El rey de las alas negras

El rey de las alas negras

Xavier Davalillo

04/02/2022

Después de una noche realmente encantadora, en compañía de mis amigos, volvía a casa conduciendo mi maverik GT. Aún cuando sabía que en estado de ebriedad no debía hacerlo, me aventuré de todas formas. No se si fueron los efectos desinhibidores del alcohol, o simplemente terquedad las que me llevaron a tomar tal decisión. Recuerdo bien que Theo insistía en que me quedara esa noche allí, en su casa, pero me negué, quería estar en casa, no me sentía bien. 

Cuando bajaba por la carretera, sentí quedarme dormido, pero en una fracción de segundos percibí que el vehículo se movió violentamente y eso me hizo reaccionar abruptamente. Presione fuertemente el freno, hasta que el coche se detuvo completamente. Asustado y confundido al mismo tiempo, mire por el retrovisor, y vi una mujer cruzar la calzada agitando sus brazos de forma frenética y justo al llegar al otro lado se arrodilló junto a un pequeño bulto de sabanas, para mi desgracia también a unos pocos metros más estaba un pequeño coche de bebe con las ruedas hacia arriba y con una de sus rueditas aun girando. Todo parecía estar claro ahora, me había metido en un grave aprieto. – “No es posible, esto debe ser un error”- pensé mientras posaba mis manos temblorosas en el volante. 

No sabia que hacer, estaba aterrado. Quizás no me hayan visto, dije en voz baja mirando a todos lados, mientras unas palabras provenientes del miedo me decía: – “solo arranca tonto, vete de aquí”. – Arranque el coche, sin mirar atrás, mientras un sentimiento de culpa me invadía. Nunca en mi vida había tenido tanto miedo, la adrenalina hizo que mis sentidos regresaran a la normalidad y estaba tan aterrado que me parecía ver el pequeño coche, abollado por todos lados. – “Dios que he hecho” – decía mientras un nudo oprimía mi garganta y llevándome las manos a la cabeza, mientras me bajaba del auto estacionado en el garage.

Rapidamente me dirigi al interruptor de luz para encenderla, para ponerme a revisar el parachoques delantero. Como un gran escombro cayó la realidad ante mis ojos, esto no había sido una pesadilla, sino una cruda realidad, había pasado. Un hundimiento en la parte izquierda y una pequeña mancha de sangre como una salpicadura me convertían en un posible asesino y prófugo. Entré a la casa, colgué mi abrigo y me fui hasta el minibar para servirme un vaso de whisky. Lo tomé a fondo blanco y me serví otro que tuvo el mismo destino. 

No podía creerlo, me sentía tan mal que pude haber caído en depresión. Llore desconsoladamente mientras me apoyaba en la pared debajo de la ducha, con el agua caliente cayendo sobre mi. No supe cuanto tiempo me dormí, pero desperté y aún estaba oscuro. Mire el reloj que marcaba las 4:00 de la madrugada. No sé cómo dormí, creo que fue más por el efecto de la bebida que por la tranquilidad. Cuando amaneció, decidí ir a la oficina en taxi, no sacaría ese auto jamás, o al menos hasta que pasara un buen tiempo, pensando que quizas asi no darían con mi paradero, puesto que investigue en una aplicación para conductores si esa zona estaba vigilada por camara, para mi tranquilidad no lo estaba, y creo que la mujer andaba sola, sino hubiese visto más personas yendo a ver lo sucedido, de seguro esa desconsolada madre no alcanzó a tomar apunte de la matrícula. No sabía si sentirme bien, o terriblemente mal, pero lo segundo estaba ganando mucha fuerza. Al llegar a la empresa todo se veía tan normal, pero yo aún tenía los nervios de punta. 

