Entre la tierra y el cielo

Hay veces que uno no sabe como empezar a decir las cosas que siente, que  piensa o que ve a su al rededor. Sobretodo en una situación donde el contexto es un velatorio. Nunca había estado en uno.

Cuando mi abuelo falleció yo tenía siete años, lo amaba como a nadie y lo que recuerdo es estar en la cocina cuando mamá vino a decirme que él ya no estaba. Se me cayó el mundo.

Según ella los chicos no van a los velatorios ni a los entierros porque es una situación traumática y para los padres es un momento donde hay que cuidar de uno y, cómo si eso fuera poco, también de los niños. Me costó muchos años entender eso, sentía una especie de traición por nunca haber ido siquiera al cementerio.

Hoy estoy escribiendo desde una sala velatoria, donde todos hablan de la vida cotidiana y yo me encuentro en una burbuja negra de tristeza. No están, en mi cabeza no hay nadie salvo mi abuela y yo. ¿Cómo se describe una situación semejante? Me resulta muy extraño poder hacerlo.

La sala es un rectángulo de mármol con sillones antiguos a lo largo y en la parte del fondo, pasando una puerta abierta de par en par, está ella. Todo muy frío y triste, claro. El aire acondicionado lo hace aún más frío, el olor del lugar es deprimente y siento una sensación de estar en un quirófano o en la morgue. Cómo será el inconsciente que por momentos me gustaría pararme y pedirle a todos que se callaran porque mi abuela podría despertarse del murmullo que hay dentro del lugar. La imaginé quejándose de no poder haber dormido bien. De golpe me siento una nena, de golpe me siento con las ganas desbordadas de acostarme en su pecho y que me acaricie, que me diga que todo va a estar bien y charlar: de mis cosas, de sus anécdotas y los tangos que le recordaban amores de su juventud. Pero no puedo.

Atiné a verla pero me fue imposible, al mínimo contacto visual que tuve con su cuerpo quebré en llanto en brazos de mi tía, y pese a que me repetía que “estaba igual que siempre” no puedo sacarme de la cabeza que no era así. Los muertos son distintos. Me resulta horrible la idea de maquillarlos porque dejan de ser personas para parecerse a estatuas de cera. Ya absolutamente nada es igual que siempre…

Hay momentos donde se hacen silencios un tanto incómodos, al ser hija única siento todas las miradas puestas en mi, deben estar pensando en que no dejo el teléfono por estar hablando con alguien y simplemente me encuentro queriéndome alejar un poco de toda esta realidad que por momentos en mi cabeza desearía que fuera un sueño.

Tengo tanto más por decir pero no salen las palabras. Debería revisar la ortografía, la sintaxis y otras cuestiones que refieren a un relato pero hoy me siento con absoluta libertad de tomar esto como una especie de diario íntimo o un bloc de notas. Hoy mi cabeza no tiene orden, por lo que me resulta prácticamente imposible ponérselo a esta seguidilla de palabras que salen sin ningún tipo de premeditación.

No sé cómo ponerle fin a esto. No se si quiero hacerlo. No quiero salir de esta burbuja ni interactuar con el resto de la familia. La voz de mi papá intentando hablarme de cualquier otro tema me irrita, pero ya bastante tenemos con una situación triste como para herir susceptibilidades. Con la poca voz que tengo le sugiero que se calle… Hoy me permito no sentir más que el dolor de una pérdida muy grande. Quiero estar sola.

1928-1929 son los nacimientos de quienes supieron ser mis dos grandes amores de la vida y los voy a llevar siempre no solo en la piel sino en el corazón y en cada cosa que haga, cómo mirar el cielo y ver a Venus brillante porque mi abuelo siempre me hablaba de él: El Lucero.

No puedo dejar de escribir, me niego a volver a la realidad. En mi cabeza sigo con esas ganas desenfrenadas de gritar que se callen porque mi abuela no puede dormir bien. Cada vez es más frecuente ese fuego adentro de pegar un salto y pedir por favor que todos hagan silencio.

Dedican una oración al rededor suyo, yo prefiero estar sola y no rezar porque no soy creyente pero internamente elijo dedicarle unas palabras propias porque seguramente entre una oración y unas palabras sentidas, hubiese elegido la segunda opción. 

Ya no me quedan muchas palabras…

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