en llegar al sitio del «accidente» de su mamá fue Nicolás –prosiguió Joaquina

-¿Nicolás fue su esposo?, interrogó Nancy

-No exactamente, él y yo hacíamos vida marital. Hasta que…, bueno esa es otra historia que no viene al caso. Disculpe si no le doy detalles sobre esa relación…

Nancy asintió con la cabeza.

-Recuerde que Nicolás discutió con Rosa sobre lo que él había escuchado de la conversación entre Rosa y su mamá, y presenció la brusca retirada de la señora Morgan del sitio.

-Cuando él llega al sitio…

-Él, ¿quién era él? -preguntó nerviosa y un tanto perturbada Nancy-

-Nicolás…, creo que tiene que calmarse, señorita. Cuando él llega su madre está en el intermedio del barranco, inmediatamente Nicolás busca asistirla, pero un par de disparos lo amedrentan y se lanza al piso, pudiendo oír la escapada de un caballo. Se queda quieto por unos cinco minutos aproximadamente, se incorpora y continúa bajando hasta donde está el cuerpo de Plácida; ella está desvariando y mencionando constantemente el nombre de Rosa.

Rosa, que está escuchando esta conversación, retiene a duras penas un gemido de sobresalto, siente que la piel se le eriza y se sienta sobre la alfombra del gimnasio para evitar caerse. Lo que había escuchado es una sentencia condenatoria.

-Era todo lo que decía -prosiguió Joaquina. Nicolás trata de reanimarla y logra que ella se incorpore, pero para desplomarse definitivamente; en ese momento su madre muere en brazos de Nicolás.

Con un trabajador que pasó por el lugar le manda a avisar al Mr. Morgan del accidente de su esposa – continúa narrando Joaquina- Poco tiempo después llega Rosa al lugar y Nicolás le informa sobre la muerte de la Sra. Morgan. Ella inexplicablemente se retira del lugar, como si allí no hubiera ocurrido nada. Se presume que estaba demasiado aterrada para quedarse en aquel lugar. Cuando ella se retira viene llegando su Padre, quien no cruza palabra con Rosa, si no que la deja partir como si nada; algo inexplicable si tomamos en consideración el cargo que ocupa Rosa en la empresa y la familiaridad que existía entre los tres.

Rosa no espera oír más y se retira a su habitación. Lo que ha escuchado la ha puesto nerviosa. Está aterrada y su mente no logra hilvanar nada coherente.

Esperará los acontecimientos que con toda seguridad vendrán en las próximas horas.

En la biblioteca continuaba la reunión de Joaquina y Nancy.

-Nicolás está implicado en este asunto, aunque no creo que sea el asesino…

-Pero usted dijo que sabía quién era el asesino y que me lo diría, dijo Nancy en tono de reclamo.

-Realmente lo que tengo es una corazonada sobre quien es el criminal, pero será usted quien llegue hasta el asesino por medio de una investigación profunda del caso, manejada por personas experimentadas. Le sugiero la intervención de investigadores privados; no de la Policía de Tefé, y tampoco la de Campinas.

Nancy conoce al Superintendente Marcus, jefe policial de Campinas, de quien tiene magnificas referencias dadas por Manuel Da Fonseca.

-Uno de los sospechosos -dijo Joaquina- es su Padre…

Nancy sintió que el piso se hundía por aquella bomba lazada de manera directa.

-Pero,… eso no le señala -continuó Joaquina- como el asesino; sino que lo coloca como supuesto incurso. Incluso por las ventajas económicas derivadas por la muerte de su madre.

-¿Ventajas económicas? – dice – ¿a qué se refiere exactamente?

-Su madre había adquirido un importante seguro de vida, y el beneficiario era Mr. Morgan, me imagino que usted estaría enterada sobre el seguro…

Nancy no quiso pasar como ignorante de tal asunto frente a esta desconocida y dijo:

-Sí,… el seguro, claro que sabía de su existencia -atinó a decir con timidez

-Pero, tiene usted idea del monto del seguro. Porque mi Padre es multimillonario -dijo sin darse cuenta de la incoherencia que acaba de decir.

-Realmente no, dijo Joaquina. Pero, según me comentó Nicolás es una suma considerable y en dólares americanos. Por supuesto que Joaquina captó la discordancia de Nancy, pero no siendo este su problema guardó silencio.