El guardia de seguridad de la recepción, me dio los buenos días como siempre al cual yo correspondí de igual manera, con una sonrisa fingida. Nervioso y con la mirada baja, seguí por las escaleras hacia el sótano, donde quedaba mi oficina. No había llegado ninguno de mis compañeros, por lo que en parte me sentí reconfortado. Pensé en ese momento, que podría quedarme para siempre allí, escondido del mundo, hasta que un día estos pensamientos de miedo me abandonaran por fin, para caer en el letargo de “paz” que tanto ansiaba. No se porque, pero me pareció tan real, escuchar en la lejanía el llanto de un bebe, atormentándome y llenando de nuevo mi espíritu de un miedo insoportable. Comencé a temblar recuerdo bien, casi vuelvo a caer en crisis, no supe si era por la soledad del lugar, pero ya no me parecía tan reconfortante como hace unos minutos atrás. !Morir!, sí quizás eso era lo que necesitaba, hasta llegué a pensar que lo haría, si, me armaría de valor para ir hasta el último piso y acabar con todo esto, pero algo me impulsaba a quedarme sentado allí, a esperar, cumplir con mi trabajo y volver a la realidad, al terror y a la culpa. 

Un portazo me hizo volver la vista, hasta el punto de pararme de la silla por el susto, era German mi compañero de trabajo, que entre insultos y maldiciones levantaba el vaso de café que se le cayó al piso y una bolsa de papel, a la cual le destilaba la grasa que fue a dar hasta el escritorio de Marlene, otra compañera que no había llegado aún. – ¡Basta, basta! – le dije amablemente mientras me acercaba a él para ayudarle. – ¿Que diablos paso aquí? – le pregunté. – Me tropecé con la puta puerta, que estaba entre cerrada, demonios. ¿Estabas aquí desde hace mucho? – me preguntó, yo asentí con la cabeza. Esperaría una explicación mía, ya que no suelo llegar tan temprano a la oficina, de hecho él es quien la abre todas las mañanas prácticamente, así que me puse a buscar una buena excusa. Terminé diciéndole que había pasado la noche donde un amigo y me fui antes que su esposa llegara de viaje, ya sabes como es la vida de casados, las decisiones no las podría tomar de forma individual, al menos eso pensaba él. El día avanzaba despacio, las agujas del reloj estaban pesadas, no se movían, y yo las miraba con odio, con ganas de levantarme y solo irme a casa. Recibí el llamado de mi jefe, recuerdo bien, me citó en su oficina a eso de las 2:00 pm. 

Acudí, esperando que no fuera a inventarse cualquier excusa para humillarme por mi trabajo, que ante los ojos de mis compañeros era importante, pero a sus ojos era solo un montón de basura vieja y llena de gusanos. – Cierra la puerta Miki- así me decían todos, y viniendo de su voz odiaba que me dijera de esa forma. – A ver como comienzo – decía el viejo, caminando de un lado a otro. Yo sudaba a borbotones, necesitaba el trabajo y ese imbécil era capaz de despedirme en cualquier momento. Mientras paseaba y me miraba, yo deseaba que quien fuera arrollado la noche anterior fuera él, así no sentiría esa maldita culpa, al contrario me consideraría un héroe. 

-Debo pedirte algo – terminó diciendo, para romper el hielo que separaba su silla de la mía. – No encuentro alguien que sea capaz de hacerlo más que tú, así que escucha bien lo que voy a decirte Miki, es muy importante que me escuches-. El viejo daba unas tremendas vueltas para explicar que me iba a encargar un trabajo aburrido y sin paga extra. – Esta noche harán un mantenimiento en la plataforma de la empresa, y todos los sistemas caerán durante unas horas, por lo que recibiremos quejas del personal, que estén en ese momento en la fábrica. Yo… yo… – dije balbuceando – pero en si ¿que es lo que debo hacer? Te llamaran los gerentes de área – continuó el viejo, – a los que deberás explicarles bien que es lo que está ocurriendo, de una forma técnica pero convincente. Le diré a Flor, la jefa de planta, que tú estarás a cargo de hablar con las diferentes áreas para que no entren en pánico. Demonios – pensé. 

Justo cuando nada podría ser peor, no solamente tendría que quedarme trabajando horas extra que jamás me pagaran, sino que tendré que soportar a toda la jauría de pedantes, ansiando despedazarme a tajos. Me harán papilla, pero creo que lo merecía, nada podía ser peor que lo que me estaba pasando. – ¿Entendiste? – terminó diciéndome mi jefe, con ese tono que tanto odiaba. Yo asentí con la cabeza a regaña dientes. – Ahora vete a trabajar – me indico, yo salí de su oficina directo a mi puesto de trabajo. German me dio una mirada inquisidora. El era un buen compañero pero a veces le ganaba la envidia, que si lo supiera, me tendría lástima en este caso. El reloj se burlaba de mí, a ratos parecía hablarme y decirme que era suyo, y que jamás podría escapar de su maldito tic tac.. Tic tac… No lo soportaba más, en cuanto se fueran los demás, arreglaría las cosas con ese reloj. Conocería a Miki, y se arrepentirá. 

