Entre la astucia y la razón

Entre la astucia y la razón

Germayed

16/01/2022

   Estando a diario en contacto con las gentes, no es difícil dilucidar la causa de sus pensamientos y acciones. Es tarea sencilla rastrear los orígenes del comportamiento si se presta atención al lenguaje, el contexto que precisa su determinación, y las repercusiones en la psique de los oyentes, de los actores en la trama de vida, y en los espectadores cuyo objeto acuerda calma mientras acuden a lo cotidiano, tomando en cuenta que la más mínima intervención, cambiará el rumbo del discurso y hasta pondrá punto final al experimento: del cual sabe el observador más no el actor. Los seres humanos, la masa amorfa, obedientes, sumisos, humillados y colaboradores del poder, no hacen ni piensan a través de lo estrictamente racional, sino, mediante las pasiones instintivas impresas en los cromosomas. No se actúa por criterio propio, sino a obligaciones de los demás. El que piensa y hace por sí mismo, es arrojado al exilio, a ser extranjero en su propio hogar: El hogar pierde el significado, ese, de cobijo, de amor, igual sucede con la patria, con la familia. El que se encuentra a sí mismo camina como fantasma por los pasillos lúgubres de la ilusión.

   No se es racional por pensar, ni pensar es un atributo de la razón. La existencia del pensamiento puramente racional se reserva a los invisibles, a los marginados, a los segregados. Los hombres racionales son peligrosos, manifiestan la subyacencia de pulsiones destructivas, y por supuesto, la fachada moral que organiza las conductas, pero sin apenas ejercer poder en lo que se piensa. Los hombres de razón conocen al instinto, conocen cómo actúa, y quizá al misterio que lo engendra. Durante años, han librados potentes batallas cuyo enemigo se dispersa como la neblina paramera en los bosques andinos. El enemigo desaparece, otras veces se domestica, la mayoría, escapa ladera abajo retornando a la tierra, al agua. Las pulsiones telúricas de la tierra, y la avanzada de las aguas, demuestran cómo se comportan los seres, más, si se contactan los unos a los otros. No existe tecnología humana capaz de aquietar los terremotos ó atajar crecidas impetuosas; dicho sea, en las catervas oscuras, esas que se hallan en lo inconmensurable del cuerpo, de la pisque, perviven aún los seísmos hostiles, las tormentas sin fin, las crecidas: destrucción.

   El contexto incita a pensar de acorde a las circunstancias, y por supuesto a los resultados ingeniados para resolver las trabas buscadas a consecuencia de interacciones humanas deshonestas, y otras, por sospechas infundadas, carácter común en los hombres inseguros, desconfiados. Las acciones son el resultado final de las sensaciones que, desde lo externo, capta el sujeto, incluyéndolas en ese amplio repertorio emocional, que, dependiendo del grado de madurez psíquica, se responde acorde a la calma o al caos; los que responden con diligencia, a suma de lo mesurable de su comportar, egresaron de la tempestad, aprendiendo el arte de la paciencia antes de gritar ¡tierra a la vista! La separación del mito teológico, la salvación al buen pastor, la vida eterna, son palabras vacías, sin retumbes en su espíritu: La religión pierde su poder una vez el hombre ha descubierto que los terremotos y las crecidas, ennoblecen la tiranía hasta quedar solo meros recuerdos del horror de aquellos tiempos.

   Los espíritus del caos, apelan a los sentidos para pensar. Se movilizan mediante el instinto a propósito de sobrevivir a mínimo celo de resguardar la vida ajena. Intentan esconder lo irascible en sus mentes, buscando refugio en la moral para actuar sin permiso de dios, y después rendir ante el perdón, hincándose al prelado en el confesionario. Razonan la necesidad convirtiéndola en herramienta de pillaje. La razón le sirve al amo instinto degenerándose a sí misma, perdiendo los atributos dados por la generosa inocencia del moralista.

