Despierto y veo el suelo ensangrentado,
que raro, no recuerdo a nadie haber matado.
¡Que raro! encuentro el espejo quebrado,
y desorden a mis costados.
Mis pastillas están completas, pensé que las había tomado,
volteo y veo el revolver descargado.
Estaban mis escritos en el cuarto desparramados,
comienzo a molestarme, pero de algo no me había percatado.
Con un rostro feliz ahí vi mi cuerpo tirado,
una sonrisa tan real, y claro, ¿Cómo no iba a estar feliz? si el gatillo había apretado.
Por fin se había callado
aquella voz de mi cabeza
y digo con delicadeza
que la muerte no es completamente tristeza.
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