-Muy bien, me ha señalado usted a un sospechoso, pero quien sigue en su lista

-Como autor intelectual Rosa, como mano ejecutora alguno de confianza de Nicolás; quien pudo servirle a uno u otro que sea el cerebro del crimen.

-Siento mucho que haya removido esta sucia historia, pero creí mi deber poner al descubierto el diabólico plan que cegó la vida de la señora Morgan -ligó de seguida Joaquina

-Resume usted, por lo visto -dijo Nancy- a dos sospechosos en todo este asunt.

-A menos que los investigadores descubran algo que yo no sé, me temo que es así es.

Nancy despidió a Joaquina y se quedó pensado sobre el aterrador relato que la coloca en una situación difícil y dolorosa, pues estaría involucrado su Padre, a quien amaba entrañablemente, y su difunta y querida Madre, víctima de una conspiración que acabó con su vida. Esto parece una pesadilla. ¡Cómo me gustaría que sólo fuese eso, una pesadilla!

Manuel…, tengo que hablar con Manuel para contarle todo, seguramente él se le ocurrirá algo que en mí no nace; estoy demasiada aterrada para pensar en soluciones.

-Conozco a una gente muy avezada y profesional en esta materia. Son personas rudas cuando es necesario, pero actúan con guante blanco cuando la porquería es más pestilente. Si aquí ocurrió un crimen, ellos lo pondrán al descubierto. le respondió Manuel muy profesionalmente, ante lo relatado por Nancy

Mañana se celebraría la fiesta para festejar el cumpleaños de Mr. Morgan, para Rosa y Nancy el clima estará enrarecido.

Los invitados comenzaron a llegar en la mañana, para lo cual todo estaba dispuesto; desde las habitaciones hasta todo un programa de actividades que incluía jornadas a caballo por la hacienda, y la obligada visita a la destilería donde se procesaba el líquido blanco.

El día se desarrolló de manera normal. Rosa y Nancy se evitaron mutuamente; mientras que Setter sí compartió con Nancy, como era natural, la bienvenida a los invitados; así como la correría por los predios de La Broza. Aparte de esta estricta actividad social, entre ellos no hubo ninguna otra comunicación. Parecía existir una especie de tregua de guerra
acordada previamente.

La piscina de la mansión estaba bien concurrida, aunque para esa hora no habían llegado todos los invitados.

Un personaje invitado llamó la atención de Manuel da Fonseca, se trataba de un español que por alguna razón creía conocer. El sujeto se veía como fuera de ambiente y, además, surgió como un invitado de última hora, según le informó Nancy. Pero, indudablemente era amigo de Setter, a quien tuteaba con el ingenio característico de los ibéricos.

Esa noche todo se desarrolló con una normalidad inusitada, a no ser por la casi una hora que Méndez de Chueca, el español, se reunió a solas con Mr. Morgan en la biblioteca. A Nancy y a Manuel les llamó mucho la atención de la larga conversación, muy a pesar de que a esa hora la fiesta estaba en pleno apogeo.

Rosa se multiplicaba para atender a todos, iba de mesa en mesa, lo que alternaba con un baile con uno u otro de los invitados.

Un tanto hacía Nancy, muy a pesar de que su ánimo no era el más deseado. Sin embargo, compartió deferentemente con todos, y muy especialmente con Ricardo Méndez De Chueca. Sin saber por qué, el invitado que le inspiraba mayor enigma.

-Siendo usted tan amigo de mi Padre, no había tenido el gusto de conocerle, señor Méndez.

-Por favor Nancy, Ricardo a secas, si me hace el favor. Sí, realmente Setter y yo somos muy buenos amigos, pero nuestras actividades económicas no tiene nada en común entre ellas, por lo que nos vemos poco. Esta vez no quise perderme su cumpleaños; para mí que el muy pícaro tiene unos años demás y los esconde tras ese rostro de «babe face»

-Eso mismo le comentaba ayer, y le decía que si mamá estuviera aquí aclararíamos el enigma de su edad.

-Debo decirle que Setter me habló del accidente de Plácida. En verdad lo lamenté mucho Nancy; sé el amor que se profesaban. A ella la conocí en una rápida parada que hizo Setter en Madrid, vía Londres, e inmediatamente me di cuenta del pedazo de persona que era tu madre.