Se acercaba la hora en que este lugar se quedaría en total soledad, y tenía miedo. Durante el día la angustia había disminuido, con el pasar de la jornada, pero cuando ya no haya más ruido, cuando solo pueda escuchar mis pensamientos, entonces volverán a abrirse las puertas del infierno. German fue el último en despedirse, no sin antes darme unas palmaditas en el hombro para hacerme ver que me apoyaba. Yo no supe si era por empatía o por burlarse de mí. Ya no había nadie, solo se escuchaba el rechinar tenue de las luces de las lámparas. Mire al reloj, – es hora de que tu y yo arreglemos las cosas, ya lo verás -. Me levanté de mi silla, y me fui directo a las escaleras para tomar el hacha del kit de emergencia de incendios. 

Cuando me pare frente a ella, tuve mucha tentación de romper el cristal y tomarla, pero al reaccionar, cambie de opinión, mejor iría al baño. Me estaba volviendo loco, y los pensamientos oscuros acerca de la noche anterior me volvieron a invadir. El pasillo del baño, de pronto me pareció el pasaje de la muerte, dos guardias me llevaban tomado del brazo y yo gritaba al cielo pidiendo compasión, la misma que tuve yo al huir del lugar del accidente. Ya estaba padeciendo alucinaciones, estaba frente a los urinarios. Al terminar me lave las manos, y al cruzar la entrada a la sala de juntas, me encontré con un guardia de seguridad que estaba en una silla de ruedas. Me miró con curiosidad. – ¿Disculpe señor, hasta que horas estará usando la oficina?- yo lo mire y me encogí de hombros – quizás hasta tarde, todo depende de los mantenimientos – le respondí por no ser descortés. – Estare por aqui si me necesita – terminó por indicarme el oficial. 

La idea de que había alguien vigilando me dio cierta confianza, al menos no estaba del todo solo. Entonces me encontraba allí sentado en mi silla, esperando a que sonara el teléfono, pero solo podia oir mis pensamientos, y de pronto ya era de noche. El reloj tenía razón, yo le pertenecía y haría conmigo lo que le viniera en gana. De pronto otra vez sonaban los llantos de un bebe. Petrificado me levante, ahora si que los sentí más reales que en la mañana. El llanto seguia y yo aunque no debía pararme de esa silla, decidí ir a investigar. Me estaba volviendo loco, pensé una vez más. No había nadie, y el llanto parecía venir del pasillo del área de servicio. Mire fijamente el pasillo y de pronto las luces se apagaron, como el agua que corre lentamente hacia el desagüe. Mis miedos fueron aumentando gradualmente cuando me adentre en el pasillo, en el que escuchaba más fuertes los llantos del niño. 

La sangre helada corría por mis venas, y podía sentir su constante movimiento. En una de las paredes había un kit de emergencia, lo abrí y casualmente había una linterna. La tome y la encendi. Mientras miraba hacia delante, caminaba acercandome al cuarto de lavado, de donde provenía el llanto, en el círculo que dibuja la tenue luz de la linterna pude percibir el movimiento de algo. Mi primera impresion fue ver la punta de unas alas, de color negro, que ingresaban al lugar. Con el terror atormentandome y con el corazón a punto de estallar, me acerque aun más, como un masoquista que va hacia su destino final, atraído por la muerte. Al pararme en frente de la puerta del oscuro recinto, quise gritar pero el horror me estremeció, dejándome completamente mudo, invadiendo mi espíritu que quería salir del cuerpo y huir. 

