Hace unos meses a Juan le duele su dedo meñique. Durante días estuvo sangrando por el pliegue de piel que tiene entre la segunda y la tercera falange.

¡Hasta creyó desangrarse! Había pasado ya demasiado tiempo de dolor, sangre y heridas. Nunca se había percatado que tenía un hilo atado en el dedo chiquito de su mano con un nudo simple muy perfecto.

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Los japoneses tienen la creencia de que las personas predestinadas a conocerse se encuentran unidas por un hilo rojo atado al dedo meñique.

Esta leyenda surge cuando se descubre que la arteria ulnar conecta el corazón con el dedo meñique.

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Juan vive «su» vida a «su» manera. Había conocido muchas personas y transitado por el amor muchas veces. Ninguna con éxito, todas sin importancia. Ahora, por fin, estaba solo.

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Al estar unidos por esa arteria se comenzó a decir que los hilos rojos del destino unían los meñiques con los corazones; es decir, simbolizaban el interés compartido y la unión de los sentimientos.

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Había despedido a su última pareja, el amor tardío, el que creyó verdadero. Y sí, estaba solo de nuevo, más solo que nunca.

«¡Como si yo, a esta edad tuviera obligación de transitar por la vida rodeado de indiferencia, desprecios e incomprensión!»- pensó.

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La historia en sí cuenta que entre dos o más personas que están destinadas a tener un lazo afectivo existe un «hilo rojo», que viene con ellas desde su nacimiento.

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Había pasado la sexta década y sintió agotadas las posibilidades:  demasiadas mañas, demasiados desencantos, demasiados fracasos.

Juan se vio de pronto recorriendo el tramo final de su existencia ocupado con su soledad y resolviendo a su antojo las complejidades cotidianas. Tan absorto en ello estaba, que había olvidado por completo su hilo rojo. 

Lo había descubierto hacía poco y lo había sentido placentero. Ese hilo invisiblerreal lo había atado a la vida y lo había llenado de ilusión.

– Seguro que el otro extremo está atado a su meñique- pensó un día. Fue cuando sintió su cercanía y creyó que la leyenda era verdad, un mandato de amor para todos; un hilo con dos extremos, uniendo dos personas, dos meñiques, sin tiempo ni distancia.

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El hilo existe independientemente del momento de sus vidas en el que las personas vayan a conocerse y no puede romperse en ningún caso, aunque a veces pueda estar más o menos tenso, pero es, siempre, una muestra del vínculo que existe entre ellos.

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¿El hilo rojo se pone tenso? Sí, tenso como aquella mañana, cuando su dedo le dolió por primera vez incrustado en su piel. Todo su cuerpo sangraba por una herida que vaciaba de sangre su corazón.

Por un momento creyó que el hilo se iba a cortar y que sería recordado en la historia como el primer humano en romper una leyenda. ¡Su hilo rojo roto! Pensó que estaría libre por fin, libre y solo, solo y sin amor, sin amor y sin nada.

Pero Juan se equivocó porque los milagros ocurren y entonces, recibió señales. En pocas horas, supo que las leyendas nacieron del colectivo popular para ser cumplidas. A pesar que su hilo rojo estuvo tenso y lo lastimó profundamente, nunca se rompió, nunca se iba a romper, porque el otro extremo estaba atado a otro meñique de otra persona que también lo esperaba y lo necesitaba. Otra persona que quizá lo amaba en silencio aunque seguramente, nunca conocería.

Por eso, como si fuera magia, Juan ese día, volvió a ser feliz. Sintió que mientras estuviera vivo no estaría solo nunca más y que en verdad existía el amor.

“Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores; uno con el que te casas o vives para siempre, puede que el padre o la madre de tus hijos. Esa persona con la que consigues la compenetración máxima para estar el resto de tu vida junto a ella… Y dicen que hay un segundo gran amor, una persona que perderás siempre. Alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la química escapan a la razón y les impedirán, siempre, alcanzar un final feliz. Hasta que cierto día dejará de intentarlo… Se rendirán y buscarán a esa otra persona que acabarán encontrando. Pero les aseguro que no pasarán una sola noche, sin necesitar otro beso suyo, o tan siquiera discutir una vez más… Todos saben de qué estoy hablando, porque mientras estaban leyendo esto, les ha venido su nombre a la cabeza. Se librarán de él o de ella, dejarán de sufrir, conseguirán encontrar la paz (le sustituirán por la calma), pero les aseguro que no pasará un día en que deseen que estuviera aquí para perturbarlos. Porque, a veces, se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas, que haciendo el amor con alguien a quien aprecias”.

         Paulo Coelho



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