-Ciertamente Ricardo, fue muy doloroso ese «accidente»

Nancy puso un énfasis muy particular sobre esa palabra, y a ella le pareció que Ricardo de alguna manera captó el mensaje subliminal, que le había lanzado.

-Efectivamente Nancy, las muertes de seres queridos en accidentes son las que más nos cuestan aceptar, ya que lo insólito de los mismos nos provoca un rechazo casi inevitable, y una coraza nos impide admitir que una vida en su plenitud termine así injustificada y sorpresivamente. Pero, así es la vida y al final no tenemos otro remedio que reconocerla tal como es.

Sorpresivamente el capataz Nicolás se apareció en la fiesta requiriendo la presencia de Mr. Morgan, con quien en un apartado de la reunión conversó con él por unos cinco minutos.

-Algún problema en la plantación papá…

-Realmente no, pero Nicolás es muy celoso con su responsabilidad y me vino a informar sobre el incidente mortal que sufriera su compañera de vida; una tal Joaquina, motivo por el cual tendré que ausentarme por algunos momentos, pues viene en camino el Alguacil y como administrador de La Broza debe estar presente.

-Pero Papá, ella estuvo hablando conmigo ayer, no te acuerdas que incluso te la presenté en la biblioteca.

-Cómo, no me digas que esa Joaquina es esta misma

-Pues así lo creo, ya que me comentó que era la ex mujer de Nicolás

-Y, por cierto, nunca me dijiste para qué vino a hablar contigo… –dijo Setter

-Bueno, realmente no he tenido tiempo de…

-Ya veremos sobre este asunto, pues según Nicolás la mujer murió en circunstancias extrañas.

-¿Cómo que extrañas? –interrogó exclamativamente Nancy un tanto sobresaltada

-Así parece. Bueno Nancy, ahora te dejo; excúsame con los invitados, diles que se requiere mi presencia por una emergencia técnica en la destilería.

Con un beso se despidió de Nancy y velozmente fue a la salida posterior del salón.

Nancy lo siguió y pudo ver a través del ventanal que lo esperaba afuera el ibérico Ricardo Méndez De Chueca y el propio Nicolás. Los tres partieron en el coche.

Dios mío -caviló Nancy- por qué Ricardo se iría con papá en estos momentos; este señor nada tenía que ver con la Plantación. Que extraño resulta todo esto, y la muerte de Joaquina; ella no parecía para nada atormentada. Para mí eso corrobora la veracidad de su relato. Sólo Papá me vio con ella. Dios mío, tengo que hablar con Manuel de inmediato.

-Ciertamente que es muy extraño todo esto Nancy -le dijo Manuel sin más comentarios.

Los invitados fueron poco a poco retirándose a sus habitaciones; sin duda que la ausencia de Setter contribuyó para que la reunión terminara más pronto de lo planeado.

Mientras tanto Setter, Ricardo y el capataz llegaron a la casa que ocupaba Nicolás. Ya el Alguacil había llegado al sitio

-Mr. Morgan -dijo el Alguacil a modo de saludo

-Como está Alguacil, se acuerda de Ricardo

-Claro, cómo está usted señor Ricardo; que tal Nicolás

-¿Qué tenemos aquí en concreto Alguacil?

-Pues sólo sé lo que Nicolás me dijo telefónicamente; prácticamente vengo llegando.

Nicolás narró que a eso de las ocho de la noche había encontrado el cuerpo de su ex mujer sobre la cama de su habitación sin signos vitales. Ella, aunque separada de Nicolás, le había pedido pernotar en la casa para partir hacía Tefé en la mañana de mañana; a lo que él no había puesto objeción.

El cuerpo no mostraba signos de haber sido agredido.

-Señores, creo que este es un caso para el forense, pues no puedo levantar el cadáver sin autorización de Tefé

-Bueno -dijo Morgan- creo que puedo conseguir la autorización con el Superintendente Marcus.

-Eso sería otra cosa, pero, no existiendo médico presente ¿cómo dictaminar el motivo cierto del deceso para colocarlo en mi informe?

-Tiene razón Alguacil, dijo Ricardo que hasta ahora había estado en completo silencio.