Frente a mis ojos estaba la bestia más espantosa que jamás haya visto. Un ser alto, con la piel blanca como una hoja de papel, ojos oscuros como dos cuencas vacias, que solo dejaba ver dos pequeños circulos blancos como iluminados, portaba dos grandes alas de plumaje negro, como un condor, y una corona de oro en la cabeza, como un rey de los tiempos medievales, su boca de tamaño sobrenatural mostraba una sonrisa y dejaba al descubierto una hilera de puntiagudos dientes amarillentos y asquerosos. El horror espectral de aquel extraño ser se destacaba con un detalle realmente grotesco y repulsivo pues sus intestinos estaban colgando de una abertura en su vientre. El espectro seguía riendo mientras me miraba, y al mismo tiempo abría la boca imitando el llanto de un bebe, pero tan exacto que daba escalofríos. Lo entendí, era la culpa, era mi infierno que estaba allí para arrastrarme a mi castigo eterno. La linterna dejó de brillar, la bestia parecía absorber la luz. 

Todo quedó a oscuras, yo solo podía ver los dos puntos blancos que me miraban desde sus hondos ojos. Salí corriendo hacia las escaleras, cuando mi cuerpo reaccionó. En la entrada de la sala de juntas estaba el guardia que atónito me gritaba: – Señor, ¿que le ocurre? , Señooor…- pero yo lo ignoré, solo quería salir huyendo de aquel lugar maldito. Al llegar a la puerta de cristal, me percate que la reja metálica estaba bajada. Me adentré en el pasillo que conduce hacia el estacionamiento pero la puerta de seguridad también estaba cerrada bajo llave. – Maldición – , grité desesperado. 

Me devolví hasta la recepción, y tome el intercomunicador, para pedir la ayuda del guardia, al menos los ascensores tienen una conexión a la línea de emergencia. El guardia me contestó. – Gracias al cielo – dije. – Oye amigo debo salir, ¿puedes abrirme la puerta? Ahora no – me contestó, – debo dirigirme a ver que sucede con la energía, pero espereme, vuélvame a llamar en un minuto. “No, no y no” – dije enojado mientras tiraba la bocina contra la mesa. Volví a llamarlo, aunque esta vez fui un poco más amable. – Oye amigo de verdad necesito ayuda, debo salir de aquí. Esta bien amigo subo enseguida, esto parece que no tiene arreglo inmediat… Ahhh… Por Dios ¿Que diablos es eso? – Gritó el guardia que en algún momento dejó de hablar, y solo pude escuchar sus gritos alejándose. – Maldición- volví a angustiarme de tal manera que tendría que ver de que forma escapar de allí. 

Salí corriendo de nuevo hacia la puerta que da al estacionamiento, para tratar de abrir la puerta a la fuerza. Cuando por fin logré abrirla, estaba afuera del edificio, en medio de la noche. Corrí hacia el portón de entrada, lo saltaría como sea. Al llegar, no había nadie en la garita, pero no me importó, empecé a escalar el portón. Estando fuera corrí y corrí, ya parecía haber dejado lejos aquel escenario de horror, pero un sentimiento de culpa me volvió a invadir y me detuve. Jadeando y cansado, con mis manos sobre las rodillas, pensé: – soy un maldito cobarde, y por culpa de mi cobardía ya dos personas serán víctimas de mi inconsciencia”. Maldición – grité, y me eché en el piso a llorar. Al cabo de un minuto, volví a mis cabales. Me devolví en dirección al edificio. 

Escalé el portón de nuevo, con suerte no había nadie por los alrededores, una vez adentro ingrese al edificio por la puerta del estacionamiento y me dirigí hacia las escaleras y desde allí podía escuchar gritos de dolor. Trague saliva pero esta vez estaba decidido a enfrentar el miedo. Estaba frente a la sala de juntas, mire a mi alrededor, todo seguía oscuro salvo el tintineo de unas luces a mi izquierda, era la bodega. Me dirigí lentamente, atravesando el pasillo donde están los ascensores, en el tenue brillo de la luz reflejada en el piso, vi una linea de sangre, indicio de que alguien sangrando fue arrastrado por allí. Antes de entrar al pasillo me percate de que la puerta del tablero eléctrico estaba abierta, y un destornillador tirado en el piso. Tome el destornillador y avance por el pasillo, alerta a cualquier cosa que apareciera y si eso pasaba intentaría atacar con la herramienta. 