    He aquí una variable a considerar si se necesita salvar el honor de la razón: El pensar del hambriento se enfoca en cómo hacer para conseguir el pan; el pensar del bandido precisa en cómo hacer para delinquir impunemente. El hambriento busca ideas para intentar comer si las circunstancias no son favorables. Comienza en pensar qué hacer para hurtar el panecillo de la tienda de en frente. La razón, no existe aquí, hay cabeza fría, la pulsión de vida es lo único importante. La recta moral, sin la anuencia divina, ni de los hombres, desaparece. El ingenio enhebra información, el cerebro la procesa, arroja los resultados y se pone en práctica el plan. Sin apenas detección, se acerca el hambriento, los panes sobre el estante, en una milésima de segundo, a descuido del encargado, lanza el manotazo, alcanza lo que puede, y sale huyendo. ¿Acaso no se necesita de la astucia para evitar el castigo? Hay quienes temen a su dios y piden perdón por agarrar sin permiso, otros, adquieren adicción al peligro, y fortalecen la astucia para construir el imperio del ingenio: el criminal, su emperador, su rey. La razón, sale de la ecuación, pues como consecuencia de la moral trascendental, se ejecuta en las labores cuidadosas del bienestar. La astucia, con estacas en las suelas, pisa el pecho de los inocente.  La razón, busca cómo explicar la realidad sin juicios subjetivos, no contaminado de éticas religiosas, ni patrióticas, para comprender el fino funcionamiento de las cosas del mundo. La razón busca entender al hambriento, al criminal. La astucia, estadio primitivo de la razón, busca salvar de la muerte al hambriento, y también al criminal. La razón contempla, la astucia, actúa, el ingenio, le sirve a ambas.

   El hombre corriente expresa sus pesares, anhelos, ambiciones, envidias, deseos, a través del lenguaje y éste, a su vez, manifiesta las necesidades físicas y emocionales del actor. Allí, no es la razón la que articula  verbo y  predicado, sino la lógica del discurso que construye formas comprensibles de la realidad, aún, si lo que se dice, es falso. La lógica trabaja para el honesto y el farsante, pues si se emplea en el contexto adecuado, hará pasar por verdades toda calumnia. Y si acaso, el contexto no es preciso para que la lógica arroje su enervante poder retórico, añadir pizcas de emoción al discurso, salvará al farsante frente a las masas. La razón no surge de la necesidad, ni del deseo irascible del instinto pasional, sino de la reflexión acerca de los intrínsecos recovecos de la existencia misma. La inteligencia en alianza con el instinto primitivo, engendra a la astucia; por tanto, es válido asociar la inteligencia a la razón cuando a ambas les es común el progreso ético de la propia condición humana. Pues por ahora, la condición humana se reduce al ingenio del astuto, marioneta del instinto.

    Hombres y Mujeres de razón, exiliados del mundo, solitarios, huraños, extranjeros en tierra propia, en cambio, en los territorios del astuto, el hombre racional es peligroso porque en su pensar sobre las causas, se propone deconstruir el espejo de la astucia, y con ello, la moral edificada por la religión, las buenas costumbres y el bien parecer del pensamiento, puesto que, en nuestra sociedad, la astucia enmascarada con los hábitos de la razón, busca aceptación, porque, las gentes de nuestro tiempo, niegan a la astucia a pedido del cura parroquial, acomedidos a los mandamientos religiosos, sin embargo el hombre, recurre a ella [la astucia] en situaciones egoístas en detrimento del bien-hacer común: El contexto obliga, o, al contrario, se busca forzosamente buscar la finitud a través de acciones instintivas procedentes de esa misma finitud, muy conocida por disgregarse a medida del tiempo, para luego, borrarse y ser sólo trazos pictóricos pasados.

   La razón no moviliza al instinto, intenta domesticarlo, la astucia, no intenta domesticar al instinto, trabaje para él. La moral religiosa, intenta taponar los brotes de caos que desde los intersticios del cuerpo ocupan la mente en dirección a la satisfacción de los deseos pasionales. En tanto, la religión, colabora con la astucia, pues es hija de su tiempo, y la razón, aún no es de los tiempos presentes, por tanto, religión y razón están separados por la veracidad de los hechos, por el accionar honesto del racional sin tutelajes divinos, ni mucho menos, rendir cuentas a entelequias humanas. 

   La razón, no existe en las primeras etapas de la voluntad, la forma manifiesta es la astucia, la voluntad de poder, es sencillamente la lucha del instinto por intentar permanecer al cuerpo en condiciones aptas para la vida. La astucia arroja los hombres al mundo, la razón los saca, a veces, por la fuerza. El hombre racional, decepcionado, se refugia en sí mismo, encontrando miseria en todas partes, sintiéndose culpable de nada, de todo. El astuto, cómodo en el mundo, le complace no estar en contacto consigo mismo; quizá, no es consciente de quién es, por tanto, no es esfuerza por descubrirse: está ocupado en saber quiénes son los otros. ¿Es racional el astuto? Excusa de la astucia pasarse por racional. La razón ocupa otra dimensión de lo humano, la astucia, la primera herramienta de la inteligencia en afán de vivir en lo agreste, ganándole a la muerte espacios a través del hacha, la espada, la mentira. Es inocente el astuto, se ha ganado, a veces, la lastima del racional, sin embargo, el pensar racional, aparta las culpas del astuto: el sentimiento acaecido es la compasión. Posiblemente, la compasión establece el límite entre la razón y lo místico. Entre lo ordinario y lo trascendental.

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