Mr. Morgan habló con el Superintendente, quien le dijo no poder hacer nada al respecto, pero que enviaría al forense, quien en pocas horas estaría en la Broza. El Superintendente no quería riesgos en este nuevo caso registrado en La Broza.

Realmente la casa habitada por Nicolás estaba fuera de la hacienda, lo que daba cierta tranquilidad a Setter.

-Efectivamente, y dada mi experiencia -dijo el forense adjunto- esta mujer murió envenenada; presumo que con ácido prúsico, lo que sólo se puede confirmar a través del análisis de los líquidos estomacales, pero esto sólo es posible determinarlo en los laboratorios de la Fiscalía Forense en Tefé. ¿Trabajaba ella acaso con cianuro?

-No -dijo Mr. Morgan- realmente la occisa era la ex – esposa de Nicolás, y no trabajaba en la plantación ni en la destilería. De todas maneras nosotros no usamos cianuro, sólo azufre y ácido sulfúrico.

-Bueno, la apreciación mía -señaló el forense- es sólo una hipótesis; pero descartaría el uso del sulfúrico, pues se notarían a simple vista quemaduras del ácido en boca y laringe.

-Tomaré las muestras y las enviaré a Tefé para que sean procesadas, luego haré mi informe y realizada la necropsia, firmaré el acta respetiva para que se pueda proceder con la sepultura de la difunta. Sin embargo, se tendrá que abrir una investigación sobre esta muerte, pues todo hace presumir que no fue una muerte por causa natural o accidente.

Nicolás aparentó no inmutarse por la sentencia emitida por el forense, pero a Setter se le vio preocupado.

Hasta el momento sólo Nicolás, el Alguacil y el Forense habían visto el cuerpo de la occisa.

Mientras se procedía con la necropsia, Setter, Ricardo y Nicolás se reunieron.

-Ella habló con la señorita Nancy sobre el accidente de su esposa Mr. Morgan, y me amenazó con atestiguar para la apertura de una investigación al respecto. Le ofrecí dinero por su silencio, pero no aceptó.

-Sí, estoy enterado de la charla entre Nancy y esta señora, pero deja ese asunto en mis manos. Tú ocúpate del sepelio lo antes posible, dijo Setter.

-Creo que lo mejor es que Nicolás pasado algo de tiempo se retire de la empresa, dijo Ricardo

-Ya había pensado que es hora de conseguirle un traslado a Nicolás para Panamá

-Creo que deben saber mi opinión, al fin al cabo he sido yo quien les ha quitado las piedras del camino, apuntó el capataz

-Habla, dijo Morgan sin disimular el enfado que le producía la situación y su dependencia de este bárbaro.

-Me quiero ir a España, dijo Nicolás, ya tengo el pasaporte y la visa lista

-Yo mismo lo ayudé en las tramitaciones -aflojó Ricardo

-Por qué no me había dicho nada sobre este plan -preguntó Setter

-No queríamos preocuparte con detalles -respondió Ricardo

-Bien, que se haga lo que se tenga que hacer, pero esta vez no quiero fallas

En el informe del forense adjunto se leía:

«Hoy, 26 de marzo de 1945, siendo las once horas antes Meridian, se procedió a efectuar la necroscopia de ley a un cuerpo de mujer; de aproximadamente 43 años; de nombre Joaquina Sepúlveda, natural de la República Dominicana. El deceso se produjo repentinamente ocasionado por infarto al miocardio, el cual fue fulminante». Fdo. Francisco Da Silva Gutiérrez, Forense Adjunto de Tefé»

En unas cortas y simples líneas quedó cerrado el caso. Mr. Morgan se había ocupado de «eso», tal como lo había ofrecido.

-Papá, estaba preocupado por todo ese enredo de la muerte de la señora Joaquina -le dijo Nancy a su Padre que recién llegaba.

-Olvidemos ya el incidente. La señora Sepúlveda murió de un infarto, así lo estableció el propio forense de Tefé. A esta hora la deben estar sepultando.

Ningún otro cometario logró Nancy sobre el tema.

-Quiero, sin embargo, hablar contigo sobre la conversación que sostuvo la señora Sepúlveda conmigo poco antes del «infarto», esto último dicho con cierta ironía que Setter entendió de inmediato.