Camine hasta llegar a la puerta de la bodega, – Auxilio, no no no por favor, Auxilio – podía escuchar una voz apagada, desde el interior. El horror de nuevo invadió mi espíritu, pero entre. Recostado sobre un montón de cajas pude ver al guardia de seguridad, que estaba mal herido, y la silla de ruedas estaba hecha trizas en una esquina de la habitación. Me dirigí hasta el pobre hombre que yacía débil. – Gracias al cielo – me dijo al verme. – Te subire amigo – le dije y él asintió con la cabeza. – Te sacaré de aquí ¡vamos! – de pronto el hombre grita de terror – allí… allí está, Oh Dios ¿Que es eso? – dijo con voz frenética. Yo me di vuelta, y allí estaba frente a mí, una vez más, la bestia de alas negras. Esta vez no reía, ante mi estaba la cara del odio, la maldad absoluta. – ¡Santo Dios! – grité, al mismo tiempo que con todas mis fuerzas retrocedía con aquel pobre hombre sobre mis hombros, la bestia avanzaba lentamente hacia nosotros. 

Mis pesados pasos atravesaban el pasillo uno a uno, y con todas mis fuerzas ya a punto de fallar, avance el último tramo hasta llegar a un ascensor. Yo sabía que en caso de emergencia el ascensor se apagaba, pero en el tablero había una forma de activarlo, así que mire hacia el pasillo, la bestia espectral caminaba lentamente hacia nosotros, como un depredador que se divierte antes de devorar a su presa. Deje al hombre en el piso mientras corría rápidamente hacia ese botón, al llegar pese a la oscuridad presione uno de los comandos aun sin saber si eso funcionaria, eran segundos cruciales. 

El maldito ascensor se abrió y yo volví hasta él, tomando al oficial por sus brazos, lo arrastre hasta dentro del aparato, y con desesperación, busque el botón del piso 2 y el de cerrado rápidamente. La luz del ascensor también fue absorbida como si fuera líquida, pero comenzó a moverse tras cerrar la puerta. Al llegar arriba, arrastre al hombre hacia las sillas en la sala de clientes, lo senté. – ¿Dónde está el botón para abrir la cortina metálica? – pregunté insistente. – Es el segundo del interruptor manual, que está en el escritorio, es de color azul – me indicó el hombre con un hilo de voz. 

Me dirigí hacia el mesón, en una búsqueda desesperada del botón azul, hasta que lo encontré, pero era demasiado tarde, cuando alce mi vista hacia el oficial, este se encontraba suspendido en el aire, como levitando. Sus manos estaban sobre su cuello y detrás de él estaba la bestia de alas negras. Se asfixiaba, pues el espectro lo estaba ahorcando de una forma sobrenatural, mientras me miraba fijamente, emitiendo el sonido de los llantos de un bebe. – ¡Mi culpa, mi maldita culpa! – Entonces solo así comprendí lo que debía hacer, y que no hice desde un principio. Tomé mi teléfono y me acerque a la bestia, que aún permanecía ahorcando a su víctima, frente a él marque el número de la policía. 

Una voz de mujer contestó y yo comencé mi relato, contando cómo escapé del lugar donde yacía el bebe arrollado. Lo había confesado y ahora solo me quedaba esperarlos para que se hiciera justicia. La Bestia de las alas negras terminó por soltar al hombre, dejándolo con vida y retrocediendo lentamente desapareció en la oscuridad. Me acerque hasta el mal herido muchacho y tomando su mano, fría por la pérdida de sangre, asentí con la cabeza, ya todo estaría mejor, porque al haber asumido mi culpa, salve su vida. 

Llegó la policía y el equipo paramédico, a quienes también yo había llamado. Se abrió una investigación de lo que había sucedido y por nuestra parte solo dije que el muchacho había sufrido un accidente, nadie nos creería haber visto al demonio ni nada de esas cosas. Una semana después en mi primera audiencia, miré hacia todos lados al entrar en la sala de juicio, y allí estaba una única persona, una mujer joven, de tez blanca y cabello liso muy largo. Llevaba en sus manos un anillo y un vestido verde de largas faldas. Después de la sentencia, no fui capaz de mirarla pero ella se paró frente a mí. Allí estaban sus congelados ojos, mirándome, y yo también la mire fijamente. Eran los mismos ojos fríos y oscuros de la bestia de alas negras, era la cara del odio, era la cara de mi maldita culpa.

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