¡Oh, maldita sea! 

Maldita sea, cual sea que haya sido, aquél día en que te probé. Bajo una presión social, o no. Tal vez fue mi culpa mía, si, debe ser solo mi culpa, ¿o tal vez no? Ni idea tengo pero maldigo el día en que te agarré. Ni si quiera lo recuerdo con certeza, pero algún día del pasado, a un joven atrapó entre sus garras multifacéticas y en constante movimiento tridimensional en el espacio, brotando de una punta, en un cilindro delgado de papel, que envuelve algo que al entrar en ti, envuelve algo más, en tu cerebro, en mí. ¡Oh, maldita sea! Ha pasado tanto que ni si quiera puedo saber cuanto he pasado en este cilindro; cilindro de vicio, espiral sin retorno, que solo deja salir dando un salto vertical sin tocar extremo alguno de su espiral de ansiedad. ¡Maldito sea yo! Portador de conciencia, traicionado y aprisionado por químicos de mi cerebro. Que chiste de mal gusto. Que vicio más amargo. Sin sabor, pero con hedor nauseabundo que aunque no me gusta, a mi cuerpo le encanta. Químico sobre químico, único propósito de aprisionarme, privándome de alguna de mis extremidades superiores. Siempre en alguna de las dos, sin importar cual, siempre está presente en alguna, soplando partículas que danzan en el aire, tan bellas que hipnotizan. Sensaciones banales que me engranan. Me creo libre de conciencia porque no priva mi pensar, pero mas que vicio al químico, ¡vicio al hábito! Hábito asqueroso, que los que no habitan en él pueden ver claramente entre sus barrotes. ¡Malditos todos! Todo aquel que haya sido partícipe de mi encierro, consciente o no, me duele todo aquel que lo haya alentado en mi. Maldita sustancia sin identificarse en cada bocanada que ingiero, que su único fin es amordazarme más. ¡Maldito el día en que mi mente ancló cualquier aspecto con mi vida a el, al vicio, a la muerte; que aun sabiendo su muerte, me obliga a continuar bajando por su espiral de papel, tan ingeniosamente fabricado en estampidas de veintes, que arremeto contra mi, no solo uno, si no los veinte y después de esos veinte, otros veinte, y así hasta que de veinte en veinte se vuelven infinitos. Los infinitos veinte, que aun sin acabarse, ya pienso en los siguientes veinte que vendrán a remplazarlos. ¡Oh, maldito vicio! que cuando me falta, me falto. Cuando no está conmigo me siento desorbitado en angustia. Me digo a mi mismo una y otra vez que no seguiré, mas aquí sigo, sin importar el resultado, y aún más alarmante, que yo se ese resultado. Maldito cilindro delicioso que nada ha traído mas que hábito de muerte. Más nada cambia.

He aquí a mi, escribiendo mis quejidos sobre ti, a la vez que te sostengo con la izquierda.

Más que a el, me odio a mi, por no tener el valor de repudiarlo y aunque lo he tenido, no he podido ganarle, no aún, pero algún día llegará el yo que te enfrente y te venza, de eso estoy seguro, o no se. Mientras ese «yo» que pueda vencerte, seguiré esperándolo aquí. 

Por mientras seguiré degustando este delicioso cigarro.

¡Maldición!

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