-Hija -le dijo Setter mientras le pasaba el brazo sobre los hombros- esa pobre mujer estaba padeciendo de una extraña enfermedad mental que ameritaba tratamiento psiquiátrico; pues parece que había tenido fuertes diferencias con Nicolás, el Capataz, porque éste la había abandonado por otra mujer. Cosas de esa clase de gente, que ni tu ni yo comprendemos. Creo que lo mejor es olvidarnos del asunto. Ya estropeo mi fiesta y espero que…

-Pero, papá esa mujer me dijo que…

-Olvidemos lo que esa señora te haya dicho, qué valor puede tener las referencias de un ser cuya mente estaba oscurecida por la enfermedad mental. Olvidemos el asunto, Nancy. Nada de lo que te haya dicho tiene importancia ante lo lapidariamente concurrente.

-Ahora, si me permites, debo preparar mis maletas; mañana tengo que ir a Panamá, luego a Santo Domingo. Te veré en Campinas al regreso de mi viaje.

Rápidamente Setter se desentendió de Nancy y se alejó rumbo hacia sus habitaciones. En el camino se encontró con Rosa, a quien abrazo y besó largamente.

-Todo está bajo control mi amor. Ven conmigo, pues hoy necesito más que nunca de ti.

-Lo que tú digas, mi amor –le dijo casi susurrando

Tres meses más tarde Nancy y Manuel, tal como lo había planeado, contraían nupcias en la Capilla de la Virgen de Fátima de Campinas. La boda constituyó un evento social de alta significación. Fue una boda que marcó época, pues ese mismo día contrajeron matrimonio civil Setter y Rosa.

-No sabes lo contenta que estoy -le dijo Nancy a Manuel- pues además de nuestra felicidad, me siento complacida de que Papá haya encontrado paz al lado de Rosa. Y pensar que toda esta felicidad estuvo a punto de naufragar por culpa aquella pobre mujer enajenada mental -Nancy había aceptado definitivamente la versión sobre la afectación mental de Joaquina, y había olvidado el caso.

-Así es mi amor, así es -le dijo Manuel en tono complaciente y mordaz, lo que Nancy no llegó a percibir como tal.

Nancy y Manuel partieron de luna de miel en un periplo que los llevaría por varios países de Asia y Europa.

Los esposos Da Fonseca-Morgan llegaron a Sevilla, capital de la Provincia de Andalucía. Al día siguiente de su llegada decidieron dar un paseo por la hermosa ciudad y, entre otras actividades, visitaron la Giralda, miranete desde el cual los sacerdotes musulmanes llamaban a los fieles a orar. Uno de los más bellos y famosos legados dejados por los árabes en aquellas tierras que fueron sus dominios por ocho siglos. Nancy está extasiada; la ciudad le fascina y le recuerda todo lo leído sobre aquellos parajes. Visitaron la Catedral, enorme edificio de estilo gótico ubicado en la Plaza de los Reyes; El Alcázar, donde vivieron los Reyes católicos Fernando e Isabel; la Torre del Oro, a orillas del Guadalquivir; el Barrio Santa Cruz; el parque de María Luisa; el Museo Arqueológico.

Decidieron ir a comer; eligiendo «Los Alcázares», lindo y típico restaurante de comida andaluza, ubicado en la Calle Miguel de Mañara, entre el Alcázar y el Archivo de Indias. No sospechaba Nancy que tan lejos, física y mentalmente de la Broza, se reproducirían aquellos momentos de pesadilla vividos por ella cuando Joaquina Sepúlveda le contó aquella historia que involucraba a su amado padre en el supuesto asesinato de su Madre.

-¡Manuel! -dijo sobresaltada y pálida- dime que no es cierto…

-Que te sucede Nancy –preguntó extrañado Manuel

Nancy había visto a la «difunta» Joaquina Sepúlveda de brazo de Nicolás, el Capataz.

Manuel le confirmó también lleno de asombro; pero sin poder gesticular palabra alguna.

Aquella tarde había quedado confirmada la versión de Joaquina. A partir de aquel momento se había derrumbado para Nancy toda una vida.

FIN

Autor:

Teodoro Corona

Etiquetas: cuento de misterio

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